“Alcohol y drogas, el refugio más popular del artista”: Tatiana Tibuleac
La novelista niega que su obra sea violenta, descree de la pureza de los géneros, se declara una “pequeña tirana” y siente escalofríos con la inteligencia artificial.
CIUDAD DE MÉXICO, feb. 3.- Esquiva de forma involuntaria durante la FIL Guadalajara, la novelista moldava Tatiana Tibuleac (Chisináu, 1978) responde a una entrevista vía remota en la que confiesa que su familia la ve como una “pequeña tirana” y se considera no creyente en cuanto a la pureza de los géneros literarios. Reconoce sentir “escalofríos” con la inteligencia artificial y sobre si París, donde hoy vive, es aún la capital cultural que fue en el siglo XX, sentencia: “Alcohol y drogas son todavía el refugio más popular de un artista”.
Enfurece literalmente cuando se le pregunta si es más bien pro occidental que pro rusa, dado que escribe en rumano, porque ahí en Moldavia, dice, no hay opción más que muerte y destrucción, y también cuando se le hace hincapié en la violencia verbal de sus personajes, como el adolescente que llama a su madre “tonta, inútil, bajita, fea y gorda” en el arranque de su novela inaugural.
—El primer impacto, desde las primeras líneas de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, es de una violencia apenas comparable a la de autores como el portugués Lobo Antunes o el estadunidense Brett Easton Ellis. ¿De dónde viene esa furia?
—Es una buena pregunta, pero ¿quién está suficientemente loco para responderla, honestamente? Esa violencia viene probablemente más de un dolor y una desesperación personales, pero también de un sentimiento de culpa o de miedo. Encuentro fascinante cómo cada uno de nosotros relata la violencia, eso que llamamos violencia.
“Cuando crecía en Moldavia se consideraba que un hombre que maltrataba a su mujer era un esposo amoroso, que una madre que explotaba a sus hijos en arduos trabajos en realidad los preparaba para la vida. La muerte nunca era considerada violencia, sí la enfermedad. Pero hoy las cosas son más complicadas. No entiendo cómo algunos pueden luchar a muerte por los derechos de las ballenas en el fin del mundo, pero no les importan los niños abatidos por una bomba en un país vecino. La violencia nunca es algo abstracto: como la felicidad, es siempre la suma de lo que ya sabemos, lo que hemos visto y lo que nos ha sucedido.
“De vuelta a mis libros, no pienso que sean violentos. Describen sobre todo hechos reales, que pasan en la vida diaria de la gente. Para las generaciones más jóvenes, quizá sean inverosímiles o una sacudida, pero no. Yo trabajé como periodista antes de hacer literatura y básicamente escribía sobre los mismos temas. Es más un asunto de ópticas, es decir, queremos ver la vida de una forma y la literatura de otra”.
—En su ópera prima usted ha decidido narrar en primera persona con un personaje masculino. Cuénteme sobre esa decisión.
—Siempre escribo en primera persona, es lo que me parece más natural. Intenté muchas veces hacerlo en tercera persona o armar diálogos y resultó catastrófico. En realidad, no sé qué hacer con la voz del narrador, no me resulta natural escribir “Ana está comiendo manzanas y le gustan”. Acaso se debe a un temor a proyectar mis propios deseos, gustos o creencias. Soy una pequeña tirana en la vida real, dice mi familia, y quizá no quiero hacer eso, por lo menos en la escritura. En cuanto al personaje masculino, no lo hice a propósito. Pensándolo bien, tomé las mejores decisiones escribiendo sin pensar mucho en eso. Cuando quise crear algo sofisticado y embalado, resultó falso.
—Usted escribe en rumano, lengua que ha dado a grandes figuras literarias como Tristan Tzara, Norman Manea y Mircea Cărtărescu. ¿Su obra ha tomado algo de alguno de ellos?
—Creo que tomamos algo de todos los libros que leemos. Incluso de los malos, que nos enseñan cómo no escribir. De los tres autores que mencionas, Cărtărescu es el que más me impresionó. Antes de escribir El verano…, leí Solenoid y recuerdo que pensé: “Este hombre está entre nosotros, está vivo, pero también está ya en otro mundo”.
—Intuyo, por la misma razón de que usted escribe en rumano, que su posición política es más pro occidental que pro rusa. ¿Es así? ¿Qué opina de la invasión lanzada por Putin en Ucrania, que es vecina de Moldavia?
—Esta pregunta me enfurece, pero no te preocupes, no será la primera vez. Pro occidental o pro rusa es una elección política en la que no pensamos en Moldavia, porque no podemos darnos ese lujo, tenemos una guerra en la garganta y la guerra sólo tiene dos resultados: muerte y destrucción. Si Ucrania no resiste, el mismo destino aguarda a Moldavia. Las bombas tampoco eligen, no son un referendo, todos mueren.
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Tibuleac heredó el oficio de sus padres, el periodismo. En 1995 comenzó a escribir la columna Historias verdaderas y de ahí pasó a la literatura, primero con un libro de cuentos titulado Fábulas modernas (2014) y después con dos novelas que sacudieron el mundo cultural moldavo: El verano que mi madre tuvo los ojos verdes (2016) y El jardín de vidrio (2018), ambas publicadas en español por Impedimenta.
—Usted ha elegido, como Tzara, vivir en París, que fue el centro cultural del mundo en el siglo XX. ¿Considera que la capital francesa sigue siendo ese refugio para artistas?
—Pienso que el refugio más popular para los artistas continúa siendo el alcohol y las drogas, pero como estas cosas no se expresan abiertamente, digamos que París sigue siendo sin duda una de las capitales culturales del mundo.
—La novela es el género con el que usted se ha estrenado en la literatura y también cultiva el cuento. ¿La novela es el género máximo? ¿Escribe poesía?
—A veces escribo poesía, pero no es lo más importante si el resultado es prosa o poesía. Supongo que sólo sigo la escritura sabiendo que al final un “prosopoem” o algo así sucederá. ¿Crees en la pureza de los géneros? Yo no.
—Hoy en día se ha esparcido a escala global la cancel culture, con prohibición de películas, libros y hasta nombres de equipos en la NFL. ¿Qué opina de esta tendencia?
—Creo que un día me pasará a mí y recordaré esta entrevista y pensaré que debí ser desde entonces más cuidadosa. Siendo honesta, estoy un poco temerosa de estas “mejoras” del arte al paso de los años, con la prohibición de palabras en libros, con el recontar el pasado de una forma más gentil, más “adaptada”. Estas mezclan me aterran. Un libro, una pintura, una canción, todo eso debe despertar una emoción, y una emoción no puede ser programada o explicada.
—Otra tendencia, la inteligencia artificial, está tomando el control en muchos procedimientos de la sociedad, desplazando mano de obra e invadiendo oficios. ¿Peligra la literatura por esta novedad tecnológica?
—Debo hacer una confesión al respecto. Mi hijo escribió un día mi nombre en ChatGPT por diversión. Preguntó quién es Tatiana Tibuleac y qué se sabe de ella. Bien, pues el chat respondió que soy una escritora que tiene tres novelas. Tú conoces las dos primeras, pero la tercera era una sorpresa. Se llama The Teacher’s Room (El salón de los maestros) y la trama la describía brevemente, fue fenomenal. Vuelvo mucho sobre esa locura y aún no sé qué pensar. Es escalofriante, ¿no crees?
—¿Tiene usted candidatos favoritos para el Premio Nobel de Literatura?
—Ludmila Ulítskaya y Mircea Cărtărescu. Ellos dos deben recibirlo.
—Cuénteme sobre su proceso creativo. ¿Dónde escribe? ¿Cuántas horas al día? ¿Usa máquina de escribir o computadora?
—Escribo en computadora. Nunca he idealizado la escritura, no le dedico un tiempo específico ni tengo hábitos al respecto. Eso probablemente sucede a todos los que vienen de profesiones ligadas a la escritura, como el periodismo. Tú escribes cuando la historia está lista, sin encantos.
—Entonces supongo que usted no cree en las musas…
—Sí creo, pero parece que todas me han abandonado.
—¿Qué recomendación puede hacer para los chicos que hoy empiezan a escribir y sueñan con dedicarse a la literatura?
—Es divertido, en realidad, y no escuchen lo que les digan.
Por Alfredo Campos Villeda
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