Eternizar el dolor
Analogías impensadas entre lo que sale de la canilla y la escritura. Despertar en la noche para ponerse a pensar, el peor de los negocios: "Es viernes y no tengo nada".
ESPECIAL, ene. 14.- Sigo en la casa del verano.
Todas las noches, al abrir la canilla de la ducha, veo cómo el agua empieza a salir con mucha fuerza, como si tuviera una misión impostergable que cumplir. Pero es apenas un instante, luego viene un momento de zozobra, como si el agua intentara meterse para adentro, una especie de arrepentimiento de haber salido así inicialmente.
Lo que sigue es una sensación absurda: me quedo desnudo mirando el techo, esperando algo que tiene que venir porque así es como suceden las cosas, se abre la canilla sin esperar que salga agua o no. Esa duda que se instala se interrumpe enseguida porque vuelve a salir con fuerza otra vez, no tanto como al principio pero sí con la firmeza de quién dice “si, era acá que nos habían convocado”.
¿Cuántos días puedo repetir este ritual y cuántos días puedo sentir lo mismo? Un viaje de sensaciones que me define de manera tan precisa: la incertidumbre, la certeza, la culpa, la rutina, la normalidad. Lo inesperado y lo frecuente. La escritura también.
Bienvenidos al Diario de la Procrastinación.
Esta semana leí un tuit de Luquitas Rodriguez sobre un tema que me apasiona: los mundos internos.
Una de las mías: cada vez que termino de dormir a uno de mis hijos salgo por el pasillo y simulo que acabo de convertir un gol. En el camino, dos o tres segundos antes de volver a la normalidad (es decir, ver una película, tomar la última copa de vino, o trabajar, la vida de un hombre de 40), recibo las felicitaciones de mis compañeros, choco las manos en el aire con Di María o con Messi, que me felicitan por la tarea cumplida. “Bien Diegui, bien”.
Depende la temporada puedo ser saludado por los muchachos de la Selección (los últimos meses), por algún jugador de River (ahora que volvió Nacho Fernández me saludó el martes, después de dormir con maestría a Benito), pero también hago partidos retro, me saluda el Beto Alonso, Mario Kempes o Leopoldo Jacinto Luque (los días en que tuve bigote vino Leopoldo un par de veces a saludarme).
O también juego al básquet con los muñecos de mis hijos, acá lo conté alguna vez: simulo ser Manu Ginóbili o Michael Jordan, metro triples en la NBA pero en la época en que era más difícil. No como ahora.
Me despierto 5.01 para matar un mosquito. Hora impar, mal síntoma, es lo primero que pienso y ahora que lo escribo me resulta extraño que en un estado semi inconsciente piense en esa asociación extraña. No encuentro el mosquito y en cambio veo lo que hay alrededor. Libros, una hija, una mujer, cómo llegaron hasta acá, pienso también en un estado intermedio. La pregunta es válida, aunque parezca increíble.
Me gusta esto que dice Andrés Cantor, porque habla de la memoria de los premios, lo que queda registrado y lo que queda en la memoria verdadera.
Sobre Andrés Cantor, ayer vi este video que me pareció increíble. El relato del gol de Montiel, con el tipazo del Bichi Borghi en los comentarios.
Llovía a cántaros y me quedé mirando cómo se prendieron los regadores del parque. Me hipnotizó el efecto redudante pero más que nada me sorprendí por observar el fenómeno sin hacer juicios de valor (por el derroche de agua, por ejemplo). Fue terapéutico.
A las 4 de la mañana me pasó a la cama en la que está durmiendo Beni. A veces explicar la dinámica familiar de la noche es algo extraño para los que no tienen hijos, un mundo muy fácil de entender para los que sí la tienen. Por lo pronto, la única explicación posible es que necesitaba dormir alginas horas más, al menos hasta las 8 am, y el cerebro empezó tiki tiki a dictarme cosas que en su momento me parecieron buenísimas y ahora no sirven para nada.
Ahora rescato esto, una idea recurrente: “Es viernes y no tengo nada”.
Dejamos acá.
Igual que la semana pasada, sigo de vacaciones y esta es una edición un poco más corta de lo habitual.
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