
Las llagas del resucitado
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Ocho días después, se les apareció Jesús” Juan 20, 19-31
“Crecía el número de los que creían en el Señor”, constata gozoso el autor de los Hechos de los Apóstoles. ¿Sería por el impacto de la predicación y testimonio de los primeros misioneros? ¿La acción del Espíritu Santo? ¿Los frutos sanadores que manaban del corazón misericordioso del Resucitado? Indudablemente todo esto contribuía para que la misión fuera tomando impulso.
Hoy también crece el número de las personas que se adhieren con gozo a la Divina Misericordia que mana del Resucitado. Quizás sea por las mismas razones de hace dos mil años; quizás por las heridas abiertas por los vacíos que va dejando el ritmo de vida de la posmodernidad. El caso es que cada vez hay más personas que buscan calmar su sed y sanar sus heridas mirando el costado glorioso del Resucitado.
“Ocho días después estaban los discípulos reunidos a puerta cerrada…” La comunidad del Resucitado era todavía una comunidad débil; había desconcierto, dudas, desesperanza, miedos. Se va a hacer fuerte y comenzará a organizarse cuando el Señor Jesús se haga presente en medio de ella y vivan la experiencia transformadora del encuentro. No hay duda que cuando se reconoce al Resucitado se puede vencer cualquier miedo y se recibe el don de la paz tan necesaria para una vida plena.
Dos mil años después CRISTO VIVE, pero no es reconocido por la mayor parte de la humanidad. Tomás pone como condición para creer “tocar” sus llagas. Los ‘tomases’ de nuestro tiempo ponen otras condiciones; ya no creen en el poder salvador que revelan esas llagas.
“Por sus santas llagas gloriosas, nos proteja y nos guarde Jesucristo, nuestro Señor”, proclama el sacerdote en la solemne Vigilia Pascual al incrustar granos de incienso sobre la cruz gloriosa dibujada en el Cirio. Antes ha esculpido sobre la misma el año 2025. Llagas y resurrección son tan compaginables como muerte y resurrección. Tocar las llagas del Señor Jesús es salvación; dejar que Él toque las llagas y heridas de nuestra vida es la Divina Misericordia que todo lo sana y salva. Tomás ‘metió su dedo” en las llagas gloriosas de Jesús y creyó.
¿Nosotros también?
Las llagas y heridas de nuestro tiempo son muchas, variadas, profundas. Creer en el Resucitado y aceptar sus frutos sanadores es entrar en las corrientes de Agua Viva que el Señor ha prometido. La vida multicolor y multidimensional que se genera y brota del costado del Resucitado es la mejor de las noticias para un mundo triste y descolorido. Sólo falta que nos dejemos ‘bañar’ por el Agua Viva, nos apasionemos por ser servidores resucitados y demos testimonio alegre de que la resurrección del Señor es el vértice de la nueva creación y de una nueva historia.
Muchas gracias, Papa Francisco, por hacernos sensibles y conscientes de las tremendas llagas de nuestro tiempo… y de su curación. Descansa en paz con la conciencia de misión cumplida. Intercede por quienes peregrinamos en la esperanza de una Iglesia madre que acompaña y espera.
“La paz del Resucitado esté con ustedes”, tres veces repetida.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas