Nadie ha cruzado la meta sin haber tenido que dar el último paso
La mayoría de nosotros hemos tenido en su momento sueños o metas que deseábamos alcanzar y para las cuales pusimos todo nuestro empeño, bueno, casi todo, ya que el sueño no pudo cristalizarse o la meta conseguirse, lo más curioso de todo es que tal vez haya sido solo un paso el que pudo haber cambiado en su momento ese fracaso en éxito.
Tal vez el nombre de Jim Redmond no te diga mucho, pero tal vez sí te enseñe bastante. Jim Redmond era un inglés que en 1992 participó en los Juegos Olímpicos que se llevaron a cabo en Barcelona, España. Estando en la justa olímpica, en plena competencia, Jim Redmond se lesionó gravemente el tendón. Jim Redmond, aunque ya había perdido la competencia, se puso de pie decidido a terminar la carrera. Su padre se le unió sirviendo de apoyo para ello. Los dos cruzaron la meta recibiendo de la multitud una ovación ensordecedora. Jim Redmond perdió la carrera, pero conquistó su meta.
¿Cuántas veces no ha pasado que nuestro éxito lo medimos en función de los demás y al no obtener lo que deseamos optamos por desistir? El caso de Jim Redmond nos hace ver que hay dos conquistas en la vida, las cuales a veces van juntas, pero en otras no: lo que uno consigue al conquistar una meta y en lo que uno se transforma al conquistar una meta.
Muchas de lo que podamos motivarnos en su mayoría irá a lo primero, a lo que se conseguirá cuando se logre la meta propuesta, y eso es bueno, es loable, es correcto: las metas son para darnos algo que será muy nuestro por habérnoslo ganado. Pero de la misma manera está la parte de uno que forja un carácter de ganador, aunque la meta inicial no se consiga. Ese carácter de ganador implica firmeza, entereza, voluntad, ánimo y fortaleza, curiosamente todas estas características se forjan no tanto con los éxitos, sino con los fracasos. Así es, los fracasos son la fuerza en contra que todos enfrentamos y que, o desarrollan en nosotros la fortaleza para permanecer de pie en la tormenta, o terminan por tirarnos, solo que esta elección es nuestra, no de los fracasos, no de los vendavales que enfrentemos, no de la tormenta que busque derrotarnos, sino de nosotros.
Hazte esta pregunta ¿qué necesidad tenía Jim Redmond de continuar su camino hacia la meta cuando la carrera ya había sido ganada por otro?, ¿qué quería lograr?, ¿qué quería demostrar?, realmente se requiere de un espíritu superior para continuar la lucha cuando el objeto de conquista inicial ya no está, se requiere un pensamiento que no vea hacia afuera sino hacia adentro, se requiere el carácter de, aunque ya no esté el trofeo que se nos daría por cruzar la meta, no permitir que se nos arrebate la persona en que nos convertiremos al cruzarla aunque ya no haya nada para nosotros.
Si uno es capaz de ver eso se dará cuenta de que nuestros actos tienen una trascendencia que roza lo infinito y que cada acción nos lleva a la persona de excelencia que estamos llamados todos a ser, después de todo nadie ha cruzado la meta sin haber tenido que dar el último paso.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial – Gestión Universitaria – Liderazgo Emprendedor
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