Cumplió Don Teófilo 103 años de edad

El hombre es un pilar de sabiduría en Sinahuiza

NAVOJOA, Sonora; Febrero 24.- Entre las calles y los atardeceres dorados de Sinahuiza, don Teófilo Moroyoqui Sombra ha visto pasar más de un siglo de historia. A sus 103 años, este hombre, convertido en un símbolo de fortaleza y sabiduría para su familia y su comunidad, celebra la vida rodeado de sus seres queridos. 

Sus siete hijos, cuatro mujeres y tres hombres, junto con sus doce nietos y bisnietos, lo miran con admiración, reconociendo en él la raíz de su linaje y la memoria viva de un tiempo que pocos pueden recordar.

En su juventud, don Teófilo fue vaquero, un oficio que desempeñó con entrega y pasión, mencionó el hombre que cumplió 103 años de edad la semana pasada.

Sus manos, ahora arrugadas por los años, alguna vez sujetaron con firmeza las riendas de caballos indomables y guiaron al ganado bajo el sol inclemente del campo sonorense. Sin embargo, la vida ruda del vaquero le cobró factura, y hace 15 años perdió la vista, según relatan sus hijos, debido a los golpes que sufrió en su labor. Pero ni la ceguera ha logrado apagar su espíritu indomable ni su amor por la vida.

“Todo está aquí”, dice don Teófilo, señalando con una sonrisa su cabeza y su corazón. Para él, la verdadera riqueza no está en lo material, sino en la familia, en las historias que ha vivido y en los recuerdos que aún guarda con nitidez. Aunque de pocas palabras, su voz pausada es un eco de generaciones pasadas, de relatos de antaño que sus nietos y bisnietos escuchan con fascinación.

El secreto de su longevidad, asegura, está en la alimentación. “Hay que comer cosas naturales”, dice con convicción. En su mesa nunca han faltado los frijoles yorimuni,  chichiquelites y tortillas, esos sabores auténticos que lo han acompañado toda la vida. De vez en cuando, admite con una risa pícara, se permite un trago de vino o una cerveza, porque la vida también se disfruta en pequeños placeres.

A pesar de los años, don Teófilo sigue siendo el centro de su familia. Sus hijos y nietos lo cuidan con devoción, pero es él quien, con su simple presencia, los guía con su ejemplo. 

Cada amanecer en Sinahuiza es testigo de su rutina. Aún sin poder ver, reconoce el cantar de los gallos, el aroma del café recién hecho y el murmullo de la vida que sigue su curso. Sentado en su silla favorita, recibe visitas, ríe con sus nietos y, sobre todo, agradece cada día que la vida le regala.

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