Sembrar en todo tiempo
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Una vez salió un sembrador a sembrar”
Mateo 13, 1-23
Me imagino toda la vida, con sus etapas y ciclos, como la tierra propicia para sembrar semillas de todo tipo. Sabemos que no basta sembrar; el cultivo es indispensable para recoger los frutos soñados y anhelados. ¿Qué frutos? ¿Cuánta cosecha? Depende de qué sembremos y cómo lo cultivemos. ¿Quién o quiénes lo disfrutarán? El fruto no se come a sí mismo.
Suele suceder que en el trayecto de la vida aparecen altibajos, tanto en la siembra como en el cultivo. En algún momento nos preguntamos para quién trabajamos, en qué momento y cómo terminará todo. Cuando llega la adversidad pensamos que nuestros proyectos se vienen abajo. Las crisis nos prueban de qué estamos hechos, para quién sembramos… La fe en Dios es crucial para convertir las crisis en oportunidades. Sembrar semillas de esperanza es regar responsablemente la tierra para que haya abundantes frutos de caridad.
Me impresiona en la parábola de este domingo la firme determinación del sembrador: “salió a sembrar”. Amor a prueba de todo, confianza total en el ser humano, conocimiento del clima, la semilla, la tierra… Imaginemos el rostro sudado y confiado del sembrador que espera buena cosecha. En el hecho mismo de salir a sembrar está ya presente un futuro de abundancia y saciedad. La misma semilla lleva dentro de sí la potencialidad de la esperanza que un día se cumplirá.
Nuestra firme convicción es que Dios sale a sembrar en todo tiempo, también en tiempos de sequías varias. No tira la semilla y se retira; trabaja siempre, no descansa. Dios siembra la simiente del Reino en el campo del mundo y en la parcela de nuestras historias; confía en que todo ser humano posee la capacidad de dar frutos. La hora de Dios abarca todas nuestras horas y tipos de tierra.
La parábola da a entender que no todo depende del sembrador, ni de la semilla. Hay otros factores que pueden hacer fracasar la esperanza de la cosecha… A unos la semilla les cuestiona, a otros les moviliza para entender, a otros les deja indiferentes. La semilla que a unos les provoca para la acción a otros les aburre. Es la cruda y emocionante realidad de la libertad que acoge, rechaza, o ‘le vale’… Acoger la semilla del Reino y hacerla fructificar exige la humildad de la fe, disponibilidad generosa, trabajo perseverante, esfuerzo compartido, esperas confiadas…
El hecho de que Dios salga todos los días a esparcir la semilla significa que no se han acabado las oportunidades. Los tiempos de polarización que vivimos también pueden ser tierra buena para sembrar las semillas del amor al prójimo que piensa diferente y tiene otra visión de la vida y su futuro. Las semillas de reconciliación son las mejores para sanear y reconstruir el tejido social.
Sigamos cultivando la esperanza de disfrutar la cosecha de la paz y el gozo, frutos de la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros.
Con mi afecto y bendición.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas