Cuida ante todo quedar bien contigo mismo, ¡eres la única persona que estará contigo toda la vida!

La vida es una interacción constante entre diferentes fuerzas y diferentes actores, en esa interacción la dinámica de dar y recibir se vuelve parte fundamental, como fundamental debe ser el hecho de cuidar nuestra participación en esta interacción para no buscar fuera de nosotros un reconocimiento que debe estar en nuestro interior.

Todos conocemos la historia del anciano, el niño y el burro. Un anciano, un niño y un burro iban por un camino y la gente primero criticaba fueran a pie cuando tenían el burro, luego criticaban fueran los dos sobre el burro forzando al animal, luego criticaban que el anciano fuera encima mientras el niño caminaba, luego que el niño fuera encima mientras el viejo iba a pie, la moraleja final es que no puede dársele gusto a todo mundo y en eso puede uno perder su propia esencia.

Si bien la moraleja del cuento anterior es muy clara, esa claridad pareciera difuminarse en la vida cotidiana donde en ocasiones lo que guía nuestro andar pareciera más bien ser el querer recibir un reconocimiento, reconocimiento que más bien debería ser buscado en nuestro interior.

Recuerdo en una ocasión la historia que me contó una religiosa (supongo a manera más bien de reflexión que de realidad concreta). Una orden de religiosas buscaba afanosamente que se reconociera a su fundadora como una persona santa. Empujaban el proceso presentando todo lo necesario para que esto se diera y todos los días iban y rezaban ante la imagen de la fundadora pidiendo su intervención para el éxito de esta tarea. La historia termina en el sentido que finalmente no se concedió el reconocimiento a la santidad de la fundadora, es así como la encargada de todo el proceso se presenta en oración ante la imagen de su fundadora para informarle de esto y dicen (aquí viene la reflexión) que la imagen hizo un movimiento y expresó unas palabras: levantó los hombros y lo único que dijo fue “ni modo”.

La reflexión de la historia anterior gira en el sentido de que para la fundadora el reconocimiento externo era algo completa y totalmente secundario, su caminar por la vida había sido otro y estaba tan completa, tan llena, tan satisfecha, que el no obtener el reconocimiento externo realmente no tenía mayor trascendencia.

Lo anterior no quiere decir que nos convirtamos en islas donde no consideremos a los demás, lo que quiere decir es que pongamos los caballos delante de la carreta (como coloquialmente se dice), es decir, que el orden de ideas en cuanto a prioridades en nuestra vida sea el correcto.

Piensa por un momento en toda esa gente que en ocasiones has tratado de agradar, ¿dónde están?, tal vez algunos sigan en tu vida, pero otros, muchos otros, ya habrán pasado por ello. Entonces, ¿dónde quedó ese esfuerzo por obtener su reconocimiento? Lo que es peor: ¿qué pasa cuando las exigencias de los demás son contradictorias no solo entre ellos sino contigo mismo?

La claridad en la vida implica que uno sabe concretamente qué es lo que uno desea, como piensa conseguirlo, pero, y más importante, que puede uno responder a los ¿qué? y ¿para qué? con lo que le da sentido a la existencia. Y así, en esa claridad, el reconocimiento externo se vuelve secundario pues la satisfacción del andar por el camino elegido hace satisfactorio simplemente recorrerlo.

La vida está llena de retos, de desafíos, de luchas, en la medida que nuestros esfuerzos estén dirigidos y motivados desde y por nosotros mismos, podremos aspirar a una vida plena donde la satisfacción por la realización personal sea nuestro principal reconocimiento.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial – Gestión Universitaria – Liderazgo Emprendedor

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