Volver a la iglesia

Mons. Sigifredo Noriega Barceló

“Lo reconocieron al partir el pan” Lucas 24-13-35

Seguimos viviendo los remanentes de la crisis sanitaria/social/económica que inició hace tres años sin nuestro consentimiento.  No ha sido fácil; no estábamos preparados para ello. Nunca imaginamos que viviéramos estas situaciones; nuestros planes eran otros… Ahora estamos de regreso a lo que hemos llamado la nueva de la ‘nueva normalidad’. En estos momentos reflexionamos, valoramos, rezamos, deseamos, proyectamos… Volvemos a nuestra Jerusalén, a nuestra Galilea, donde inició todo.

No estamos acostumbrados a hacer y gestar planes a largo plazo…  Vivimos al día… Me he acordado de los discípulos de Emaús que esperaban mejores tiempos sin creer, ni esperar y, mucho menos, trabajar para hacerlo realidad («nosotros esperábamos que…»).  Ellos, en ese momento, no eran capaces de ‘mirar lejos’, más allá de su tristeza, de lo inmediato («¿no sabes lo que ha pasado ayer en Jerusalén?»). Cuando reconocen y se encuentran con el Señor Resucitado, cambian su mirada y su visión de la vida. Para ello, tienen que volver a escuchar al Maestro, atender su testimonio, creer/aceptar que el Crucificado es el Resucitado. Sentarse a la mesa eucarística con Él será el signo fundamental para el futuro.

Los cristianos resucitados estamos llamados y urgidos a ser servidores y constructores de esperanza; a mirar tan lejos como la fe en el Señor alcance para transformar y trascender. La esperanza no defrauda, pero necesita de decisiones, gestiones y acciones concretas. Los discípulos de Emaús tuvieron que volver a la comunidad para seguir viviendo y alimentando su esperanza. Nosotros hemos tenido que regresar a la comunidad originaria: la familia, la parroquia, el grupo, la Iglesia.

Los gestos de escuchar la Palabra y celebrar la Eucaristía siguen siendo actualizados cada vez que la Iglesia se reúne en comunidad para celebrar los santos misterios. Es entonces cuando a los discípulos de este tiempo «se les abren los ojos» y descubren a Jesús como alguien que alimenta su vida, los sostiene en el cansancio y fortalece por el camino. 

Hemos de aprender una de tantas lecciones de Emaús en tiempos de mediciones por percepciones: volver a la familia, a casa; es lo óptimo. Hay gente que ha abandonado a su familia de sangre y a la familia de fe, como aquellos discípulos de la primera hora. La solución está en rehacer los vínculos con el Señor Resucitado, la familia, la Iglesia… Insistimos en volver a casa, a quedarse en casa, a ser parte –otra vez- de la única comunidad que nos garantiza la seriedad/pertenencia/perseverancia del amor. Todo lo demás es correr un riesgo de perderlo todo, para siempre. 

Son muchos los desafíos que vienen ‘después de que pase todo esto’. Nuestra seguridad está en la familia y en la fe que hemos recibido en ella. Aceptar las presencias del Resucitado y la de nuestra familia es el inicio de una vida nueva y la garantía de perseverar hasta llegar al término del camino: la eternidad. 

Dejémonos transformar por el Señor de Emaús… “Quédate con nosotros, Señor”, le pedimos desde la situación que vivimos.   

Con mi bendición pascual desde Roma, en ‘visita ad limina apostolorum’.

Originario de Granados, Sonora.

Obispo de/en Zacatecas