Un encuentro maravilloso
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?” Lucas 1, 39-45
Encendemos la cuarta vela de la corona de Adviento. Al parecer, todo está preparado para recibir al que ha de venir y a quienes nos acompañan o acompañamos en la vida. Con más luces encendidas, el fuego misterioso de la Navidad nos calienta por dentro y nos alienta a volver a nuestros orígenes con especial gratitud, desbordante alegría y serena esperanza. Todo contribuye a mirar confiadamente el presente que, con la Navidad, se llena de infinitas posibilidades a pesar de las preocupaciones ocasionadas por el avance de la cultura de la muerte, las secuelas no atendidas de la pandemia y los estragos de las violencias que aumentan la inseguridad.
En el texto evangélico proclamado el cuarto domingo de Adviento, impresiona la pregunta de Isabel: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?”. Hay un encuentro muy familiar en la intimidad del hogar de Isabel y Zacarías. Dos mamás gestantes, María e Isabel, próximas a dar a luz, están cara a cara con el fruto de su vientre queriendo tomar parte en la comprometedora conversación. De las futuras mamás se afirma que son dichosas; de sus hijos, también. De uno se afirma que es el Hijo de Dios; del otro, se dirá después que es el hombre más grande nacido de mujer. Se consume el tiempo antiguo, comienza el nuevo y, con él la plenitud de los tiempos.
De ellas aprendemos grandes lecciones de vida. De María, la mujer de fe, hemos contemplado y agradecido en días pasados. De Isabel, la mujer visitada, sobresale su corazón humilde que desborda en alegría. Expresa todo lo que es en la pregunta “¿quién soy yo…?” Isabel se admira de lo que está presenciando. La palabra inicial da todo el sentido: ¿Cómo es posible que a mí se me regale lo que se me está regalando? Se siente pequeña, sencilla, humilde, una mujer pobre del pueblo. No se puede imaginar que Dios la visite en la persona de su prima, entre a su casa, es más, que se ponga a su servicio.
A unos días de celebrar el gran misterio de Navidad, nos preguntamos ¿quiénes somos nosotros para que nos visites otra vez, nos des tanto, nos sigas mostrando tu amor lleno de ternura y cercanía? El encuentro maravilloso entre María e Isabel y el encuentro misterioso entre los dos Niños nos manifiesta que sí le importamos a Dios y que Él viene a nosotros porque nos ama. No pidamos explicaciones al amor; el que ama, ama porque sí. Sólo admirémonos como Isabel, entremos en el misterio como María y aceptemos las inmensas posibilidades de vida que Dios pone a nuestro alcance en esta Navidad.
Con María e Isabel podemos tener por seguro que estaremos en buena compañía para recibir con alegría al Señor que viene a “habitar entre nosotros”. Entremos, salgamos al encuentro, contemplemos, agradezcamos, disfrutemos y seamos misioneros de la alegría, la esperanza y la paz.
Dios haga maravillas en sus encuentros de esta Navidad.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas