Esperanza, conversión, tentación
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde
permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás”. Marcos: 1,12-15
“A través del desierto Dios nos guía a la libertad”, nos dice el
Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma, 2024. La
razón de ser de este tiempo litúrgico es prepararnos para vivir la
Pascua del Señor y… la nuestra. ‘Cuarenta días de esperanza’,
leí a propósito de este tiempo. Es “la posibilidad de volver al
Señor con todo el corazón y con toda la vida”, afirma el Papa
Francisco.
Entramos en este tiempo de gracia con la esperanza de subir al
Monte Calvario donde está plantado el árbol de la Cruz
Gloriosa; allá donde la piedra del sepulcro de todos los hombres
ha sido quitada el día de la Resurrección. La Pascua del Señor
es la plenitud de toda esperanza. Es el único ‘monte’ desde
donde se puede mirar con esperanza cumplida el horizonte
final/total de la creación y de la historia.
La Cuaresma aporta el trazo del camino, las señales de tránsito,
los ‘aguajes’ para satisfacer la sed del peregrino, la medicina de
la misericordia. Es tiempo favorable para ejercitar ‘los
músculos’ del espíritu que sostiene, inspira, levanta, motiva al
que se ha decidido a emprender la subida hacia el santuario
donde se ha realizado definitivamente el “tanto amó Dios al
mundo que le dio a su Hijo único”.
Sin esperanza no hay conversión y ésta no tiene sentido si
carece del dinamismo de la esperanza. El tiempo de Cuaresma
es la oración intensa que hacemos durante cuarenta días para
que el Señor “tenga piedad de nosotros, perdone nuestros
pecados y nos lleve a la vida eterna”.
Convertirse es creer en Jesús, volver a centrar la vida en Él, ya
no en nuestros asuntos. Es dejar que los valores de su Reino
(¡venga a nosotros tu reino!) transformen el mercado de bienes
materiales al que hemos reducido el sentido de existir y vivir. El
tiempo de Cuaresma es la gran oportunidad para volver a casa,
al hogar de los hijos de Dios de donde nunca debimos haber
escapado, al hogar de la fraternidad y la libertad. Vivirla a
profundidad es condición indispensable para desterrar las
violencias e inseguridades que truncan la esperanza de tantos
transeúntes y peregrinos.
En el evangelio del primer domingo de Cuaresma escuchamos
cómo Jesús es impulsado por el Espíritu al desierto donde fue
tentado por Satanás. Allí -no sin lucha- toma la decisión de
cumplir su misión: hacer la voluntad del Padre.
La tentación del hombre de todos los tiempos es pretender
quedarse abajo, en la tierra, no subir al ‘monte’, negarse a ser
hombre en ruta, en éxodo. Vivir bien la Cuaresma es dejarse
impulsar por el Espíritu al desierto. Allí, en el silencio, la
austeridad y la escucha, vamos a encontrar la verdad de la vida
y la libertad anhelada.
Dejemos que el Espíritu nos guíe en el desierto cuaresmal y
venzamos cualquier tentación. No olvidemos que el desierto
también existe en la ciudad y en tiempos de violencias.
Oro por ustedes para que ‘les sirvan los ángeles’.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas