Volver a confiar

Mons. Sigifredo Noriega Barceló

«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» Juan 6, 55.60-69

Vivimos crisis de confianza en personas, familia, escuela, estado, ejército, iglesias, partidos, es decir, en nuestras instituciones básicas. Con frecuencia se dan a conocer sondeos, encuestas y estudios acerca de la confianza/ desconfianza en las instituciones que gestan, cultivan y sustentan el tejido social. Los resultados hablan que la confianza va a la baja. ¿A qué se debe? ¿Hay remedio? ¿Quién le entra?

Cuando disminuye la confianza en las instituciones, sucede lo mismo con la confianza en las personas. Y, al revés, cuando aumenta en las personas, las instituciones pueden generar confianza y el ambiente creado favorece la seguridad pública y la paz social.

El Evangelio de este día habla de confianza total. La de Jesús en nosotros: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida…«. La de Pedro y las comunidades creyentes en Jesús: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios«. Bellísima lección y alimento para quienes habitamos en este mundo tan complejo.

Los seres humanos que han oído este Evangelio a través de los siglos han tenido sus dificultades para creer y han gritado sus desconfianzas. A muchos el modo de hablar de Jesús les ha parecido intolerable, ofensivo, inadmisible… por sus implicaciones en el presente y hacia el futuro. La murmuración ha sido la reacción más común.

Muchos discípulos intuyeron que lo que Jesús les proponía no era el acto físico de comer a alguien, por más sabroso que fuera. Fueron comprendiendo que les proponía una existencia basada y centrada en su persona, alimentada con su persona, comprometida en la construcción de su Reino de amor, justicia y paz. Era cuestión de confianza total en su persona y su proyecto. Muchos no aceptan, no creen, ayer y hoy. La fe es cuestión de confianza total en El. Quizás nuestro problema sea de orgullo, autosuficiencia, de cómoda indiferencia.

Jesús lo entiende perfectamente y lo aclara. Hay cosas que son imposibles «si el Padre no nos lo concede«. Y uno se queda anonadado. Aceptar a Dios es don de

Dios. La fe en El es un don que nos compromete a la gratitud confiada, responsable. Por eso, la Eucaristía es el centro del ser y del convivir del cristiano, la acción de gracias por excelencia, la mesa que alimenta el compromiso para ser generadores de confianza.

Pido a Dios que no seamos parte de la estadística de los que se fueron porque la ‘onda’ de Jesús no conviene a los intereses de la visión moderna de la vida. Ojalá hagamos nuestra la confianza extrema de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios»… y seamos cristianos que contribuyen, con fe alegre y caridad eficiente, a generar y ser fermento de confianza en un mundo donde prevalecen los desconfiados.

Los bendigo desde el altar de la Eucaristía.

Originario de Granados, Sonora.

Obispo de/en Zacatecas

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