El origen de la «media naranja»: una historia de soberbia, ira, castigo y miseria

Feb. 14.- Encontrar nuestra media naranja. ¿Cuántos de nosotros hemos pasado infinitas noches despiertos deseando conocer por fin a esa otra mitad redonda y cítrica mientras escuchábamos baladas lacrimógenas y volvíamos a mirar «Notting Hill» por enésima vez? Si hubiéramos conocido la historia que dio origen al mito, tal vez nos hubiéramos ahorrado algo de desasosiego: nos llegó como una historia de amor, pero en realidad tiene mucho de soberbia, castigo y miseria.

Primero hay que viajar en el tiempo. Lugar: Grecia. Fecha: siglo IV a. C. Protagonista: Platón, figura clave de la filosofía griega clásica, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles.

Cerca del año 370 a. C, Platón escribió una obra que aborda el amor, ese ¿misterio? que nos mantiene ocupados en San Valentín y, a muchos de nosotros, también los otros 364 días del año. Se llama El banquete.

La trama planteada por el fundador de la Academia es sencilla. El poeta Agatón invita a un grupo de personajes de la época a una gran «comilona» en su casa y deciden debatir sobre el amor. El simposio se conforma de seis discursos que Platón escribe y pone en boca de estos personajes reales, entre los que destacan dos que plantean una diferencia fundamental en la comprensión del amor: el que Platón le asigna a Aristófanes y el que Platón le asigna a Sócrates, tal como explica el filósofo y autor argentino Darío Sztajnszrajber.

El mito de la media naranja, también conocido como mito del andrógino, está en boca del comediógrafo Aristófanes.

Aristófanes plantea que, en el origen, la naturaleza humana era muy diferente a la actual. Había tres de clases seres humanos: los de sexo masculino, los de sexo femenino y los andróginos, que contienen lo que para Platón son los rasgos definitorios del hombre y de la mujer al mismo tiempo. «Tenían todos los hombres la forma redonda, de manera que el pecho y la espalda eran como una esfera y las costillas circulares, cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras fijas a un cuello orbicular y perfectamente parecidas; una sola cabeza reunía estas dos caras opuestas la una a la otra; cuatro orejas, dos órganos genitales y el resto de la misma proporción».

En palabras de Sztajnszrajber, todo estaba duplicado, incluidos los genitales. Había seres humanos con dos genitales masculinos, seres humanos con dos genitales femeninos y seres humanos con un genital masculino y un genital femenino.

Eran más fuertes de lo que somos nosotros, por supuesto, y con sus cuerpos «robustos y vigorosos» tomaron una decisión atrevida, dice Aristófanes: «subir hasta el cielo y combatir contra los dioses». Los dioses tenían que castigarlos. Podrían haberlos exterminado, como habían hecho con los gigantes, pero tenían que tomar en cuenta que los humanos les ofrecían sacrificios, les rendían culto: les eran de utilidad. Entonces Zeus llegó a esta solución: «Creo haber encontrado un medio de conservar a los hombres y de tenerlos más reprimidos, y es disminuir sus fuerzas. Los separaré en dos y así los debilitaré y al mismo tiempo tendremos la ventaja de aumentar el número de los que nos sirvan: andarán derechos sostenidos solamente por dos piernas».

Y ahí pasamos de ser esferas cuadrúpedas como naranjas a bípedos más parecidos a espárragos. Y entonces las cosas se nos complicaron.

Las mitades «se empezaron a morir en la melancolía por reintegrarse a la unidad originaria imposible», explica Sztajnszrajber. Apolo le avisó a Zeus lo que estaba sucediendo y Zeus inventó el amor. «El amor va a crear la fantasía para que […] piensen que pueden volver a reconciliarse con su otra mitad y entonces volver a ser uno», dice el filósofo argentino, autor de El amor es imposible y Filosofía en 11 frases, entre otros libros.

No es, por tanto, una búsqueda hacia adelante sino hacia atrás, es el intento de «volver a recuperar nuestra naturaleza originaria», agrega Sztajnszrajber. Porque originariamente éramos plenos, no nos faltaba nada, pero por soberbia quisimos desafiar a los dioses y nos castigaron quitándonos una mitad.

Cuando las medias naranjas se unían…

Las mitades salieron entonces en búsqueda de aquello que les faltaba. «Cuando se encontraban se abrazaban y unían con tal ardor en su deseo de volver a la primitiva unidad, que perecían de hambre y de inanición en aquel abrazo, no queriendo hacer nada la una sin la otra», dice Aristófanes. «Cuando una de estas mitades perecía, la que la sobrevivía buscaba otra a la que de nuevo se unía, fuera ésta la mitad de una mujer entera, lo que hoy llamamos una mujer, o un hombre, y así iba extinguiéndose la raza».

Entonces Zeus volvió a cambiar las reglas y los órganos, que habían quedado en la parte trasera de esos humanos incompletos, pasaron a estar delante. Y así, cuando se unían hombre y mujer, podían procrear evitando el fin de la humanidad.

«De ahí procede el amor que naturalmente sentimos los unos por los otros, que nos vuelve a nuestra primitiva naturaleza y hace todo para reunir las dos mitades y restablecernos en nuestra antigua perfección», dice el texto. «Cada uno de nosotros no es por tanto más que una mitad de hombre que ha sido separado de un todo de la misma manera que se parte en dos un lenguado. Estas dos mitades se buscan siempre».

El mito de Aristófanes es el que, probablemente, ha llegado con más fuerza a nuestros tiempos. Y sin embargo, dice Sztajnszrajber, probablemente no era lo que Platón esperaba. «Se supone que Platón lo odiaba a Aristófanes y le hizo decir el discurso más tonto y ese es el que recuerda la humanidad», explica. «Justo lo que Platón no quería que sucediera».

Por Ángela Reyes Haczek

cnnespanol.cnn.com

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