
La “apología del delito” en las escuelas, los daños colaterales de la fallida lucha contra la criminalidad, alentada y sustentada en la corrupción gubernamental
ESCENARIO POLÍTICO
#lalecturaobligada
José René Rosas
El simple hecho de promover el consumo de alimentos saludables en los planteles educativos, una iniciativa del gobierno federal contenida en la denominada “Ley chatarra”, que excluye de las escuelas la venta de productos con alto contenido de grasas saturadas, azúcares y otros componentes nocivos para la salud de los estudiantes, ha puesto en evidencia la triste realidad sobre el grado de la criminalidad imperante en nuestro país y su influencia manifiesta a temprana edad; como resultado de la prohibición, al margen de los presuntos beneficios a la niñez por esta medida, al interior de las escuelas se detona una impactante muestra de la “apología del delito”, reflejo fiel de la drástica ruptura del tejido social, que enciende todos los signos de alarma, implicando con ello la urgente necesidad de replantear el estatus social del pueblo mexicano y su futuro inmediato.
Apabullante, más allá de los límites del asombro, en los últimos días se han conocido historias del México profundo que el régimen de gobierno se niega a reconocer, mientras en las cooperativas escolares se eliminaron los dulces y golosinas, ofreciendo ahora a los alumnos una variedad de frutas, gelatinas, galletas y pan integral, entre otros, a la par, grupos de infantes debidamente organizados aprovechan la situación para, de manera por demás ingeniosa, vender a sus compañeros la mercancía prohibida; de forma furtiva, sigilosa, ponen al alcance de la comunidad escolar lo negado, dulces, frituras, golosinas, a escondidas surten y operan estas tienditas “ilegales”, por llamarlas de alguna manera.
Aunque tal actividad no pasa desapercibida, las autoridades de los planteles, directivos y personal docente, no atinan cómo actuar ante tal circunstancia, en la mayoría de los casos se ha optado por dejar pasar, dejar hacer, paradójicamente, tal como lo ha hecho el estado mexicano frente al embate del crimen organizado, los cárteles de las drogas y la violencia e impunidad que éstos generan. En nuestro sistema educativo, a temprana edad, nadie lo podrá negar, los patrones de conducta tanto del gobierno como de los grupos criminales, han sido perfectamente asimilados y no sólo se ha quedado en teoría del aprendizaje, sino que se avanzó a la práctica, las tienditas clandestinas de dulces y golosinas, recrea por demás brutalmente el grave daño que se está causando a las futuras generaciones.
La “apología del delito”, es decir, recrear situaciones del acontecer diario en reflejo de la realidad, es un cruel flagelo que se encuentra y revela en todas partes, en la industria del entretenimiento, la música y el cine, las historias versan sobre el auge del narcotráfico, las series, corridos tumbados, el culto a los grandes capos de los cárteles no es cosa menor, pues adquiere arraigo social que no sólo es pasivo, ello mueve a la acción cuando nuestra juventud busca ese estilo de vida basado en una vida al margen de la legalidad, a la que se integran de inmediato porque los medios están al alcance del que lo deseé. Profundamente doloroso resulta asimilar lo anterior, ver, constatar hasta qué grado se está llegando y el estado de indefensión imperante, los gobiernos de todos los niveles han dejado solos a los ciudadanos de bien, coludidos en la corrupción, partícipes del abuso contra el pueblo, permitiendo que nuestros niños, el bien más preciado, perciban inocente, precoz y prematuramente, un horizonte vacío, tristemente perjudicial.
En este contexto de la realidad, lamentable, lacerante, el lamento de auxilio de toda una sociedad agraviada que sin embargo parece no tener destinatario, mucho menos respuestas, la expectativa de bienestar en este sentido, en el corto y mediano plazo, se avizora con desesperanza, el fracaso tangible de una clase gobernante corrupta, aviesa, que sólo busca el poder y las riquezas añadidas, hace mucho que no representa los intereses de la nación y sus habitantes, pero ahí están, unidos en complicidades unos con otros cubriendo sus nefastas acciones. En la podredumbre política no hay convicción, no hay partidos ni colores, no hay lástima tampoco empatía, sólo una inmensa ambición compartida sin ningún límite y sí, una gran ausencia de humanidad con alta dosis de impiedad frente al dolor ajeno, no cabe la menor duda, nuestra niñez, su desarrollo y plenitud están en grave peligro y nosotros lo estamos permitiendo.