El domingo de la vida

Mons. Sigifredo Noriega Barceló

“Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” Juan 8, 1-11

La mujer que escuchó la sentencia “tampoco yo te condeno” ledebió haber sonado a nueva oportunidad para restaurar su vida. Quien es perdonado levanta la cabeza, vuelve a confiar en la vida, acepta que el proyecto de Dios es mejor que el propio y otra vez se pone en camino. El domingo pasado escuchamos que la misericordia genera vida, la fecunda, la hace bullir de nuevo, tiene el futuro que procede del siempre activo amor misericordioso de Dios.

Por esta razón, la tradición litúrgica de la Iglesia llama a este domingo, el domingo de la vida. A quince días de la Pascua, Lucas afirma categóricamente que Jesús apuesta por la vida perdonando los pecados y salvando a la pecadora de morir apedreada. Al perdonar a la mujer y poner en evidencia a los acusadores, abre la puerta de la vida a quienes iban a morir irremediablemente.

Jesús inaugura el único comportamiento que tiene futuro: el perdón que concreta la misericordia y vuelve a la vida a quien ha pecado. Con su pregunta, denuncia a quienes se hacen pasar por buenos condenando a muerte a otros. No niega la verdad del pecado de aquella mujer y el de sus acusadores; más bien afirma que la única forma de volver a la vida es el perdón, no la condena que en muchas ocasiones oculta los propios pecados. Queda claro que la mujer volvió a la vida gracias a la compasión de Jesús y a su honesta disponibilidad.   

La lección es muy clara: si perdemos el sentido del perdón nos convertimos en personas sin entrañas, nos deshumanizamos. Necesitamos la experiencia de ser perdonados para poder construir una convivencia fraterna, pacífica, reconciliada. Así se entiende el rito de despedida de Jesús hacia la pecadora: “Vete en paz y ya no vuelvas a pecar”. Es el futuro al que dispone el Evangelio de la vida para nuestras batallas de cada día.

El último domingo de Cuaresma es una buena oportunidad para preguntarnos por los gestos de vida que hacemos y promovemos con nuestro comportamiento. No hay mejor apuesta por la vida que caminar siendo servidores, profetas y apóstoles de la vida, la misericordia, el perdón, la reconciliación y la paz. No podemos ser artesanos de la paz si condenamos a muerte a inocentes no nacidos y a nacidos a quienes etiquetamos como adversarios. Solamente la bondad de quien perdona puede construir una vida digna y abonar por la salud de las relaciones humanas y la amistad social.

La nueva evangelización a la que nos convoca la Iglesia pasa por reflejar la misma actitud de Jesús: curar/sanar sin preguntar por el origen de esas heridas. Simplemente curar acercando el poder sanador del perdón. Curar, dignificar, humanizar debiera ser el nombre de la misericordia en acción en los escenarios emergentes de nuestro tiempo donde fácilmente se condena a muerte a quienes se oponen a los propios intereses. A veces sentenciamos a muerte por ser lo ‘político y convenencieramente correcto’.

Les abrazo y bendigo en vísperas de Semana Santa.

Originario de Granados, Sonora.

Obispo de/en Zacatecas

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