El misterioso Dr. Yeda: ¿Un espía japonés en Navojoa?
La leyenda de un espía japonés que llegó encubierto a Navojoa proveniente del país asiático después de la Primera Guerra Mundial a Sonora con el objetivo de trabajar como dentista en Navojoa entre 1920 y 1945 pervive en estas tierras.
ESPECIAL, jul. 17.- Se llamó Luk Kozoleda “L.K.” Yeda, un migrante que ingresó a Sonora por la frontera de Nogales, proveniente de la prefectura de Yamanashi, en el año 1920, gracias a sus credenciales como médico cirujano, según la autora María Elena Ota Mishima, en su libro “Siete migraciones japonesas en México 1890-1978”.
El ingreso legal al país de una oleada de profesionistas japoneses como doctores, dentistas o veterinarios fue posible gracias a que el presidente Venustiano Carranza firmó en 1917 un convenio con Japón que permitía el libre ejercicio de esas actividades, según los académicos Aracely Wences Rangel y Sergio Hernández Galindo en un artículo de divulgación histórica.
Los inmigrantes japoneses ingresaron al país particularmente por los puertos de Salina Cruz y Manzanillo. Sin embargo, puertos terrestres como Nogales, Tijuana y Mexicali fueron comunes para aquellos que llegaron a México desde Estados Unidos.
La historia de espionaje en México por parte de japoneses está plasmada en manuscritos del último cronista del Ayuntamiento de Navojoa, en algunos artículos académicos de instituciones de educación superior mexicanas, en la revista de la Sociedad Histórica Naval de Australia, en un reportaje del New York Times y en el documento desclasificado del Departamento de Estado Norteamericano “The Magic Background of Pearl Harbor”, consultado por NORO.
¿Para qué estaría Yeda en Navojoa para hacer labores de espionaje?
La versión popular, propagada por el fallecido cronista navojoense Manuel Hernández Salomón, dice que Yeda y otros agentes japoneses encubiertos trabajaron en Sonora e intensificaron sus labores de recolección de inteligencia a través de las tecnologías de la información disponibles de aquellos años, principalmente el telégrafo, el radio transmisor, las fotografías y limitadas cámaras de video tras el bombardeo de Japón a la base naval estadounidense de Pearl Harbor en Hawai, en diciembre de 1941.
El supuesto objetivo era recopilar información sobre las condiciones geográficas y sociales de Sonora como entidad fronteriza al sur de Estados Unidos a tan sólo unos 420 kilómetros de distancia si la hipotética invasión iniciaba por el puerto de Guaymas.
Usaron redes personales creadas por la comunidad japonesa en Sonora por medio de sus asociaciones locales establecidas en Nogales, Hermosillo y Navojoa, así como en Baja California, entre 1930 y 1938. Esta estructura social les habría servido para formar contactos de confianza bajo un objetivo común estratégico del aparato de inteligencia japónico en el suroeste de Estados Unidos, nación que profesaba un duro discurso racial contra estas comunidades en México y por su creciente presencia en la Costa Oeste.
Presuntamente, Yeda, quien tuvo una importante faceta en el Valle del Mayo impulsando el comercio, descifró antes del ataque a Pearl Harbor una frecuencia en el servicio de telégrafo mexicano para transmitir reportes a Japón de manera periódica.
Otra versión que apunta a las actividades de este personaje es la del comandante teniente William N. Swan, experto en inteligencia de la Fuerza Real Marina de Australia, quien escribió una serie de artículos para la Revista de la Sociedad de Historia Naval en 1975.
“La sede de la inteligencia japonesa en la costa oeste de América central, incluyendo a México, fue en Guaymas, a la mitad de la costa este del Golfo de California. Quien encabezaba el grupo era el dueño de una embotelladora de aguas gaseosas llamado Matsumiya. Otro agente llamado Tokojuro Inukai (Inugai) poseía una fábrica de hielo y 500 hectáreas de terreno. Otro, Satoshi Morimoto, era dueño de una pequeña empresa de maíz molido. Kotaro Tanada era un cantinero y el doctor L.K. Ieda era dentista en Topolobampo (Navojoa)”, según Swan.
Esta versión no ahonda en detalles sobre cómo habrían operado el espionaje.
Sin embargo, Swan agregó el caso de un respetado dentista que vivía en Nogales, Sonora, Hojo Takaichi, quien radicó ahí al menos hasta 1980 y ejerció profesionalmente a lo largo de medio siglo, según la autora Ota Mishima
“Es extraño cuántos dentistas japoneses había en el oeste de América del Norte en la década anterior a Pearl Harbor. Uno llamado Dr. Hojo Takaichi vivía en el número 40 de la Calle Granja en la ciudad de Nogales”, reportó Swan en su artículo “A century of Japanese Intelligence, Vol III”.
Sobre Yeda y su paradero tras el fin de la Segunda Guerra Mundial no hay más información, solo la versión de Hernández Salomón de que el Ejército Mexicano interceptó sus señales.
Amplia red de espías
En un artículo de Gene Goltz, archivado por la CIA, publicado el 31 de mayo de 1938 por el diario The Washington Times, se advertía que EE.UU. sí sabía de la presencia de espías japoneses en su territorio, así como en Canadá y en México, al menos desde 1939, usando a migrantes japoneses de segunda generación que habitaban ahí, quienes enviaban mensajes encriptados a Tokio.
La evidencia de cables enviados de ida y vuelta de Japón a ciudades como San Francisco, Nueva Orleans, Vancouver, Los Ángeles, Seattle, Portland, Nueva York, Washington, la Ciudad de México, Nogales y Mexicali está plasmada en el reporte “The Magic Background of Pearl Harbor”.
No hay registro de comunicaciones descifradas por agentes estadounidenses que correspondan a Navojoa, Guaymas o Hermosillo. Solo aparece Nogales para establecer una ruta de transmisión en el cable número 401 enviado el 4 de julio de 1941 por el cónsul General Miura desde México hasta Tokyo:
“Las personas en las zonas fronterizas deben obtener visas de pasaporte antes de que sea demasiado tarde y comenzar a desempeñar sus funciones”.
“En mi opinión considerada, las personas que llevan a cabo las actividades de la ruta antes mencionada deberían hacer posible la transferencia y el contacto entre nuestra red de espionaje en los Estados Unidos y nuestros funcionarios aquí en México, lo que se puede hacer de manera más efectiva en México. En cooperación, por lo tanto, con las autoridades militares y navales, se deben establecer oficinas en Laredo, El Paso, Nogales y Mexicali. Se han celebrado conferencias con oficiales del ejército y la marina con respecto a este asunto. Si esto se va a hacer, se requerirá mucha planificación con las partes en los Estados Unidos que se pondrán en contacto conmigo. Con esto en mente, con motivo de un reciente viaje a los Estados Unidos, me detuve en Nueva Orleans y Houston, y por lo que aprendí allí en esos lugares, tal cosa no había recibido la más mínima consideración”.
Este diplomático tenía una intensa comunicación con Tokyo usando las radiocomunicaciones, bajo protocolo de encriptación, para organizar una extensa red de enlaces en América del Norte. El fin era tener una estrategia de respuesta en caso de un conflicto bélico, pero al mismo tiempo reducir el estatus de funcionarios japoneses a una cantidad no especificada de agentes en México para que se hicieran pasar por civiles ante las autoridades.
Mexicali es otro punto mencionado del noroeste
Mexicali fue un punto clave de estas comunicaciones, según el documento, donde se pueden leer al menos 17 menciones en media docena de cables sobre la viabilidad de establecer una red de operación con agentes encubiertos en una ciudad fronteriza como esa en Baja California, y que a su vez estuviera estrechamente ligada a operaciones de inteligencia con Laredo, Tamaulipas, y Ciudad Juárez, Chihuahua.
El Departamento de la Defensa de EE.UU. llamaba a estos esfuerzos concatenados como ‘la organización japonesa’, mostrando una creciente preocupación por las redes de japoneses desde la Ciudad de México hasta los estados fronterizos, principalmente Baja California y Chihuahua.
En su prólogo, EE.UU. establece que México fue un fructífero campo de inteligencia para los agentes japoneses, aunque las dificultades de comunicación entre México y Tokio despertaron sospechas japonesas de que las empresas estadounidenses que manejaban estos mensajes estaban tergiversando los textos para descubrir la clave de desciframiento. Los detalles de un acuerdo militar entre Estados Unidos y México el 14 de noviembre de 1940 fueron transmitidos a Japón.
Y añade citando un cable nipón: “En caso de participación de los EE.UU. en la guerra, nuestra configuración de inteligencia se trasladará a México, convirtiendo a ese país en el centro neurálgico de nuestra red de inteligencia. Por lo tanto, tendrá esto en cuenta y, en previsión de tal eventualidad, establecerá las instalaciones para una ruta de inteligencia internacional de EE.UU.-México. La red que cubrirá Brasil, Argentina, Chile y Perú también estará centrada en México. Cooperaremos con los órganos de inteligencia alemanes e italianos en los EEUU, esta fase ha sido discutida con los alemanes e italianos en Tokio, y ha sido aprobada”.
En el caso de los migrantes de Mexicali la académica Ota Mishima destaca que fue un grupo bastante diverso en sus actividades económicas. Entre ellos destacan los agricultores que ayudaron en el desarrollo del emporio algodonero en ese valle agrícola y los pescadores que desempeñaron un papel importante en el crecimiento de la industria pesquera en Ensenada, nunca se pensó en ellos como espías, agrega la autora.
Otras versiones que contribuyen al supuesto de invasión
Otro apartado que cita una probable invasión de Japón aprovechando el Mar de Cortés está plasmado en el artículo “El supuesto complot nipo-mexicano contra Estados Unidos durante la Revolución”, del académico Víctor Kerber, publicado por El Colegio de México en 1992.
En junio de 1932, el barco japonés Kumanoíue fue detenido junto con toda su tripulación en el puerto de Guaymas, Sonora, acusado de llevar a cabo actividades de espionaje mediante sondeos marinos y levantamiento de planos en las costas de Baja California. El incidente abrió entre las autoridades mexicanas interrogantes sobre los verdaderos propósitos de Japón.
Mientras tanto en Navojoa, el 4 de mayo de 1938, por iniciativa del doctor Tokojiuro Inukai, a quien se unieron Heichi Yanajara, E. L. Ushida, los hermanos Francisco y Jesús Morimoto, José K. Okuda, Guillermo M. Kawano y Enrique J. Inukai, se constituyó la Asociación Japonesa de la Región del Mayo.
Según el cronista Hernández Salomón el objetivo fue “estrechar mejor las relaciones de México y Japón, por medio de la unificación de sus asociados en la ciudad de Navojoa y alrededores; recolección de estudios y población de datos interesantes entre los asociados; sostener un instituto e internado para sus hijos y familiares hasta la segunda. generación, con el fin de enseñarles el idioma japonés”.
Así, la Escuela Japonesa de Navojoa inició clases a finales de 1938 y hasta mediados de 1942 en una colonia Francisco Javier Yanajara, hoy en día es un fraccionamiento de clase media y el predio donde se encontraba está ocupado por una extensa residencia, justo detrás de la escuela General Álvaro Obregón, por las calles Cuauhtémoc e Hidalgo.
El contexto importa
Para el doctor Sergio Hernández Galindo es importante poner en contexto las aportaciones comerciales y culturales que los migrantes japoneses realizaron en México desde principios del Siglo XX, una relación binacional que data desde al menos 400 años, apuntó.
“En este sentido las oleadas de migrantes que llegaron a México se caracterizaron por estar conformadas por japoneses educados en algún oficio o campo del conocimiento”.
“Aquí podían trabajar y forjar un patrimonio para sus familias. El gobierno mexicano veía en ellos a migrantes con instrucción formal que podían aportar para el desarrollo del país, y para su industrialización en época posterior a la Revolución Mexicana en tanto el mundo transitaba entre dos Guerras Mundiales”, apuntó.
Hernández Galindo, investigador de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), señaló que hay que considerar el clima de polarización racial enfrentado por los japoneses en México esos años, resultado de una combinación de las campañas de odio de Estados Unidos que tenían eco en el país, y además como efecto vinculado a la intensa discriminación que el Gobierno de México realizó contra la comunidad china en la década de los años 20’s.
México, abundó, abrió varios campos de internamiento en el centro y sur del país para ‘alejar’ a migrantes japoneses de la frontera con Estados Unidos en el marco del racismo estructural implementado contra ellos y en una creciente rispidez entre Tokio y Washington por el clima inminente de un conflicto bélico tras el bombardeo a Pearl Harbor, y previamente por la guerra entre Japón-China que inició en 1937.
Hernández Galindo comentó que algunos miembros de la comunidad japonesa en México sufrieron persecución por parte de las autoridades, más por un fuerte sentimiento racista, que debido a labores ilícitas o de espionaje.
“A la fecha no existe un solo documento oficial que constate la versión de que en Sonora, ciudadanos japoneses condujeron labores de espionaje con el ánimo de invadir Estados Unidos. La idea de embarcaciones llegando a costas del Pacífico mexicano o de submarinos provenientes de Japón es francamente algo muy complicado de realizar”.
“No es posible asegurar que tal doctor (Yeda), u otros japoneses, hayan realizado tareas encubiertas en ese contexto, no hay un registro que compruebe que alguien haya sido arrestado por estos motivos en el norte del país”, aseveró el especialista.
Lo que sí es posible comprobar es el modelo de instrucción nipónico implementado en las escuelas japonesas que abrieron en México desde la década de los años 30.
“Los maestros japoneses que impartían clases en México, y esto incluye a los de Sonora, impartían clases con una fuerte ideología ultra nacionalista del imperio japonés, para formar a sus hijos en México con este tipo de valores, y también para preservar el idioma nativo con la idea de que una vez que, o terminara la guerra, o bien regresaran a su país a integrarse de nuevo a la sociedad no perdieran su lengua natural”.
“El problema es que algunos de esos niños estrictamente formados en las aulas japonesas en México regresaron a un país destruido por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, la devastación y el desplazamiento de sus familias a otros lugares provocó toda una serie de problemas y algunos hijos optaron por regresar a México, o bien no ir a Japón”, explicó el investigador.
Tal es el caso de Jesús (Kunio) Akachi, quien nació en Navojoa el 12 de marzo de 1930, y tenía 15 años de edad cuando Estados Unidos bombardeó Hiroshima y Nagasaki, cobrando la vida de más de 200 mil personas entre el 6 y 9 de agosto de 1945.
“El hambre y la desnutrición fueron unos de los más graves problemas del fin de la guerra. Una de las enfermedades que se propagó fue la tuberculosis, mal que adquirí y que me impidió terminar mis estudios en la Universidad de Waseda”.
“En 1952, debido a la terrible situación de pobreza que se vivía en Japón y a mi enfermedad, mi familia consideró que sería mejor que yo regresara a México”, narra Akachi para la revista Antropología publicada por el INAH.
El investigador Hernández Galindo recalcó que es necesario tener un panorama completo que haga un contrapeso destacando el impulso que empresarios japoneses le dieron al comercio y la agricultura para evitar que esas narrativas terminen por extender los procesos de estigmatización que tanto afectaron a los migrantes japoneses en la primera mitad del siglo XX en México.
Tokujuro, quien tuvo que venir a México para huir del racismo, es considerado como un precursor de esta actividad entre los años 20’s y 30’s, según Otha Mishima.
“Tenemos el caso de Inugai Tokujuro, migrante japonés que llegó de Estados Unidos y se asentó en Navojoa donde fundó una despepitadora, dando un gran impulso industrial a la agricultura”, explicó.
“Al cabo de los años se convirtió en el pionero de la agricultura a gran escala, en el estado de Sonora”, indica en su libro la autora.
Inugai fundó la compañía Despepitadora Río Mayo S.A. de C.V., alrededor de 1920 con inversión japonesa, la cual llegó a producir diez mil pacas de algodón por año.
“Comprender la historia de las relaciones México-Japón, sus intercambios culturales, así como las contribuciones de sus migrantes aquí es entender las claves de una colaboración entre países que buscaban el progreso”, recalcó el doctor Hernández Galindo.
“La historia de espías mencionada no soporta el peso de las investigaciones realizadas, tiene muchas imprecisiones que en su momento se le hicieron saber al autor, es un mito”, concluyó.
Por Jesús Ibarra
noro.mx