Una tierra nueva
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Enderecen los senderos del Señor” Marcos 1,1-8
Ninguna transformación basada solamente en las propias ideas y en las fuerzas humanas tiene futuro; sólo puede ofrecer sueños que terminan en frustraciones y pesadillas. La generación actual quiere sueños realizables con medios asequibles, reales, concretos, efectivos. Una de las preocupaciones más sentidas por esta generación es el medio ambiente, el cuidado de la casa común y la satisfacción rápida de las necesidades básicas. El inicio de la solución es encontrar una visión equilibrada y un cambio profundo de actitudes; en otras palabras, la conversión del corazón.
¿Qué podemos aportar los cristianos? La degradación, el desgaste y la frecuente perversión de la naturaleza son realidades con las que tenemos que lidiar cada día. Nos urge ir a las causas y poner los remedios necesarios con inteligencia, decisión y oportunidad. El cambio de actitud ante los bienes comunes es indispensable. Nuestro mundo necesita un decidido Juan Bautista que predique un bautismo de conversión y dé testimonio de ello.
“Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia” escuchamos el segundo domingo de Adviento. El texto se refiere al horizonte definitivo de la vida del cristiano y la forma de alcanzarlo: la práctica permanente de la justicia. Con un lenguaje apocalíptico el autor sagrado llama a la responsabilidad solidaria ante la espera del ‘día del Señor’. Ante esta realidad ineludible no se valen especulaciones, escepticismos, cálculos egoístas, descuidos, omisiones, mucho menos la fatal indiferencia. Sólo aplica la esperanza activa.
“… En que habite la justicia”, dice la carta de san Pedro. Se refiere a la justicia humana y a la justicia de Dios: responsabilidad, gracia y promesa. La creación del “cielo nuevo y la tierra nueva” corresponde a Dios, el Justo por excelencia. Lo hace/hará en el momento oportuno de la historia de salvación. Dios es fiel y cumplirá su promesa. A nosotros toca la espera comprometida que se manifiesta en un estilo de vida que privilegia la justicia, la misericordia y la compasión. Juan, el Bautista, invita a entrar en la dinámica de la conversión en la espera del Señor: “Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos… y todos los hombres verán la salvación de Dios”. Es decir, el cielo nuevo y la tierra nueva donde seamos corresponsables en la solución de los problemas que nos aquejan.
Activar la conversión es volver decididamente al Evangelio de Jesucristo y a los valores del Reino. Dios quiere construir con la humanidad una vida más humana, un mundo más justo, una sociedad más sana. Nuestra tarea permanente es dejar que Dios transforme el corazón y habilite los brazos que se acerquen efectivamente a los hermanos que más sufren. Un cielo nuevo y una tierra nueva son posibles y factibles.
Que al encender la segunda vela de la corona de Adviento entremos en la gracia y la dinámica de la conversión. No hay de otra, si anhelamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia. Los justos y pacíficos serán quienes hagan la diferencia.
Oro por ustedes y los bendigo
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas