AMLO y su último año de gobierno

ESPECIAL, oct. 3.- Alfredo San Juan ampliar El último año de Andrés Manuel López Obrador será distinto a los anteriores. En los primeros cinco la atención se concentró en el presidente, como resultado de una estrategia política y de comunicación deliberada que lo convirtió en único vocero, intérprete y arquitecto del gobierno de la 4T. Pero este último año la atención estará dividida por la inevitable cargada que comienza a darse a favor de quien, se presume, será la mandataria los siguientes seis años. Por primera vez en el sexenio la definición de aspectos políticos sustantivos para el futuro inmediato no remite exclusivamente a Palacio Nacional.

La famosa entrega del bastón de mando, todo indica, ha sido asumido como una renuncia por parte del presidente a conducir la dura y decisiva rebatinga que está en proceso para la definición de los candidatos a gubernaturas, alcaldías y cámaras legislativas del próximo verano. Es el tema que más importa a la clase política en este momento. La carta libre que ha recibido Omar García Harfuch, ex director de la policía del gobierno de Claudia Sheinbaum, y quien no era el favorito del presidente para competir por la capital, ha sido interpretado como una clara indicación de su deseo de no participar en la selección de los cuadros de relevo, siempre y cuando no se produzcan escándalos ni se comprometa el triunfo electoral. Una actitud responsable porque, después de todo, serán ella y su equipo quienes tendrán que bregar con los gobernadores y legisladores que resulten elegidos. Eso le da a Sheinbaum y a sus colaboradores y aliados en Morena un protagonismo que hasta ahora no había sido compartido por el presidente. Y si bien hay un líder máximo indisputado, los actores políticos entienden que su futuro inmediato depende ahora de otro polo de poder.

Para el resto de los temas, sin embargo, el presidente mantendrá las riendas firmes, no nos quepa duda. Particularmente en todo lo que tiene que ver con su legado: las obras insignia, que serán terminadas llueve o truene, incluido el blindaje para su operación inmediata (léase fuerzas armadas) y la consolidación de sus programas sociales. Lo que los anglosajones llaman el wrap up en un doble sentido: envolver el regalo para embellecerlo y terminar lo que se está haciendo hasta donde se haya llegado. El propio presidente ha señalado que este año no se trata de comenzar cosas nuevas, sino simplemente concluir lo que se ha iniciado.

Pero, sobre todo, el presidente lo dedicará a la construcción de la imagen de su legado histórico y eso significa tal cual: consolidarlo, embellecerlo, asegurarse de que sea apreciado como tal. Desde que definió a su gobierno como el de la cuarta transformación de México, López Obrador aspiró a que sus reformas tuvieran la importancia de las grandes sacudidas telúricas por las que ha pasado el país: Independencia, Reforma y Revolución. El tiempo lo dirá, desde luego, porque para saber cabalmente la trascendencia histórica de un proceso político y social, antes tiene que convertirse en historia. Ahora mismo cualquier balance sería provisional, todavía a un año de completarse el ciclo. Lo que sí podemos dar por descontado es que aprovechará el año en que aún puede incidir, para asegurarse de terminar lo empezado y para difundir la noción de que su presidencia constituyó, en efecto, un giro decisivo en la historia del país.

En otras ocasiones he descrito la personalidad política de Andrés Manuel López Obrador como una entidad en la que operan tres roles distintos. Por un lado, líder de un movimiento social e impulsor de una corriente política en competencia con otras; esta sería la parte más beligerante, un militante siempre dedicado a ganar posiciones para su organización política. Dos, jefe de Estado y administrador público, empeñado en la construcción de una nueva relación entre el gobierno y la sociedad; y aquí involucraría tanto su concepción de país, como el diseño de políticas públicas concretas y su capacidad y energía como administrador de proyectos específicos. Y tres, un líder espiritual e intelectual empeñado en la prédica de mejores prácticas públicas y valores morales más humanistas. Desde luego, las tres se entrecruzan y complementan, aunque a ratos también se contrapuntea. En ocasiones la primera tarea, líder de un movimiento, perjudicó a la segunda, jefe de Estado, en la medida en que estorbó la posibilidad de ser percibido como un presidente de todos los mexicanos. En otras fueron complementarias, por ejemplo, al apelar a la polarización para mejorar sus niveles de aprobación popular, lo cual, a su vez, proporcionó mayores márgenes de gobernabilidad a su presidencia.

¿Cómo será Andrés Manuel López Obrador el último año? Buena parte de sus esfuerzos estarán dedicados a construir la imagen de la manera en la que él quisiera ser percibido dentro de 20, 30 o 50 años. Y eso es bueno para el país. Me parece que estarán mucho más activas las modalidades dos y tres, jefe de Estado y líder moral del llamado humanismo mexicano; y menos presente el primer rol, cabeza militante de una fuerza política específica. Justamente esa tarea es la que está entregando con el bastón de mando. Habrá excepciones, obviamente, por necesidad de la propia campaña electoral o por inercia frente ataques a su gobierno. Pero los énfasis serán otros.

Grosso modo esta actitud coincide con la de Claudia Sheinbaum. Sabiendo que no será rebasada por la izquierda, es decir que Xóchitl Gálvez no le quitará los votos del obradorismo, a la candidata de Morena le resulta mucho más conveniente invocar a los ciudadanos del centro y del centro izquierda ideológico, a los grupos medios y a intelectuales, algunos de los cuales apoyaron al obradorismo en 2018 y hoy se han distanciado. En las últimas semanas ha desplegado claramente una estrategia para mostrar a la iniciativa privada que lejos de ser una amenaza para la prosperidad económica, su gobierno mantendría la estabilidad política de la 4T consolidando sus virtudes y añadiendo un giro modernizador y quizá más incluyente. Tendrá que hacerlo con habilidad para no generar susceptibilidades gratuitas de parte de los obradoristas que se consideran más papistas que el papa.

Por fortuna ese “Papa” estará dedicado a pulir su bien ganado puesto en la historia. En ese sentido será un año interesante. López Obrador empeñado en mostrar un legado como estadista responsable, republicano y demócrata en el mejor sentido de la palabra, de ser digno acompañante de Juárez y Madero en el panteón de la historia; y Claudia Sheinbaum dedicada a convencernos de que puede ser presidenta de todos los mexicanos y no solo de los que creen en su movimiento.

Por Jorge Zepeda Patterson

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