Los abuelos que no tendrán nietos
ESPECIAL, nov. 29.- Hace unas semanas, leía en el New York Times una pieza titulada: «La pena silenciosa de no ser abuelos». En ella, la periodista daba voz a los padres cuyos hijos han decidido no tener descendencia. Los entrevistados afirman que, aunque respetan la decisión de sus hijos, sienten que una parte importante de su propia vida, la de los cuidados familiares, se acaba. Lo puedo llegar a comprender; como cualquier otra persona, ellos también han fantaseado con aquello que supuestamente toca por edad, bien sea una jubilación digna o alguien de quien cuidar.
La terapeuta Claire Bidwell Smith, autora del libro Conscious Grieving, vincula la raíz de la pena a que muchos perciben a los nietos como una especie de recompensa por envejecer. «Es como cuando tus amigos se casan o tienen hijos y tú no», dicen, con la diferencia de que, en este caso, se trata de fardar de nietos a través de fotografías (¡mira qué monería hace!; ¿ves esta carita?) o ir a buscarlos a la salida del colegio. La vida es un permanente tira y afloja entre encajar dentro del statu quo o que te importe un bledo no hacerlo.
Nunca había pensado en que ser o no ser madre impactará directamente en la etiqueta que también reciban mis padres. Sí he llegado a imaginarlos cuidando de sus posibles nietos, pero esa imagen nunca ha influido en mi decisión de querer serlo, por más contenido que vea en redes sociales sobre hijos confesándole a sus padres que van a ser abuelos de maneras emotivas y variopintas, desde un test de embarazo a petos tamaño bebé con el bordado ¡Tengo a la mejor abuela!.
Más allá de la pena “silenciosa” que arrastran algunos de esos casi-abuelos-pero-no, el reportaje y el revuelo que causó me llevaron a plantear lo siguiente: ¿estamos abocados a vivir en un mundo sin nietos y sin abuelos?
España es uno de los países con la tasa de natalidad más baja de Europa. En casi 50 años, el número de hijos por mujer se ha reducido a la mitad hasta alcanzar el 1,19 en 2021. Es algo curioso si tenemos en cuenta que hay 6 animales de compañía por cada niño en nuestro país. Además, una investigación reciente de The Lancet concluía que el 97 por ciento de los países no tendrá tasas de fertilidad lo suficientemente elevadas para mantener el tamaño de su población en 2100.
Los factores que influyen en la bajada de la natalidad los conocemos de sobra: son económicos, son de vivienda, son climáticos o de fertilidad. Puede que exista cierto estigma a ser madres solteras o tal vez sea una cuestión de no estar preparada cuando el reloj biológico apremia. El foco siempre ha estado en las causas –y eso tampoco ha mejorado la situación–, pero no tanto en el devenir: las formas de familia del mañana.
Tengo amigas con hijos y amigas que probablemente no sean madres nunca; amigas que cuentan con una red de apoyo familiar y otras que forman esos lazos a través de la amistad y la comunidad. Las que priorizan una vivienda a una familia; las que se preguntan si algún día estarán seguras de querer ser madres. Las que prefieren los perros a los niños; las que simplemente no imaginan su vida con descendencia.
Eso me lleva a pensar en una sociedad donde haya más parques de perros que infantiles, donde la herencia familiar cada vez se haga más pequeñita y se agrande la de las amistades, donde prime el trabajo a la crianza. Habrá gente a la que le suene mejor ese mundo, algunos pueden incluso argumentar que ya estamos en él.
El reloj, mientras, continúa haciendo tic-tac y, a medida que las agujas se mueven, también lo hace el significado de palabras como legado, herencia o comunidad.
Información de www.watif.es