Transfiguración, 2024
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia” Marcos 9,2-10
Cuaresma es camino de esperanza radiante con promesa garantizada. La cabeza encenizada va dando lugar a la cabeza en alto, radiante, gracias al milagro de la Luz Pascual. Este gran tiempo de conversión apunta hacia el futuro luminoso que solamente Dios Todopoderoso puede dar, que “ni ojo vio ni oído oyó”.
De pronto, sólo vemos las tentaciones del instante que nos aprisiona… Esto se nota más en la cultura posmoderna que privilegia lo inmediato, los resultados medibles y útiles… Lo rutinario de la vida con frecuencia nos hace gente que nada en la nada y se tira ‘de muertito’ en la vida. No hay duda que necesitamos ciertos momentos de esplendor, no sólo de relax.
Nos viene muy bien un momento lleno del brillo que todo lo ilumina y enciende; una palabra de ánimo después de algo que hicimos bien; un gesto de perdón después de haber metido la pata; una sonrisa después de una batalla que nos ha estresado; un apretón de manos después de un desencuentro; la satisfacción de un pequeño triunfo en medio de la rutina gris… Entonces la vida recupera fuerzas y el horizonte se ensancha; vale la pena -decimos para consumo interno- seguir escalando en la montaña de la vida.
Vivimos el segundo domingo de la Cuaresma, año 2024. Jesús acaba de anunciar a los suyos la forma de muerte que le espera. Intento comprender la reacción ‘primaria’ de Pedro. Caminan a Jerusalén y los acontecimientos pudieran acabar con su esperanza ilusionada. De seguro se preguntan si vale la pena seguir a alguien que tiene como futuro una pronta y violenta muerte.
Jesús toma entonces a Pedro, Santiago y Juan y se transfigura. Por un instante deja ver todo el misterio de luz que encierra su persona. Una voz lo confirma: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”. Todo transcurre en un abrir y cerrar de ojos… El momento es suficiente para reconstruir la esperanza, recobrar la fe y seguirlo a donde sea, cuando sea… Los amigos vuelven a la vida diaria a cultivar la esperanza paciente, activa, alegre… El momento es suficiente para bajar del monte, levantarse y seguirlo incondicionalmente, incluyendo el sufrimiento y la muerte.
Iniciamos la segunda semana de nuestro caminar cuaresmal.
¡Qué duro se hace seguir la marcha cuando perdemos el horizonte total de la vida y la esperanza se apaga! Con frecuencia oímos historias de desesperanza y experimentamos desencantos, decepciones, frustraciones. La sabiduría popular intuye, desde la fe en el Resucitado, que sí hay motivos para seguir, y afirma con seguridad filial: ‘Dios aprieta, pero no ahoga’.
Solamente si volvemos a Cristo puede haber transfiguración. Con Él hay siempre una chispa que puede volver a encender esperanzas cansadas, apagadas, perdidas… El futuro que Dios nos promete y garantiza en Cristo es infinitamente más grande que nuestras cortas metas y el desencanto que causan las ‘noticias falsas’ y las promesas convenencieras. Si seguimos realmente a Cristo vamos a encontrar un Tabor en el camino.
Con mi bendición cuaresmal.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas