La 4T va con todo contra Manlio 

Por: Ramón Alfonso Sallard

Durante tres sexenios, Manlio Fabio Beltrones fue el congresista más poderoso del país y el principal operador político y de negocios del salinismo. Pero una derrota inesperada en 2016, cuando presidía el CEN del PRI, frente al imberbe Ricardo Anaya, entonces dirigente del PAN, mostró con nitidez sus debilidades y destruyó por completo su áurea de invencibilidad.

Le sucedió lo mismo que a su mentor Fernando Gutiérrez Barrios, el policía político por antonomasia. En diciembre de 1997, el guardián de los secretos más turbios del poder fue secuestrado por delincuentes comunes y posteriormente liberado tras el pago de un cuantioso rescate. El veracruzano ya no se repuso de la humillación y murió tres años después.

El sonorense, en cambio, busca regresar al Senado, después de un sexenio en el ostracismo. Pero el Plan C y la memoria del desafuero, lo tienen en la mira. La 4T va con todo en su contra para triturar electoralmente al último referente del antiguo régimen.

La larga trayectoria política de Beltrones inició en la Secretaría de Gobernación en la década de los 70 del siglo pasado. Primero fue agente de la Dirección Federal de Seguridad y posteriormente secretario particular de Fernando Gutiérrez Barrios, en esa época subsecretario de la dependencia encargada de la política interior del país. Fue diputado federal por primera vez durante el trienio 82-85, secretario de Gobierno de Sonora en los tres años siguientes, y senador de la República por primera ocasión en 1988, como compañero de fórmula de Luis Donaldo Colosio.

Beltrones estuvo poco tiempo en el Senado, pues al tomar posesión de la presidencia de la República Carlos Salinas de Gortari, el 1 de diciembre de 1988, nombró secretario de Gobernación a Gutiérrez Barrios, entonces gobernador de Veracruz, y éste designó a su pupilo como subsecretario encargado de la operación política para socavar la insurgencia electoral cardenista.

En 1991, Manlio se convirtió en gobernador de Sonora mediante unos comicios bastante cuestionables y cuestionados por la oposición panista, que hoy, paradójicamente, lo postula al Senado en coalición con el PRI y con lo que queda de partido fundado por Cárdenas.

Sobre aquellas elecciones es recomendable leer el libro “Sonora 91: historia de políticos y policías”, del camarada Roberto Zamarripa, actual director general editorial de grupo Reforma. Se trata de una crónica donde “protagonistas y sucesos se enredan y desenredan en algo muy semejante a lo que Balzac llamó un asunto tenebroso. Porque esta es una crónica sobre las intrigas, el espionaje, las venganzas, las pasiones, las acusaciones mutuas; en suma, los mil y un acontecimientos tenebrosos que rompieron la tradicional abulia y el enfado sonorense por la política. Una historia de policías y políticos”.

Por cierto, el mejor reconocimiento al trabajo periodístico es el que brindan los pares. Eso hizo Zamarripa al semanario El Ciudadano, bajo mi dirección, y a varios reporteros que ahí colaboraban. Escribió en el prefacio: “Un reconocimiento también a los compañeros reporteros Ramón Alfonso Sallard, Enrique Aispuro, Cayetano Lucero, Alfredo Acedo, Francisco Trujillo y Cuauhtémoc González, por la guía en el desierto sonorense. Al semanario El Ciudadano, que resistió embates e hizo periodismo en terreno difícil”.

En lo personal y familiar, el sexenio de Beltrones fue muy complicado, pero también dejó un gran aprendizaje. Vivía entonces en Hermosillo. Testimonio de aquella época es mi libro “Ruta Libre. Historias del poder”, publicado en 1995, el cual recoge poco más de un año de tarea política y periodística. Recoge una selección de textos que escribí para mi columna Ruta Libre, publicada en el periódico El Financiero Noroeste, del cual fui director regional de 1993 a 1997.

En aquella época estaba yo convencido de que Beltrones estuvo involucrado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Sin embargo, con el paso del tiempo, y una vez que tuve acceso a diversos documentos del caso, integrados a la indagatoria, mi hipótesis se desvaneció. En realidad, el entonces gobernador de Sonora fue uno de los más afectados, políticamente hablando, por el crimen de Lomas Taurinas. Se transformó en una más de las viudas de Colosio, que deambularon como alma en pena durante la segunda mitad del sexenio de Ernesto Zedillo.

Poco tiempo después de concluir su periodo como gobernador de Sonora, Beltrones enfrentó una nueva pesadilla, tan impactante como la ejecución de Luis Donaldo: el secuestro de su padre político, Fernando Gutiérrez Barrios. Sucedió el 9 de diciembre de 1997, alrededor de las seis de la tarde, en la confluencia de las calles Miguel Ángel de Quevedo y Fernández Leal, en Coyoacán. El exdirector de la Federal de Seguridad (DFS), exgobernador de Veracruz y exsecretario de Gobernación de Salinas, fue extraído de su coche por un comando de 12 hombres, que bajaron de una camioneta con logotipos de Telmex. En el lugar se registró un breve tiroteo y gases lacrimógenos.

La clase política se sorprendió con el secuestro. Parecía imposible que el superpolicía político del régimen fuese víctima de un plagio. ¿Alguna organización guerrillera, de las tantas que había desmembrado mediante desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y tortura, reivindicaba esa acción? No. Se trató de algo más elemental: un secuestro por dinero. Lo perpetraron delincuentes comunes. (El libro de Fabrizio Mejía Madrid, “Un hombre de confianza”, publicado en 2015, recoge, en forma de novela, los acontecimientos de ese día y la trayectoria pública y privada del veracruzano).

Beltrones se hizo cargo del operativo de rescate, en medio del silencio casi total de los medios de comunicación, a fin de no poner en riesgo la vida del político. Su mensajero principal fue el psicópata Miguel Nazar Haro, ex director de la DFS que gozaba con torturar personalmente a jóvenes opositores de izquierda. El rescate –de varios millones de pesos—se pagó el domingo 14 de diciembre y Gutiérrez Barrios regresó a su casa el lunes 15, pero ya no volvió a ser el mismo. Accedió al Senado en septiembre de 2000, pero permaneció muy poco tiempo en el cargo. Murió el 30 de octubre de ese año, después de una intervención quirúrgica que le fue practicada por problemas del corazón.

Beltrones fue el heredero político de Gutiérrez Barrios. Como tal, se comió crudo a Vicente Fox, a quien Porfirio Muñoz Ledo motejó con precisión como El alto vacío. Durante la segunda mitad de ese sexenio, Manlio presidió la Cámara de Diputados. Fue él quien operó no solamente el desafuero de AMLO, sino también la toma hostil de San Lázaro, por parte de las fuerzas armadas, para que Felipe Calderón pudiera protestar el cargo de presidente de la República, en medio de numerosas descalificaciones por parte de los legisladores obradoristas.

Durante el sexenio de Calderón, Beltrones fue líder del Senado. Todas las reformas constitucionales y legales que dieron forma al programa político del neoliberalismo requirieron del concurso del sonorense, quien se convirtió en el segundo político más poderoso del país.

Con Enrique Peña Nieto, Beltrones alcanzó el liderazgo nacional del PRI, pero dejó muy rápido el cargo por la inesperada derrota de su partido en los comicios locales de 2016. El PAN les arrebató varias gubernaturas. Fue ese el inicio del ascenso de Ricardo Anaya como aspirante presidencial panista. Fue también la debacle de Manlio, quien, en los años subsecuentes, tuvo que enfrentar una serie de juicios legales por sustracción de fondos públicos para ser utilizados en campañas priistas.

Cuando se dio a conocer que la coalición opositora postularía al exgobernador en la primera fórmula para el Senado, prácticamente toda la clase política sonorense daba por descontado que Beltrones accedería al cargo como primera minoría. Es decir, supliría a su hija Sylvana, senadora por Sonora de primera minoría. Sin embargo, el Plan C ideado por el presidente de la República para que la 4T obtenga mayoría calificada en ambas cámaras del Congreso de la Unión, modificó todo el escenario.

Originalmente, Sonora no estaba entre los estados en los cuales la coalición gubernamental, encabezada por Morena, buscaría los tres escaños. Pero después de un estudio demoscópico amplio, la detentadora del bastón de mando decidió correr el riesgo y promover dos fórmulas de la misma coalición para que, por separado, le cierren el paso a Manlio Fabio Beltrones. Según estos estudios, Morena trae una intención del voto de 52%. El margen es muy amplio respecto a la coalición del PRI, PAN y PRD.

Hasta este momento, Lorenia Valles y Heriberto Aguilar, candidatos de Morena al Senado, se encaminan a ganar con amplitud los dos escaños por Sonora. La mala noticia para Beltrones es que Célida López y Omar del Valle Colosio, postulados por el PT, también lo superan en intención del voto, aunque por poco margen. Por ello, en los siguientes tres meses de campaña, la disputa senatorial será muy ruda.

Además del Plan C, ni AMLO, ni Claudia ni Durazo olvidan el papel de Manlio en el desafuero. Como lo escribí en una columna anterior: “no soy rencoroso, pero tengo buena memoria”. Desde luego, Beltrones tiene bastante parque para responder. Veremos si le alcanza, porque este es su último tren.

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