La frontera porosa y el río de acero: las armas ‘made in the US’ desangran a México

ESPECIAL, may. 29.- Durante décadas, la frontera entre México y Estados Unidos fue solo una línea imaginaria, un artilugio de nuestra imaginación. Los tres mil kilómetros que dividen ambos países vieron pasar personas, animales y mercancías. Legal e ilegal eran entonces únicamente palabras, adjetivos del diccionario, no estaban todavía ligadas al río ni al desierto. En la segunda parte del siglo XX comenzaron a alzarse vallas y alambradas. En años recientes inició la construcción de muros de concreto. El paso del sur al norte se complicó. Lo que antes era imaginario se volvió material. Hoy recorren la frontera estrambóticas patrullas, drones-pájaro y sensores de láser hambrientos de movimiento, drogas y personas. Hay torres de detección, enormes reflectores y cámaras de alta definición en cada tramo de una frontera cada vez más vigilada. Del sur al norte.

El paso de Estados Unidos a México es otra cosa. No es necesario esconderse. El “Welcome to Mexico” suele estar acompañado de una superficial mirada del inspector de aduanas. No hay revisiones regulares a los 150.000 automóviles que cruzan diariamente la frontera rumbo al sur. Toda la infraestructura está hecha para evitar el flujo de personas y mercancías indeseadas del sur al norte, no al revés. Y así, se cuela el alimento de la violencia que desangra al país. Es un negocio millonario y sencillo. Traficar armas hacia México es cosas de niños.

Una frontera que divide un mercado

La frontera marca la división de dos formas completamente distintas de regular el acceso a las armas. En 2023, en Estados Unidos había 77.813 puntos de venta para adquirir armas de manera legal. Es un número similar al combinado de locales de McDonald’s, Burger King, Subway y Wendy’s en todo el territorio estadounidense; o el equivalente a cuatro veces y medio el número de cafeterías Starbucks. En México, en cambio, hay únicamente dos centros para adquirir de manera legal armas de fuego, ambos administrados por la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA).

En varios Estados al norte de la frontera basta aprobar un corto proceso de verificación de antecedentes y haber cumplido los 18 años para comprar un rifle de asalto. O dos. O tres. O diez. En México, la SEDENA regula estrictos y complejos procedimientos para adquirir de manera legal un revólver de bajo calibre. Fuera del lente estatal, en cambio, vía WhatsApp, o con dealers de poca monta, el ávido comprador puede conseguir un cuerno de chivo ―como se conoce una AK-47 coloquialmente en México― en pocas horas. Solo es cosa de saber buscar alguna de las 17 millones de armas que, según los estudios más conservadores, circulan ilegalmente en México.

El mercado de armas más grande del mundo

Estados Unidos es el mercado de armas más grande del mundo. En 2022 se manufacturaron más de 13.400.000 armas de fuego, suficientes para pertrechar a toda la población de países como Grecia, Portugal o Suecia. Y es una industria en expansión. Dos décadas atrás, en 2001, se habían manufacturado poco menos de tres millones de estas. O, para verlo de otra manera, en 21 años la población de Estados Unidos creció 18%, pero el número de armas producidas se cuadruplicó.

Pero hay una verdad incómoda entre los amantes de las armas en Estados Unidos. Se trata de una verdad que afrontan sin entusiasmo vendedores y compradores por igual. Es una verdad que cuestiona la americanidad del mercado. Es muy simple: el mundo importa armas a Estados Unidos. Y cada vez lo hace más. Hace mucho que este negocio dejó de ser made in the US. En 2021, el mundo exportó a Estados Unidos casi siete millones de armas, 392% más que veinte años atrás.

Una investigación publicada en 2024 estimó que en Estados Unidos circulaban alrededor de 378 millones de armas de fuego (sin contar armas impresas en 3D o armas producidas de manera automática/automatizada). Hablamos de un país de 332 millones de personas. Esto significa que hay en circulación alrededor de 114 armas de fuego por cada 100 habitantes. Es una proporción similar a la estimación de celulares por habitante en Estados Unidos (116 por cada 100) y mayor a la de automóviles por habitante en ese país (90 por cada 100).

En términos comparados, el número de armas en Estados Unidos está fuera de toda proporción. El país que sigue en la lista con mayor índice de posesión de armas es Yemen, que tiene 52.8 armas por cada cien habitantes. Y Yemen lleva en guerra civil desde 2014.

Por supuesto, las armas no se reparten equitativamente entre los ciudadanos. La tendencia en Estados Unidos es desigual: un número cada vez menor de estadounidenses tiene cada vez más armas. Según las encuestas más confiables, solo el 3% de la población adulta en Estados Unidos tiene alrededor de la mitad de las armas que circulan en ese país y el 8% de los propietarios de armas tiene diez o más armas en su haber.

El río de acero: las armas traficadas

La poca regulación para adquirir armas en Estados Unidos, la enorme demanda de estas en México y la porosidad en la frontera son los tres factores que habilitan un mercado imposible de contener. Generan un río de acero sin pausa y sin tregua.

Un estudio de la Universidad de San Diego y el Instituto Igarapé estimó en 2013 que cada año se traficaban unas 253.000 armas a México. O, lo que es lo mismo, unas 693 armas diarias, 28 por hora. En otro ejercicio, la Cancillería de México calculó dos millones de armas traficadas en la última década. Las cifras reales son imposibles de conocer.

Una fuente central para acercase al tema son los datos de la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF) basados en exámenes de trazabilidad de armas encontradas en escenas del crimen en México, el Caribe y América Central. De manera sistemática, estos estudios demuestran que aproximadamente el 70% de las armas encontradas en escenas del crimen en México fueron manufacturadas en Estados Unidos antes de ser traficadas ilegalmente a México. En el periodo 2017-2021, la mayoría de esas armas fueron compradas en armerías de Texas (43%), Arizona (17%) y California (13%).

En el tráfico de armas de Estados Unidos a México participan redes de todos los tamaños. En algunos casos son los propios cárteles mexicanos los que logran mantener una fuente propia y constante de armas. En otros casos, los responsables del tráfico ilegal son redes independientes que fungen como proveedores de armas a varios cárteles distintos. Una reciente publicación de la ATF mostró que los traficantes que facilitaron directa o indirectamente el movimiento de armas de fuego hacia mercados ilegales tienden a ser blancos (53%), hombres (84%) y ciudadanos estadounidenses (95%). Es falso que los principales responsables sean extranjeros.

En los últimos años se ha vuelto muy común un nuevo modus operandi: el envío de partes de armas por paquetería a México para luego ser ensambladas ahí. En 2023, la Fiscalía del Distrito Oeste de Texas acusó a un individuo de nombre Chandler Britain Bradford de traficar desde 2018 y hasta 2022 partes y componentes de rifles AR-15 de Estados Unidos a México. Según la acusación, Bradford enviaba por paquetería o llevaba directamente hasta Monterrey, Nuevo León, México, setenta partes y componentes que constituyen una AR-15. Sus socios en México se encargaban del trabajo de ensamblaje. Según la acusación de la Fiscalía, en cuatro años de operación, Bradford, recibió 3,5 millones de dólares como resultado de las operaciones. A cambio, los socios de Bradford en México habrían podido ensamblar, en cuatro años, al menos 4.800 rifles semiautomáticos.

La de Bradford es una de las cientos de investigaciones que la ATF abre cada año sobre el tráfico ilegal de armas en Estados Unidos. Una aguja en un pajar.

Primero fueron las armas, luego la diversificación y finalmente la violencia

Las armas en México no solo han servido para matar. Su impacto más hondo está en haber funcionado como vectores para la expansión de redes criminales en la región. Las armas de fuego han permitido que circuitos criminales acotados en tamaño y poderío pudieran desafiar la autoridad estatal hasta dimensiones antes inimaginables. Han sido el factor que habilita el crecimiento de pequeñas redes a grandes ejércitos con capacidad para dominar ciudades. Sin las armas de fuego, la expansión territorial no habría sido posible.

El acceso a armas de fuego permitió la diversificación del mercado criminal en países como México. Durante décadas, decenas de grupos se dedicaron al tráfico de drogas sin intervenir en otros delitos. A partir de la relajación de leyes en Estados Unidos en el periodo 2004-2005 esto cambió. El acceso fácil a las armas les permitió hacerse de un dispensario suficientemente amplio que hizo sencillo ingresar a otros negocios. La lógica era muy simple: si ya tenemos las armas, ¿por qué no aprovecharlas y utilizarlas para otros negocios?

Bajo esta premisa, los grupos incursionaron en nuevos nichos: trata de personas, cobro de piso, extorsiones, robo a comercios, sicariato. Todos los delitos imaginables. Actuaron como lo que son: capitalistas buscando oportunidades. Emprendedores. Sitiaron ciudades enteras y desafiaron (o terminaron de desafiar) a las pobres policías locales que poco podían hacer ante el poder de fuego de las armas venidas del norte.

Hoy, el Estado mexicano enfrenta a un problema criminal muy distinto al que afrontaba hace quince años. Es otro bicho, otro animal. Las armas de fuego han empoderado a las organizaciones criminales y puesto en entredicho la capacidad del Estado para hacerles frente.

No habrá solución posible para México mientras el río de acero siga fluyendo. No hay reforma judicial o policial que aguante la furia de las demasiadas armas. No habrá desmilitarización deseable ni normalidad democrática. Mientras el río siga llevando acero y la frontera continúe porosa, México seguirá condenado a su epidemia de violencia. Ahí está el problema. Ahí también la solución.

Por CARLOS A. PÉREZ RICART / elpais.com

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