En las entrañas del barrio de Messi
ROSARIO, SANTA FE, Argentina, dic. 19.- Rosario inflige una sobredosis de nacionalismo argentino. En la calle Lavalleja, en el barrio La Bajada, banderines con el 10 en los postes de luz electrifican el ánimo colectivo. En una de las esquinas donde Messi pasó su infancia, una escultura despostillada del Gauchito Gil –un desertor del ejército que fue condenado a ser colgado a mediados del siglo XIX– custodia el campito, una pequeña cancha multiusos donde sus amigos y vecinos de la infancia pintaron un mural de Messi en sudadera, junto a la Tierra vista desde el espacio.
“De otra galaxia y de mi barrio”, da la bienvenida la calle donde creció Lionel Andrés Messi Cuccittini en 1987, poco después de que el expresidente Raúl Ricardo Alfonsín lograra la consolidación de la democracia después de la dictadura.
“Komplejo vitamínico”, dice en el borde de la cancha, con la “a” envuelta en un símbolo anárquico, como si el futbol fuese ilimitado, abnegado, místico, fundado por el barrio para vivir el deporte sin culpas. “Él jugaba aquí o allá, donde fuera, jugaba donde lo hacían jugar. Desde chiquitito fue una bestia, ahora imagínate”, dice un vecino con la playera del 10.
En el número 525 de Lavalleja, unos enclenques banderines azules se enredan en el balcón. La casa natal de Messi es gris con manchas de humedad, con las cortinas exteriores cerradas, un tinaco negro en la cornisa y las rejas oxidadas, como si se hubieran acostumbrado a estar cerradas. Una casa habitada por los fantasmas infantiles de Lionel, que de vez en cuando invocan los vecinos de la cuadra.
El apellido Messi está escrito hasta en las alcantarillas de esta calle. Así, se levanta una sospecha que se mueve con suficiencia urbana: Messi es subterráneo y fluye por debajo de todo lo conocido. La certeza llega cuando el jugador aparece eludiendo contrincantes y marcando goles: Messi es subterráneo y fluye en la cancha con la misma eficiencia que una manguera a presión.
“La última vez que vino Leo era un hormiguero, ya no lo dejaban caminar”, dice su vecina de enfrente, donde un jugador está retratado en un mural en medio de una celebración con la camiseta en la cara, embriagado de gol. Decía “no me griten, yo voy a firmar”, cuenta. “Estaba siempre jugando, hasta una tapita era un balón, pero no sólo para él, sino para todos los niños que salían a la calle”, recuerda.
El barrio donde nació y vivió hasta los 12 años, antes de irse a probar suerte en el Barcelona, es una cuadrícula de casas bajas donde lo más alto son los tinacos. En la azotea de la casa los muralistas Marlene Zuriaga y Lisandro Urteaga pintan trepados en un andamio un retrato de Messi mirando hacia un cielo que anuncia una llovizna. Messi en un aura azulada y algunos garabatos alrededor aún indescifrables por los artistas.
“Estamos seguros que va ganar la Copa y vamos a celebrar allá arriba”, dice emocionado Lisandro con un trofeo imaginario entre las manos.
“Nos dio permiso para poner ese mural. Se prendió. Ahora que sean campeones igual y viene”, dice Marlene con el cabello alborotado y manchado de pintura.
Ya anteriormente trazaron el rostro de Messi de 69 metros de alto en el edificio San Jorge, saludando hacia el monumento a la bandera y hacia el puerto, donde apenas en septiembre la policía decomisó más de una tonelada de cocaína.
El mural es apenas un bálsamo para un país en crisis. El futbol atrofia el flujo de la vida cotidiana en Argentina y rompe las fronteras entre provincias, en unidad con el sueño de salir campeones como en 1986.
Pese a que Messi dejó muy joven Rosario, la gente le guarda un fervor similar al de Maradona. Es el 10 que se muestra en las calles de Rosario, como si las cosas se resolvieran gracias a un deus ex machina. Así como Messi se balancea en el borde del área, los argentinos esperan un milagro que resolverá la devaluación que carcome sus ingresos desde el “Corralito”, cuando se restringió el retiro de efectivo en los bancos.
Messi encarna un nacionalismo tan frágil como la economía argentina; es un jugador afásico que difícilmente recrea el ídolo que el populacho reclama. Mientras tanto, en medio de una violencia local en ascenso, las rosarinas le rezan a Maradona para que su selección salga airosa del encuentro de este domingo contra Francia, extraviadas en el infinito de su fe.
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