Fernando Valenzuela, más allá del racismo

Oct. 29.- Un día de verano del año 1981 coincidí en vuelo del DF a Ciudad Obregón con Héctor de Vega, amigo leal y destacado criador de caballos Pura Sangre en Navojoa a quien solía acompañar al Hipódromo de las Américas en compañía de Paco Parra del Puerto de Guaymas y único sonorense ganador de cuatro hándicaps y el gran mérito de pertenecer al Salón de la Fama de la hípica mexicana.

Sin importar un asunto agrario que le atendía ni recrear el coloquio con su pasión ecuestre o especular del destape de la sucesión de López Portillo, dedicó todo el vuelo a hablar y hablar de la magia de Fernando Valenzuela. Ya a la altura de la costa de Mazatlán le pregunté: ¿Acaso eres patrocinador de ese prospecto?

— ¡No, pero es una maravilla! Un chamaco que a los 17 años jugó con nuestro equipo de los Mayos y ahora lleva cuatro juegos completos sin admitir carrera jugando con Dodgers.

A tres minutos de la pista con orgullo me dijo:

— Abajo es Etchohuaquila, donde nació Fernando. Ahí jugaba a pie descalzo, donde se mezclan las tolvaneras y el hambre de yaquis y mayos.

Así llegué a la Fernandomanía. Mi amigo Paco Parra me acercaría a Mike Brito y a Tommy Morales. ¡Algo les escucharía!

Y no podía ser de otra manera, en el cálculo inexpresivo de un muchacho de 19 años con los ojos al cielo al hacer el windup sin dejar de pensar en la miseria rural de su raza al Sur de Sonora dibujando una página del realismo mágico de El llano en llamas.

No miento a los nietos al afirmar que Fernando dinamitó La Gran Carpa al ganar en 1981 ocho juegos seguidos y una efectividad de 0.50 – ¡era increíble no poderle batear a un novato!

Aún más, al margen de la huelga de esa temporada lideró a todos los pitchers ponchando a 180 y dar paso al camino de merecer el Cy Young como el mejor lanzador de la Liga Nacional y el anillo de Campeón de Serie Mundial al vencer en tercer juego crucial a los Yankees de Nueva York.

Olfato indígena

Pero, como suele ocurrir, siendo la soledad el olvido y la ingratitud un apéndice, con olfato indígena advirtió que su lugar con Dodgers no llegaría a la próxima cuaresma y, en gratitud les “cantó las golondrinas” con medio brazo gastado durante diez años por Tom Lasorda y los intereses económicos del equipo lanzando un juego completo sin hit ni carrera en 1990 en la víspera de su despedida en 1991.

Su rostro fraguado en el barrizal mueve conciencias y su gesto y actitud recuerdan el tiempo y dimensión a las luchas por la reivindicación del honor de la vida a través del deporte. El barro de la humildad sobrevive, la revista Playgirl lo luciría en portada entre los diez hombres más sexis del mundo sin descartar en ese frenesí mediático a Sports Ilustrated, el Times y otras de las más grandes revistas y diarios mundiales.

Sin importar su origen y manos callosas, el mismísimo presidente Ronald Reagan y su vicepresidente George Bush le ofrecerían una recepción en la Casa Blanca: la magia del screwball y su modestia rompieron ideologías, tabúes, intereses petroleros, armamentistas y migración.

Seguramente, al oír la cumbia San, san san Fernando, va, va Valenzuela, compartía en su silenciosa alma el saxofón o el trombón de la melancólica música blues afroamericana de los estados racistas del sur norteamericano estimulando su espíritu deportivo y su alma buena en la memoria de Jackie Robinson como primer beisbolista de raza negra en NLB jugando para Brooklyn Dodgers que, -siendo nieto de un esclavo- sus ansias libertarias lo convertirían en eterno luchador de los derechos humanitarios y la discriminación.

¡El racismo vive y el Salón de la Fama sigue sin Fernando Valenzuela Anguamea!

Esta es una de las primeras credenciales de béisbol de Fernando Valenzuela, emitida por la Escuela Estatal de Béisbol Amateur como miembro de la Liga Ejidal de Navojoa, fechada el 8 de diciembre de 1974. Fotografía de Mayra Echeverría / El Imparcial

Por Miguel Mexía Díaz

Información de: www.cronicasonora.com

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