Insabi: crónica de un fracaso anunciado
ESPECIAL, abr. 27.- Desde el mismo día de su creación se sabía que el Instituto Nacional para la Salud y el Bienestar (Insabi) sería un fracaso. No por el boicot de oscuros grupos de poder. Tampoco por la herencia de los gobiernos del pasado. El Insabi fue una creación de este gobierno destinada, desde el origen, al fracaso.
En enero de 2020, cuando estallaron los problemas por el desabasto de medicinas y el desastre organizativo que era el naciente instituto, el exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, que fue testigo de su gestación, escribió que “el diseño del Insabi carece del debido sustento normativo, financiero y operativo, lo que puede condenarlo a convertirse en una riesgosa quimera”, y señalaba la falta de un esquema de financiamiento, operación, afiliación, contratación de personal, compra de medicamentos, falta de certidumbre en cuanto a sus aportaciones y de reglas claras de operación. Un desastre.
El Insabi y los sistemas de compras de medicinas que se quisieron instaurar nunca funcionaron porque los funcionarios del sector salud y del propio instituto que fueron designados no tenían idea de cómo hacerlo.
Alguna vez dijimos, cuando el Insabi reemplazó al Seguro Popular, que la distancia entre ambos era la misma que existía entre sus creadores, Juan Antonio Ferrer, del Insabi (y, si usted quiere, puede sumarle a Hugo López-Gatell y a Jorge Alcocer), respecto a Julio Frenk Mora, quien creó el Seguro Popular. Julio es médico cirujano egresado de la UNAM, con una maestría en la Universidad de Michigan. Fue maestro de la Escuela de Salud Pública, de El Colegio de México y de la propia UNAM. Ha publicado una treintena de libros. Mucho antes de ser el secretario de Salud con Vicente Fox, en 1988 fue designado director ejecutivo de Investigación e Información para las Políticas de la Organización Mundial de la Salud, con sede en Ginebra, Suiza. En dos ocasiones ha sido propuesto como director general de la OMS.
Cuando Frenk dejó la Secretaría de Salud, se convirtió en consejero de la Fundación Bill y Melania Gates y dirigió el Instituto Carso de Salud. Desde 2009 es el decano de la Escuela de Salud Pública Y.H. Chan, de la Universidad de Harvard, y desde abril de 2015 es uno de los seis presidentes, el único hispano, de la Universidad de Miami. Frenk es una autoridad mundial en salud pública y uno de los mejores secretarios de Salud que ha habido en el país.
El Seguro Popular, al momento de su desaparición, en 2019, daba atención a 57 millones de mexicanos y estaba ya financiado para poder operar durante varios años más sin dificultades. Lo reemplazó el Insabi y al frente del nuevo instituto quedó Juan Antonio Ferrer Aguilar, un administrador de empresas que trabajó en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en distintas zonas arqueológicas, incluyendo el INAH de Tabasco. Su relación con el presidente López Obrador viene, además de que son paisanos, de que se conocieron cuando administraba la zona arqueológica de Palenque, donde el Presidente tiene su rancho. De Palenque pasó a dirigir un instituto de salud pública que pensaba atender a 60 millones de mexicanos en forma gratuita. Eso de tener 90% de lealtad y 10% de capacidad volvió a ser un fiasco.
En el camino, para hacer ajustes presupuestales, se cancelaron compras de licitaciones de medicinas, no se hicieron nuevas licitaciones a tiempo, no se previó tener suficientes reservas de medicamentos antes de tomar cualquier decisión, y la consecuencia fue y es el desabasto.
El problema fue de origen. En 2018, después de ganar la elección, se pidió cancelar la compra consolidada de medicinas para el año 2019. No se contempló que las compras consolidadas de medicinas eran anuales, se decidían desde junio y comenzaban a abastecerse a partir de agosto. En los hechos, se suspendió el abasto para 2019. Quedó un stock para cubrir los primeros meses de gestión, pero no llegaron nuevas medicinas y, por ende, se fueron profundizando la escasez y el desabasto, sobre todo de medicinas que son muy especiales, como las del VIH y el cáncer. Las compras consolidadas de medicinas requieren una planificación detallada porque las empresas fabrican y venden basándose en ella y con plazos largos para la fabricación y distribución.
Cuando llegamos a junio de 2021, el Insabi estaba buscando comprar con carácter de urgente 628 claves y 762 millones de piezas por adjudicación directa y había pedido cotizaciones para esa compra. Incluso así, más del 19% de las piezas, de las dosis de medicinas necesarias, unos 184 millones, no fueron licitadas ni compradas, ni por el Insabi ni por el mecanismo de las Naciones Unidas designado para ello, que nunca se había dedicado a eso, la UNOPS. Simplemente no se compraron y, por ende, el 60% de las medicinas necesarias no estuvieron disponibles para el 2022. Se quedaron sin invertir en medicinas, en ese año, 37 mil 616 millones de pesos.
¿Por qué? Probablemente por una mezcla de incapacidad, ideología y corrupción.
Lo cierto es que, si bien se aprobó el martes en la noche, desde ese 2021, ante el desastre que era el Insabi, se decidió que se tendría que recrear la estructura del IMSS-Solidaridad, que ahora, adecuado a los tiempos, se llamará IMSS-Bienestar, y es el Seguro Social, donde existen profesionales reales de la salud, el que concentra, como era antes, las compras consolidadas y la atención de los pacientes que no tengan seguro social. Un sexenio (y muchos millones) desperdiciado de lo más preciado que tenemos: la salud.
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