La nueva era de los populistas

ESPECIAL, nov. 20.- En las elecciones presidenciales argentinas los resultados favorecen ampliamente a Javier Milei, libertario populista de ultraderecha, sobre el candidato peronista Sergio Massa. Milei ha prometido desaparecer el banco central de Argentina, eliminando el peso argentino para utilizar el dólar estadunidense, crear leyes que permitan a los ciudadanos un mayor acceso a armas de fuego, prohibir el aborto y cortar relaciones con los países socialistas. Argentina tiene una inflación anual superior a 140%; hace tres años, un dólar se compraba con 80 pesos argentinos, hoy se compra casi con 1,000.

El populismo de izquierda argentino comandado por Néstor Kirchner, su viuda, Cristina Fernández, y el actual presidente, Alberto Fernández, fracasó. Argentina es una tragedia económica que creó las condiciones ideales para el surgimiento de otro populista con ideas completamente contrarias.

En los últimos años, el mundo ha visto el crecimiento de movimientos populistas sustentados en los errores de los políticos tradicionales que han olvidado su misión de servicio a los ciudadanos de sus respectivos países, muchos de ellos aquejados por la corrupción, disparidad social y económica, pobreza y falta de oportunidades para las mayorías. Esto no sólo está sucediendo en América Latina; en Europa, países como Italia, España, Reino Unido, Grecia, Francia y Polonia tienen un resurgimiento de “ideologías” que dominaron esa parte del mundo hace casi cien años y desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. La amenaza de los nuevos dictadores es real y latente, basta ver la invasión rusa a Ucrania; la llegada de líderes como Mussolini, Hitler y Stalin es una amenaza real para la humanidad.

En este lado del mundo, los populistas de izquierda y derecha han impregnado la política hemisférica. Bolsonaro, Lula y Dilma en Brasil, los Kirchner-Fernández y ahora Milei en Argentina, Evo en Bolivia, el golpista Castillo en Perú, Petro en Colombia y Bukele en El Salvador. Por su parte, López Obrador en México es un admirador de los dictadores Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua y Díaz-Canel en Cuba; añora su poder ilimitado, así como Trump envidia la impunidad y totalitarismo de Putin en Rusia. Todos los mencionados, independientemente de su filiación política, utilizan las mismas tácticas para convencer a los electores de que son los únicos que pueden sacar al país adelante, derrotando a los enemigos omnipresentes y todopoderosos.

¿Cómo reconocer a un populista? Generalmente muestran tendencias narcisistas y megalomanía. Hablan siempre del “pueblo” y la “gente”, aglutinando a toda la población en una masa que incluye a todas las condiciones sociales, económicas, culturales e idiosincráticas. Hacen creer a la población que sólo ellos los conocen y comprenden en su totalidad y, por lo tanto, son los únicos que pueden defenderlos y resolver sus problemas. Todos ellos encuentran un “enemigo malvado” en común: los otros, los “privilegiados”, los medios de comunicación contrarios a su forma de pensar, los “corruptos”, los “colonizadores” de hace centurias; todos aquellos que se oponen a su forma de gobernar, acusándolos de “ir en contra de la voluntad del pueblo”.

Un populista jamás acepta la responsabilidad por errores, equivocaciones, negligencias e incompetencias; todo lo malo es ocasionado por sus adversarios y rivales, por los gobiernos anteriores y el pasado que dejaron todo mal, por quienes se oponen a sus iniciativas, a quienes acusan de “traidores a la patria”. Tratan de suprimir libertades civiles y derechos humanos, denostando a los contrapesos gubernamentales. Un populista es un dictador en potencia y enemigo de la democracia que lo llevó al poder. Hacen recordar la frase atribuida a Luis XIV: “El Estado soy yo”.

Simplifican los problemas y situaciones complejas; en lugar de ofrecer soluciones informadas, los transforman en situaciones emocionales para generar la impresión de que están mejor preparados para solucionarlos que los neoliberales, conservadores o el adjetivo que convenga. Curiosamente, la historia, incluyendo los tiempos actuales, demuestran la brutal incompetencia e ineptitud de dichos gobiernos, que en lugar de ofrecer soluciones utilizan el poder como arma para tratar de minimizar e intimidar a sus detractores y rivales. Es en ese momento que intentan perpetuarse en el poder, ya sea destruyendo la democracia o imponiendo a sus títeres para dar continuidad a su proyecto. Es la antesala de la tiranía. Estimado lector, ¿le suena conocido? Bajo advertencia no hay engaño.

Por Carlos Kenny Espinosa Dondé

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