La resurrección de Pinocho
ESPECIAL, dic. 17.- Decir que Pinocho de Guillermo del Toro (disponible en Netflix) es la mejor adaptación de los personajes de Carlo Collodi resulta tan exagerado que hay que demostrarlo. Aun así, creo que la prueba más contundente será verla y confirmar que estamos ante una de las mejores películas del año.
Un artista no puede obviar lo que se ha hecho antes de él. En el diseño de arte de Pinocho, Guillermo del Toro reconoce a todos aquellos que se propusieron ilustrar un clásico infantil. La fotografía al inicio, por ejemplo, recuerda otra extraordinaria adaptación de un libro para niños, el Pedro y el lobo que dirigió Suzie Templeton en 2006 (disponible en YouTube).
No se trata sólo del paisaje nevado que cubre la pantalla, Del Toro nos sitúa, como Templeton, en una sociedad que está atestiguando guerras y el fin de un mundo. Sólo desde ahí pueden ser reinterpretadas estas fábulas que forman parte de la cultura occidental. En la imagen encontramos, también, algo de Jan Švankmajer y, por supuesto, de Del Toro.
Este Pinocho rezuma el imaginario de El laberinto del fauno y es un poco budista, un poco cristiana y un poco agnóstica. Es el mundo de un hombre que se pregunta con algo de ansiedad si hay algo más allá de la vida.
El gusto de Del Toro por los personajes de Collodi trasciende incluso el cine y llega hasta las ilustraciones de los libros infantiles. Andrea Rauch y Valentino Baldacci escribieron un volumen hermosísimo que se publicó en 1983 y que se llama Pinocho y su imagen. Los autores italianos recopilan algunas de las ilustraciones más llamativas de la historia de Carlo Collodi desde que se publicó por primera vez en 1881. Del Toro pareciera haber investigado aquí y en otros libros hasta decidirse definitivamente por una imagen inspirada en la del artista gráfico Gris Grimly.
La sencillez del muñeco permite a los creadores concentrar sus esfuerzos en hacer que amemos al protagonista por lo que es y no por lo que parece. Pinocho es querido por sus diálogos y gestos, por el modo en que, al lado de su padre, aprende a amar.
Hay que notar que la obra se llama Pinocho de Guillermo del Toro. Se trata, en efecto, de una adaptación muy libre que, sin embargo, retoma algunos de los elementos que hicieron tan atractiva la historia original. Como se sabe, el cuento de Collodi está basado en el libro del profeta Jonás, quien fue devorado por una ballena, símbolo de la muerte. Y Jonás es una prefiguración de Jesús. En efecto, el director mexicano ha querido llenar su película con detalles que simbolizan a Cristo, pues el niño de madera tiene que adquirir una dimensión moral para vivir realmente. Por eso vale la pena fijarse en ciertos símbolos que rodean a este títere que representa, además, la inocencia benigna del alma que puede morir y volver a vivir. No se trata sólo del ángel que parece salido de la profecía de Ezequiel o de la piña invernal que representa a Jesús.
La película está llena de detalles cristianos y budistas. Y por más que del Toro no deja de burlarse de los curas, resulta evidente que siente mucho respeto por la tradición judeocristiana. Así que, aunque la película de Del Toro transita por rumbos muy distintos a los de Collodi, habla, como el cuento original, de un sacrificio. Por amor filial, Pinocho renuncia a la inmortalidad. Pero la voz final de un grillo parece indicar que el director mexicano tiene en realidad esta esperanza: quien ama no morirá.
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