60 años de ‘Alarma!’: el morbo y la muerte por un peso

El 17 de abril de 1963 se publicó el primer número del tabloide que hizo de lo sangriento periodismo. Su cobertura de Las Poquianchis inspiró a Felipe Cazals para filmar su cinta homónima y a Jorge Ibargüengoitia para escribir ‘Las muertas’.

ESPECIAL, abr. 16.- Fue criticada por parecer un catálogo de “malas prácticas” periodísticas y juicios sumarios a victimarios y a víctimas. Un marco de referencia de lo tétrico. Y, según Carlos Monsiváis, el espacio donde pudimos asomarnos a la “mala suerte” y a la “voluptuosidad de lo horripilante”. Todo eso fue Alarma!, el semanario policiaco que, desde su primer número, publicado hace 60 años, el 17 de abril de 1963, hizo de lo sangriento periodismo.

En sus páginas no hubo mesura, solo morbo. Sus brutales fotografías alimentaron los más vergonzantes placeres de los lectores. Trancazos de realidad a doble página: la muerte revelada en todas las formas imaginables e incluso aquellas que resultaban insólitas y absurdas. Su periodicidad era arbitraria, su primer número apareció un miércoles, aunque el día que perduró para su salida era los lunes.

Vistas de reojo o a escondidas, las historias que se publicaron en este semanario, editado por Publicaciones Llergo y creado por el periodista Carlos Samayoa Lizárraga, quien falleció el 9 de abril de 1996, recuerdan nuestra fragilidad como seres humanos: un pequeño accidente o una imprudencia pueden reventar el delgado hilo sobre el que caminamos. También sacan a flote nuestro lado más salvaje y de lo que somos capaces de hacer en una situación límite: el victimario en el espejo.

Muchas fueron las historias que se contaron en su medio siglo de vida, antes de publicar su último número, el 17 de febrero de 2014, en medio de una insalvable crisis económica. Aunque no fueron años ininterrumpidos. Hubo una pausa de cinco años debido a que el presidente Miguel de la Madrid (1982-1988) prohibió su publicación con el pretexto de la “renovación moral” que impulsaba su gobierno. En la época, se leyó como un intento por afectar a la revista hermana, Impacto, que lo tenía bajo la lupa.

En una especie de autoplagio, Samayoa Lizárraga decidió entonces editar otra publicación, exactamente igual a la censurada, solo con un pequeño cambio: ahora con el título ¡Peligro! (con doble signo de admiración) y con el lema “Tragedias del pueblo”. Aunque tuvo buena aceptación, en 1991 regresó Alarma!, que para entonces ya era reconocida como la mejor entre las de su tipo, no solo en México, también en Estados Unidos, Francia, Holanda, Bélgica y Japón, donde logró tener fieles lectores.

Publicación de culto

En todos estos años, Alarma! traspasó las fronteras del periodismo policiaco y se insertó en la cultura popular. Muestra de ello son las múltiples influencias que ha tenido en escritores, académicos, periodistas, dramaturgos, cineastas y músicos. Incluso, ya valorada como una publicación de culto, la revista inglesa Bizarre le dedicó amplios reportajes, mientras que libros japoneses especializados en imágenes gore han destacado su estética sangrienta.

Uno de sus casos más emblemáticos fue, desde luego, el de las hermanas González Valenzuela, que prostituyeron y asesinaron a decenas de mujeres en prostíbulos ubicados en Guanajuato, Jalisco y Querétaro: Las Poquianchis.

Fue el primer golpe periodístico de la revista —para entonces con apenas un año de vida— el cual fue descubierto al mundo por su reportero estrella, Jesús Sánchez Hermosillo. Serviría de inspiración a Felipe Cazals para filmar su película Las Poquianchis (1976) y a Jorge Ibargüengoitia para escribir su novela Las muertas.

También destacan sus coberturas sobre el asesinato de John Lennon (1980), con la cual se superó por primera vez el millón de ejemplares vendidos, las explosiones en San Juanico (1984), el crimen del periodista Manuel Buendía (1984), el terremoto del 19 de septiembre de 1985, así como los asesinatos del candidato priista, Luis Donaldo Colosio (1994), y el del conductor de televisión Paco Stanley (1999). En estos casos, los tirajes rebasaron los dos millones de ejemplares.

Hasta la fecha también se recuerda la canción “Alármala de Tos”, que el grupo de rock Botellita de Jerez compuso en 1990, tomando como referencia notas periodísticas del semanario, en especial la historia de La Lola, una adolescente que fue abusada por sus padres y por policías. En 1996, Café Tacvba hizo el cover de esa canción. Otro grupo, Víctimas del Doctor Cerebro también se inspiró en la historia de la tamalera de la Portales, que vendía tamales con carne humana, de la que dio cuenta el semanario para su éxito de 1993 “La tamalera”.

Alarma! no fue desde luego la primera publicación policíaca en México, pero sí la más contundente. Es heredera de un cúmulo de secciones especializadas y revistas que se publicaban con regularidad desde las primeras décadas del siglo XX. Primero hicieron lo suyo periódicos como El Popular, que en su lema prometía reflejar “la realidad como un espejo”.

Para los años 50, se vendían con éxito publicaciones especializadas como Nota roja, ¡Manos arriba!, Magazine de policía y Mundo policiaco, estos dos últimos editados por el periódico Excélsior. Todos ellos ofrecían una selección de “historias sensacionales” ocurridas en otras partes del mundo; se acompañaban con retratos en vida de las víctimas o con ilustraciones hechas a lápiz.

Con esos antecedentes, Samayoa Lizárraga concibió Alarma!, que desde el primer número se planteó un nuevo estilo informativo. Su objetivo: una publicación que verdaderamente “alarmara” al dar a las noticias un tratamiento profundamente cruento. Incluso tuvo algunas imitaciones como Alerta!, Enlace Policíaco! y Custodia!

Solo faltaba un logotipo apropiado. Samayoa Lizárraga creó la palabra Alarma! con una tipografía que remite a la que se formaría si se trazara con un dedo ensangrentado; la palabra, impresa en tinta negra, aparece enmarcada en un fondo amarillo. Y sí, siempre tuvo un solo signo de admiración. Abajo se leía la leyenda: “Únicamente la verdad”. Su costo era de un peso.

La primera portada

Se trató de la historia de una exvedette que vivía recluida en una cárcel de mujeres en Iztapalapa, acusada de contrabandear casimir inglés. El reportero Raúl Suárez escribió: “En las páginas siguientes encontrará el lector una versión completa del sensacional caso de una linda y joven mujer que fue artista, comerciante y hoy, presa”. Su nombre era Aída Araceli Farrera Carrasco, quien gozó de las mieles del éxito “en la época del desnudismo en el cine gracias a su maravilloso cuerpo y a su distinguida presencia que la llevó al mundo de las cámaras y las tablas”, relata Suárez.

No contaba con que agentes de la Procuraduría de la República catearían indebidamente su casa, y que luego sería recluida en la cárcel de mujeres, sin siquiera ser enjuiciada.

De nuevo el reportero: “La escultural y bella exvedette estaba acostumbrada a las candilejas, al bullicio de los públicos y al esplendor de la popularidad. No obstante, hoy en su entorno todo son sombras, rejas y silencio”. En esa primera portada también se reportaba el asesinato de una mujer a manos de un “chacal”: “Asesiné a Edilberta porque la amaba”. Y en el sumario: “Cínica confesión del padrastro que pasará 40 años en prisión”.

Miradas que juzgan

Desde su aparición, y tal vez aquí la clave de su éxito, el semanario llevó al límite lo que ya hacían otras publicaciones: los cadáveres se mostraban más brutales y el uso del humor negro, aquí negrísimo, resultaba despiadado.

Así, los cuerpos calcinados, mutilados, ¡sin rostro!, aparecen con titulares que aligeran la tragedia: “Sonó un tiro y Juan Manuel solo dijo: ¡Ay!”, “Le gritó: ¡te voy a matar!, y que lo va cumpliendo”, “Del más allá le dijeron: ¡mátala! En el más acá ya ordenaron: ¡Enciérrenlo!” o “Jaló la cobija, cayó la pistola, murió Ramón”.

Estas cabezas, creadas por Samayoa Lizárraga, fueron acaso el mayor distintivo de la revista. Cómo olvidar la más célebre de todas, “Matóla, violóla y encostalóla”, que quedó grabada en la mente de los mexicanos. Quien la escucha, dibuja una pequeña sonrisa y recuerda alguna historia leída en un viejo Alarma!, “esa revista que, mientras se lee, debe escurrirse en una cubeta”, como decían sus lectores.

Aquí, las cabezas también juzgan: los adjetivos son aplastantes y enjuician al “mujercito”, a la “hombrecita”, al “hippie greñudo” o al “casado rabo verde”. El ridículo como forma de castigo por todas las fechorías cometidas por “el vil raterazo, el viejo calenturiento, la mala madre o el hijo ambicioso y sin escrúpulos”. Nadie queda a salvo: asesinos en serie, ladrones, prostitutas, funcionarios, amas de casa, niños e incluso animales; todos, sin excepción, pasan por la filosa cuchilla de sus páginas.

Sobre esta mirada inquisidora, escribe Monsiváis en su libro Los mil y un velorios: crónica de la nota roja en México (1994): “Los cadáveres hacen alarde de su abandono o su descomposición, las prostitutas se enfrentan a la cámara que es la mirada reprobatoria, los criminales se dan tiempo para elegir su pose más temible, los travestis ríen o se apenan entre risitas, las niñas lanzan contra los sátiros el índice de la virginidad aplastada”.

“El morbo es la noticia”

El escritor Ignacio Trejo Fuentes, entrevistado en 2013 por este reportero sobre Alarma!, consideró que la revista es fundamental en el periodismo mexicano, pues registró con profunda exactitud las tragedias que forman parte de la vida misma.

“La nota roja no la hacen los periodistas, los editores o los dueños de los medios de comunicación. La nota roja la hace la vida. Es indispensable que se den noticias policiacas, porque la vida no es color de rosa ni es una fiesta. Así que ni modo: los periodistas debemos estar ahí y registrarla.

“Porque, ¿qué es el periodismo? El periodismo es un registro diario del palpitar del mundo. El análisis, la editorial o la interpretación son otra cosa. El periodismo, y esto es claro, se finca en la nota informativa, y la nota, para bien o para mal, se finca en actos terribles”.

“Alarma! ha sido mi terapia”

Para Miguel Ángel Rodríguez, quien trabajó en Alarma! durante más de tres décadas, los últimos diez como director, el éxito de la publicación se debe a dos cosas: al morbo natural que los humanos tienen por lo grotesco y lo prohibido, y porque sirve como un aliciente para quien no tiene nada.

“Hay mucha gente que es pobre, que no tiene dinero para comer, pero que al ver una revista como Alarma! dice: ‘Pues no estoy tan jodido, no importa lo desastrosa y miserable que pueda ser mi vida, este güey está peor porque está muerto’. El otro está peor justamente porque ya no está”, expresó Rodríguez en una entrevista sostenida en 2007 con este reportero.

A los 17 años de edad Rodríguez comenzó como mandadero. Después aprendió a hacer notas y a maquetar el semanario, hasta que se convirtió en el asistente del director, Carlos Samayoa Lizárraga, y luego de Daniel Barragán, también director. Después de aprender el trabajo que se hace en la redacción, y tras el fallecimiento de Barragán, terminó al frente de la revista.

“Yo nunca estudié la carrera de periodismo. Fui nada más a la secundaria, luego anduve un añito de vago, y después me metí a trabajar como mensajero. Recogía las notas del interior de la república que mandaban todavía por paquetería y bueno, ya sabes, a ir por los chescos y las tortas. Poco a poco empecé a aprender todos los secretos para hacer una revista”, recordó Rodríguez, quien en un cajón de su escritorio guardaba celosamente varias carpetas que contenían las “fotos prohibidas” que ni Alarma! se atrevió a publicar.

Obsesivo lector de biografías de asesinos en serie y poeta —era conocido como el Poeta de Ceylán— Rodríguez pasó tres cuartas partes de su vida conviviendo con la muerte, incluyendo la de familiares cercanos, y eso lo convirtió en una persona un tanto indiferente ante todas las tragedias que lee a diario.

“Me dicen que soy muy frío, que no tengo sentimientos, pero no. Lo que pasa es que ya lo veo natural; a estas alturas ya no puedo ver nada peor de lo que he visto. Además, yo también tengo a mis muertos. Vi a mi padre muerto cuando tenía ocho años y cargué el cadáver de mi hermano, pero ya no lloro, además de que nunca he sido muy chillón”.

Sobre la veracidad de los escalofriantes relatos publicados por la revista, aclaraba: “Alarma! no manipula nada. Tenemos muy mala fama de que somos amarillistas o sensacionalistas, pero no. Si te decimos que fueron 23 balazos, es porque fueron 23 balazos. Nunca hemos recibido una aclaración por algo que no fuera cierto. La saña en los crímenes que reportamos es tal, que no necesitamos inventar nada.

— ¿Qué ha significado para ti trabajar en esta revista?

“Me ha servido incluso como terapia, saber que un empujón en el Metro me puede costar un piquete o una golpiza. O que por decirle un piropo a una mujer me pueden asesinar. Sé que tengo que portarme bien para no salir en las páginas de Alarma! En tantos años no me he vuelto violento y hasta ahorita no he matado a nadie”, aclara.

Miguel Ángel Rodríguez falleció de un infarto fulminante dentro de las instalaciones del metro Balderas el 16 de marzo de 2014, justo un mes después del cierre definitivo de Alarma! El director se salvó de salir en las páginas de su semanario, que también murió y ya no volvió a publicar nada.

www.milenio.com

Botón volver arriba