Danos siempre de ese pan

Mons. Sigifredo Noriega Barceló

“El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed” Juan 6, 24-35

Experimento sentimientos encontrados en estas vacaciones. Por una parte, la escucha de historias de sufrimiento de personas dolidas por la violencia asesina, la voluntad electoral despreciada  y  la  impotencia  para  enfrentar  esas  situaciones; por otra, la compasión solidaria de personas que manifiestan su cercanía con quienes sufren y la preocupación activa por buscar caminos de reconciliación y de paz. Bendito Dios, todavía tenemos un gran capital de solidaridad y esperanza en el alma religiosa de nuestra gente.

La primera reacción que brota de los labios secos y los ojos llorosos de quienes sufren directamente estas pesadillas es un grito de desconcierto, impotencia, coraje, dolor… y esperanza.

¿Por qué todo esto? ¿En qué momento descuidamos la siembra y el cultivo de valores morales y religiosos? ¿Qué podemos hacer? El alma humana grita orando: ¡Señor, ten piedad de nosotros! Danos la paz del corazón para que nos respetemos y sepamos vivir como hermanos, en forma ordenada.

Al mirar al Cristo crucificado que nuestra gente celebra y venera con tanta fe, miro sus rostros dolidos y la historia de sus sufrimientos y esperanzas. De la cruz del Redentor nos llega el consuelo para seguir mirando con confianza nuestro futuro y no perder la fe en las posibilidades del amor de Dios que puede suscitar acciones de reconciliación y paz.

La Palabra de este domingo es contundente: Jesucristo  ha venido a saciar el hambre más profunda que hay en el ser humano, en todo tiempo… Creer en Él es abrazarnos a su cruz en momentos luminosos y, con más razón, en los misterios dolorosos de la vida. Seguirle es aceptar el don que el Padre nos da todos los días en Él: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre». Creer en Jesús es aceptar su  palabra también cuando caminamos por valles oscuros.

Señor, te necesitamos hoy más que nunca, podemos orar confiadamente. En la cultura de nuestro tiempo caemos en la tentación de no necesitar a Dios, o de hacernos un Dios a nuestras conveniencias. A veces, nos mantenemos en un terreno superficial de necesidades básicas que la sociedad de consumo puede colmar con un poco de dinero. Pero, ¿qué pasa cuando aparece la necesidad de plantearnos el sentido del sufrimiento, la muerte, el amor, la vida? Solamente la fe en Jesucristo puede abrir y mantener libre la ruta de la esperanza.

Un Dios a medida de nuestros gustos puede satisfacernos un momento, pero no es el Dios verdadero que Jesús nos ha revelado. Dios prepara para nosotros el pan para nuestra hambre y el vino para nuestra sed: Cristo Jesús es el alimento, el pan vivo bajado del cielo. Todos los demás alimentos quitan el hambre un rato, pero dejan vacío el corazón y la  esperanza todos los días.

No nos vendría mal orar y rezar, en cualquier circunstancia de la vida: «Señor, danos siempre de ese pan».

Los bendigo desde el altar de la Eucaristía.

 Originario de Granados, Sonora

Obispo de/en Zacatecas

Botón volver arriba