¿El periodismo nos está envenenando?

Y cómo desde la discusión más ociosa hasta la más trascendente pone la narrativa mediática en el centro

ESPECIAL, nov. 14.- De Buenos Aires he vuelto con una de las peores gripes de mi vida.

Y con la memoria de esta gran charla que compartí con Javier Saul en el Foro Internacional de Periodismo de FOPEA.

Escribo este newsletter antes como lector que como periodista o analista de medios.

Pasa que como consumidor de noticias me siento fastidiado.

Fastidiado de que para todo hecho se produzcan discusiones sin más fin que manifestar posiciones extremas.

Fastidiado del descaro con que los medios toman posición a favor o en contra de algo sin pasar por los matices.

Fastidiado de periodistas que sostienen que lo siguen siendo pero que en la práctica han empeñado su opinión a un personaje sin más finalidad que la viralidad por sí misma.

Fastidiado de los medios que permiten que gobernantes y políticos los utilicen como armas de propaganda retomando cada frase y cada performance que hacen.

Pero también fastidiado de una sociedad que en todo ve engaño y opacidad cuando no encaja con su visión de la vida.

Hoy ni siquiera una imagen vale más que mil palabras.

Los hechos son lo de menos ante el debate infinito frente a toda noticia de mediana trascendencia.

A estas alturas es complejo definir si el periodismo está envenenando a la sociedad o si la sociedad está envenenando al periodismo.

Son dos fenómenos que se alimentan a sí mismos.

Los medios que de plano perdieron el recato para irse hacia uno u otro lado según les convenga.

Y la sociedad etiquetándolos en tal o cual lugar provocando que todo lo que esos medios documenten, aún probado y bien presentado, carezca de valor dado que tiene “una agenda propia”.

Este domingo, ya en México, me motivó a escribir del tema.

Tres hechos acapararon la atención del país.

Los tres con distintos niveles de relevancia.

Los tres con descalificaciones y acusaciones hacia los medios.

Los tres con palabras de odio, xenofobia o clasismo.

La marcha en defensa del Instituto Nacional Electoral tuvo en Twitter su reflejo más nauseabundo.

Una tendencia decía “El INE no se toca”.

La siguiente hablaba de “la marcha de los pendejos” (en español mexicano significa “tonto en extremo o estúpido”).

En una y otra era posible encontrar tanto tuits de ciudadanos como de bots, de políticos y de los propios medios.

Unos asegurando que la marcha había sido un éxito con hasta 500 mil asistentes.

Otros asegurando que no fueron más de diez mil.

Esta es apenas una de las lecturas disímiles que una misma persona podía encontrar en su timeline.

Pero en la víspera, los medios y creadores que se alinearon a los deseos del gobierno se concentraron en la siempre efectiva promesa populista de recortar gastos con la reforma electoral.

Y omitieron mencionar, porque así les convenía, que dentro de los movimientos que se incluyen está que el gobierno mismo tenga facultad para proponer candidatos a consejeros electorales.

Y que estos, frente a la necesidad de ganar a través del voto ciudadano, estarían tentados a acercarse a las estructuras de los partidos políticos para llamar a la ciudadanía.

Los medios opositores al gobierno hicieron lo contrario.

Concentrarse en esas maniobras del gobierno para perpetuarse en el poder y olvidarse de una necesaria revisión a los gastos en que incurre el Instituto Nacional Electoral.

¿Es positivo que en Twitter una marcha pacífica pueda ser calificado por otros como “la marcha de los pendejos”?

¿En verdad la idea que tenemos de una plaza pública es que se convierta en un escenario de descalificaciones en que todos mienten y extreman opiniones?

¿Alguien de verdad se siente mejor o cuando menos satisfecho informativamente después de tanto intercambio de fuego?

Hasta hace no tanto el consumo de medios se hacía tomando un café a la hora del desayuno.

O sentado en un sillón viendo el noticiero de la noche.

El consumo decidido de información llamaba a informarse en un contexto de calma o tranquilidad más allá de los hechos que rara vez encajaban con ello.

Dado que el poder se concentraba en los medios hubo espacio para la manipulación descarada.

De ahí que la producción de noticias se descentralizara.

Que habláramos en un principio de periodismo ciudadano y que incluso hoy Elon Musk lo presuma como parte de su promesa para un nuevo Twitter.

Pero el propio Elon se equivoca cuando concluye que más periodismo ciudadano requerirá medios más precisos.

En la práctica se ha demostrado que la creación de periodismo independiente es igual o más susceptible de ceñirse a intereses distintos al compromiso con la audiencia.

Hay medios de izquierda y de derecha.

Hay creadores de izquierda y de derecha.

E incluso puede afirmarse que en lo que respecta a la opinión, los creadores o “periodistas” independientes actúan aún más como aparatos de propaganda que los propios medios.

Antes la información resultaba estresante.

Pero al menos entendíamos su momento en nuestro día.

Ahora está ahí en todo momento.

Abrimos una plataforma y nos encontramos con información cargada de melodrama narrativo y descalificaciones populares.

Pasó con la marcha del INE.

O de los pendejos, según quien lo lea.

Pero ocurrió también en la Fórmula 1.

Ahí donde no había mucho que cuestionar, hubo insultos y descalificaciones.

Frente al hecho de que Max Verstappen desobedeciera las órdenes de su equipo para regresarle la posición a Checo Pérez, uno de los comentaristas oficiales de la Fórmula 1 tuvo que salir a denunciar ataques xenófobos por ser mexicano.

Esa gente tenía decidido a priori que cualquier defensa hacia Checo Pérez tenía una carga nacionalista antes que una basada en los hechos.

Esos que indican que a Max desde que Checo le cedió su posición se le pidió que le devolviera la posición en caso de no superar a Leclerc.

A Checo Pérez se le descalifica por ser un piloto mediático desde México.

Y a ojos de sus opositores, incluyendo muchos mexicanos, eso hace que todo lo que pase con él tenga un sesgo que no deja lugar a dudas.

Ni siquiera la contundencia de ver a Red Bull ofreciendo disculpas a Checo es suficiente para que se dejen de lado los insultos o ataques.

Y no sólo del aficionado común.

También de presentadores televisivos que no tienen más estrategia que la de tomar el argumento menos popular para recibir odio y mentadas de madre que en realidad no representan más que atención.

David Faitelson es el máximo representante.

Lo hizo con el tema Checo y lo hizo con el tercer tema al que me refiero en este envío.

El de la no convocatoria de Diego Lainez a la Copa del Mundo.

La experiencia noticiosa hoy en los entornos sociales provoca fastidio, náuseas y estrés.

Hoy es difícil saber cuando un medio es en verdad un medio.

Cuando un periodista es en verdad un periodista.

Y cuando lo que te presentan como opinión es en verdad una opinión legítima antes que una artimaña viral.

Ya el filtro de la plataforma no es suficiente.

Hay paleros en todas las plataformas, en todos los formatos.

Hay personajes antes que plumas con congruencia narrativa e ideológica.

Y frente a ese contexto, cuando el periodismo en verdad es periodismo, la sociedad lo desecha o descalifica.

Desconfía de él.

A veces ni siquiera por la información que expone, sino por quién la expone.

Lo curioso es que esa misma sociedad que continuamente desdeña el valor de los medios es la que cuando algo ocurre atribuye todo a los medios.

Si un futbolista que prometía termina fracasando, aquella fue una creación de los medios.

Si un político decepciona cuando llega al gobierno, es culpa de los medios que se comieron el invento.

No son buenos tiempos para hacer periodismo.

Tampoco buenos tiempos para consumir periodismo.

Sobre todo cuando ya no se sabe qué sí y qué no es periodismo.

Por Mauricio Cabrera

www.storybaker.co

Botón volver arriba