Ecce Agnus Dei
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”
Juan 1, 29-34
No es raro escuchar lamentos en voz alta acerca de la violencia incontenible que padecemos en pleno siglo XXI. ¿Cuándo terminará? Es pregunta que desencadena otras preguntas que hacen fila para ver si aparece una respuesta que nos devuelva la confianza y la paz. A medida que avanza el año, pareciera que el gozo esperanzador de Navidad y de un Año Nuevo se ha tornado en preocupación, cuestionamientos, incertidumbre, impotencia y más.
Todos queremos que el mal disminuya en nuestro mundo. Al iniciar este año nos hemos deseado paz y felicidad, que la bondad triunfe sobre la maldad, que lo que nos hace realmente felices esté presente en forma de paz en conciencias y familias. ¿Es posible todo esto? No hay duda que sí podemos pasar de los deseos a las buenas acciones que abonen al cultivo de una sana convivencia. Buscar hasta encontrar soluciones prontas, viables, pacíficas ante la complejidad de los conflictos que vivimos es tarea de individuos, familias, iglesias, poderes públicos y más.
Escuchar atentamente la presentación que Juan hace de Jesús en el Evangelio dominical puede darnos luces para ir al fondo de los ‘porqués’ de lo que estamos viviendo. Desde que el ser humano es ser humano nada sucede y acontece por azares de un destino ciego, cruel, malévolo. Somos seres libres con posibilidades de esclavizarnos y vender nuestra libertad por una bicoca. Bien y mal, virtud y vicio, bendición y maldición, verdad y mentira, libertad y esclavitud… han sido formas como la razón ha tratado de describir la compleja realidad del ser humano. Los cristianos hablamos de pecado y salvación.
Juan es consciente de esta cruda realidad de la humanidad y presenta a Jesús, Hijo de Dios, como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Nuestra fe en Él puede ayudarnos a escudriñar las raíces hasta encontrar lo que hay detrás de los males que nos aquejan. ¿Soberbia?
¿Egoísmo? ¿Avaricia? ¿Mentira? ¿Pereza? Jesús Salvador puede curar las raíces del mal, sanar nuestra libertad y hacernos personas nuevas. Todos los días pedimos en el Padre Nuestro que nos libre del mal. Pongamos a trabajar nuestra fe en Él y dejemos que el horizonte de la esperanza vuelva a orientar nuestras luchas y fatigas.
El mal seguirá presente en el corazón humano. No es que Dios se haya desentendido de nuestra salvación. Falta dejar que el Espíritu Santo sea nuestro huésped permanente para que demos el testimonio de la verdad contra la mentira, de la caridad contra las ambiciones egoístas, de la solidaridad contra la asesina indiferencia. Jesús es el definitivo Cordero Pascual que quita todos los pecados del mundo. Las violencias, la anarquía, el desánimo, nada resuelven. Pongamos en el escenario de las búsquedas nuestra participación, colaboración, compromiso y solidaridad.
Que Jesús, Cordero de Dios, ilumine mentes y corazones para que demos testimonio de la verdad y seamos realmente libres.
Los abrazo con la bendición de Dios.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas