La señal de la cruz
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
«Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.» Juan: 3, 14-21
Hacer la señal de la cruz sobre la frente es el primer gesto/ oración que aprendimos desde pequeños. Es tan especial que nos ha marcado con la misma fuerza: al principio con la torpeza de los dedos, luego con la fe del que va aceptando estupefacto el misterio de amor que encierra.
Lo mismo pasó a Nicodemo. Al principio, el buscador ‘de noche’, tuvo que garabatear el significado de la cruz; después aceptó, no sin fatiga, el misterio que encerraba e irradiaba. El texto evangélico del cuarto domingo de Cuaresma inicia en este tono.
Al final, Nicodemo volverá a aparecer recogiendo los restos mortales del Crucificado junto con su paisano José de Arimatea.
No es fácil creer en alguien que ha sido condenado a muerte en la cruz. Intento comprender los ‘peros’ de aquel Nicodemo y las ‘suspicacias’ de los Nicodemos de la era digital. Sin embargo, la fe me indica que diga con toda la fuerza del amor: el Crucificado es el Hijo de Dios, ha entregado la vida por nosotros, la cruz es signo de victoria… “Miren el árbol de la Cruz, donde estuvo clavado el Salvador del mundo”, cantaremos/adoraremos con solemne gratitud en la liturgia del Viernes Santo.
Nicodemo no termina de entender/aceptar el juicio del que habla Jesús. Muchas veces, tampoco nosotros… Pero no hay de otra para el cristiano auténtico: levantar los ojos hacia la cruz es profesar la fe en Jesús en quien se realiza definitivamente el “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único…”
No es lo mismo creer o no creer. Creer –según el texto dominical- es ser salvados, ver la luz, obrar según Dios, acercarse a la luz, realizar la verdad… No creer es condenación, vivir en tinieblas, obrar mal, ponerse en la fila de quienes detestan la luz… La humanidad entera se organiza alrededor de estas dos posiciones. En la medida en que el ser humano opta por la luz y obra con la verdad va decidiendo con claridad su futuro, su juicio, su eternidad, su presente, su historia de salvación.
La imagen de Jesús muerto y suspendido en la cruz ha quedado grabada en la memoria de los creyentes. Aprendemos el signo de la cruz desde pequeños; nos acompaña todos los días y momentos de la vida; en la jornada final, cuando aparece el túnel oscuro de la muerte, nos abrazamos con más fuerza a la fe en quien ha vencido a la muerte. Quizás por esto, meditar el viacrucis (camino de la cruz), nos es tan familiar.
En quince días iniciamos la Semana Mayor. Para nosotros habitantes del siglo XXI, tan dados a perseguir victorias (de todo tipo), nos caerá muy bien volver a mirar al Crucificado.
Levantar, con humildad, la mirada hacia la cruz nos puede ayudar a sanar cegueras y las visiones (egoístas, mezquinas, autosuficientes) de corto alcance acerca del sentido de la vida.
Los bendigo haciendo la señal de la cruz.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas