Caso de jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno, administrar el infierno

ESPECIAL, ago. 17.- Hurgo entre adjetivos para encontrar alguno que sirva para calificar lo sucedido en Lagos de Moreno, Jalisco, donde cinco jóvenes secuestrados fueron aparentemente obligados por sus victimarios a matarse entre ellos.

Espantoso, horroroso, terrible, bárbaro, espeluznante, pavoroso, escalofriante, aterrador, dantesco… Concluyo que no hay palabra que se le ajuste, por lo que quizá haya que inventarla.

Luego cavilo si quienes provocaron esas muertes eran presas de un desquiciamiento. Si sus decisiones de esa noche fueron dictadas por una mente deformada por las drogas. Si creían escuchar voces que les ordenaban hacer lo que hicieron. Incluso, si los poseyó algún espíritu maligno que les ennegreció el corazón y los hizo descender a los sótanos de la existencia, donde habita la crueldad.

O quizá se trata de un mensaje que los grupos criminales han decidido enviar a la sociedad: “Aquí mandamos nosotros. La vida de todos ustedes nos pertenece. Cuando nos vean pasar, callen, háganse a un lado, bajen la mirada, enciérrense en sus casas”. Si ése fuera el caso, no hay mucho que pensar. Se llama terrorismo. La fase superior de una estrategia para desmovilizarnos, para dejarnos ateridos por el miedo, sometidos por la angustia.

No seríamos el primer país golpeado por terroristas. La diferencia, en este momento, es que nuestras autoridades no reaccionan. No hay a quién recurrir para informarnos e intentar tranquilizarnos. Nadie que nos conmine a mantener la calma y seguir con nuestra vida. Nadie que nos diga: “No se preocupen, no están solos, aquí estamos para protegerlos”. La única respuesta que encontramos en el gobierno es la negación. No pasa nada. Es más, eso que estamos viendo —ya sean fotos de torsos humanos embalados y congelados o videos de ejecuciones con tremenda saña— ni siquiera existe, es producto de la exageración. O es parte de la politiquería de los adversarios.

El instinto me pide recurrir a quien me ayude a entender. Busco a Javier Sicilia y lo entrevisto en la radio. Al poeta, los criminales le mataron a un hijo hace 12 años. Tuvo en aquel entonces la entereza de soportar ese dolor y coordinar una respuesta de la sociedad a la violencia de los criminales. Aquella vez hubo autoridades que le prestaron oído. Hoy, me dice, ningún político parece preocupado por lo que sucede. “Sólo están peleándose por administrar el infierno”.

No quiero relativizar crimen alguno. Cada asesinato, cada secuestro, cada desaparición, cada extorsión, cada asalto nos agravia como sociedad. Sin embargo, aquí está pasando algo más: los delincuentes han perdido todo rastro de compasión.

Me vienen a la memoria varios casos recientes: el adulto mayor golpeado para quitarle el celular; Milagros Monserrat, apuñalada a muerte mientras caminaba al trabajo; los restos humanos apilados en un congelador, en un lugar limpísimo que me hizo pensar en la cámara de criogénesis de la novela Cero K de Don DeLillo, y, desde luego, la fotografía de los cinco jóvenes levantados en el pueblo mágico de Lagos de Moreno, maniatados y amordazados, con las caras marcadas por la zozobra de lo que imaginaban les sucedería después.

El no saber qué hacer nos lleva a buscar consuelo en el hecho de que no nos haya tocado. Llamamos a casa, nos aseguramos que allí no pasa nada, y seguimos la rutina diaria. Al hacerlo, no nos damos cuenta de que el nudo se va cerrado, que estamos cada vez más cerca de que nos suceda, que un día el dolor de esos padres puede ser el nuestro.

De hecho, no hace falta mucho para que nos toque. Ni siquiera hay que estar en el lugar equivocado, como suele decirse a manera de resignación. Los cinco jóvenes, de entre 19 y 22 años de edad, habían quedado de reunirse en un punto de la ciudad, El Mirador, al que diario va mucha gente para relajarse. “Estamos sitiados”, alerta Sicilia.

Dante era apasionado del ciclismo; Roberto estudiaba ingeniería; Diego trabajaba en el taller de su papá; Jaime se dedicaba a la albañilería, y Uriel era tan joven que aún no mostraba alguna vocación.

Todo indica que a ellos alcanzó una maldad que a los demás nos respira en el cuello. Si no reaccionamos ahora como sociedad, pronto será demasiado tarde.

Por Pascal Beltrán del Río

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