AMLO: el complot y el laberinto
ESPECIAL, ene. 13.- La UNAM dijo con todas sus letras que la tesis de licenciatura de la ministra Yasmín Esquivel es una “copia sustancial” de otra presentada un año antes. No hay duda: el veredicto es que tenemos una ministra de la Suprema Corte que presentó como propia una tesis que ella no escribió, sea porque la plagió directamente, o sea porque la compró a la tutora Martha Rodríguez Ortiz. Plagió, mintió, pataleó, manipuló, volvió a mentir. Sin embargo, para el presidente ella es solo una víctima indirecta, porque el escándalo no tiene otro fin que atacarlo a él. Todo fue un complot para evitar que la ministra Esquivel, a quien él apoyó abiertamente, presidiera la Corte.
El Metro de la Ciudad de México acusa desde hace años falta de mantenimiento y descuido. Todos los días se reportan en promedio 1.7 fallas y solo se atienden la mitad de las demandas de reparación. Cada año el gobierno de Morena recorta más y más el presupuesto para el sistema de transporte masivo más importante del país. La semana pasada una joven perdió la vida y decenas de pasajeros quedaron heridos tras el alcance de dos trenes, sin embargo, el presidente no se solidarizó con las víctimas sino con la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, porque es tiempo de campañas. Para el presidente no es un problema técnico, sino un complot en su contra y decide gastar mil millones de pesos no para dar un mejor servicio a los ciudadanos sino para militarizar la seguridad del Metro.
La pérdida del referente moral al no condenar el caso de la ministra Esquivel y la militarización de las instalaciones del Metro como respuesta a los “incidentes” representan dos derrotas para el discurso moralizador y pacificador del presidente -los dos puntales de la propuesta de la llamada Cuarta Transformación- que comenzó el 2023 en reversa.
La idea de complot es un elemento que ha acompañado a muchos presidentes en el final de su sexenio, particularmente a Gustavo Díaz Ordaz y a José López Portillo. Andrés Manuel López Obrador es muy afín a este tipo de interpretaciones. El problema no es solo la distorsión de la realidad, normal en cualquier poderoso, que es al mismo tiempo un hombre hiper informado y alejado del mundo, sino las decisiones que se desprenden de este aislamiento.
El complot, decía Umberto Eco, nos consuela, porque nos hace sentir que la culpa no es nuestra. Siempre hay otro responsable de nuestros males. El complot es una de las formas más truculentas de evasión de la realidad, una suerte de paranoia política donde lo único fijo es el sujeto victimizado, parado, como buen narciso, frente al espejo de la historia. Y, como lo escribió Jorge Luis Borges, solo basta enfrentar dos espejos para crearnos un laberinto.
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