Marcelo, al estilo Camacho

ESPECIAL, sep. 7.- Antes de que se produjera el desenlace de la contienda por la candidatura presidencial del oficialismo –marcada desde el inicio a favor de Claudia Sheinbaum–, varios analistas predijeron que Marcelo Ebrard no rompería con Morena y Andrés Manuel López Obrador, porque dicha ruptura sería contraria a su biografía.

“Marcelo nunca ha roto con sus jefes”, decían. En eso, se equivocaron. Ebrard desconoció el proceso y prácticamente cantó su salida de Morena, alegando el descubrimiento de un gran número de anomalías (que aún no ha detallado). Sin embargo, en algo atinaron: su reacción de ayer está enraizada en su biografía, pues guarda un gran parecido con la que tuvo Manuel Camacho Solís cuando perdió la carrera presidencial de 1994 contra Luis Donaldo Colosio.

Tanto Ebrard como Camacho reaccionaron con gran disgusto ante su derrota. Una diferencia es que el segundo tuvo de asesor al primero, que en ese otoño de 1993 le sugirió no aventar todo y buscar acomodo en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Y un jefe, el presidente Carlos Salinas de Gortari, que aceptó la propuesta y lo acogió en el gabinete.

Ebrard no parece contar con un asesor así. Falta ver si el presidente López Obrador encuentra la manera de contentarlo, aunque, por las declaraciones de ayer de Ebrard, no parece que él esté interesado en un arreglo. Aunque es indudable que la ruptura de Ebrard perjudica el proceso de selección del oficialismo, lo daña mucho más a él. Por convencido que esté de que lo vencieron a la mala, el excanciller no debió romper.

Primero, porque no puede hacer nada al respecto. El proceso no tiene un mecanismo de impugnación. En pocas horas, Sheinbaum habrá recibido el bastón de mando que prometió López Obrador y esta contienda interna será historia. Nada puede hacer Ebrard para cambiar el resultado; ante todo, porque éste procede de la voluntad presidencial.

Segundo, al abandonar el conteo –o ser expulsado, como alega él–, el excanciller deja también la potencial suplencia de la candidatura. Si se me permite el símil, el segundo lugar en un certamen de belleza no abandona el escenario porque sabe que, en alguna eventualidad, puede ceñirse la corona.

Camacho se refugió en la SRE luego del destape de Colosio, pero después vino el alzamiento zapatista del 1 de enero de 1994 y, por las razones que se quiera, el exregente asumió un protagonismo demasiado grande, al punto de que opacó la campaña del candidato presidencial. Y cuando éste fue asesinado, la suplencia no recayó en Manuel Camacho, sino en Ernesto Zedillo. Parece que Ebrard no aprendió de esa experiencia.

Tercero, el pataleo de Ebrard lo pone en riesgo político. Cualquier cosa que salga mal para el oficialismo en los siguientes meses será motivo de que le echen la culpa a él. Eso sucedió con Camacho, cuya presencia en el homenaje de cuerpo presente que se hacía a Colosio en la sede nacional del PRI fue rechazada tajantemente. Por cierto, tocó a Alfonso Durazo –protagonista, ayer, en el acto de destape de Sheinbaum– pedir a Camacho que se retirara.

De haber aceptado su suerte como irremediable, Ebrard estaría calentado en el bullpen. La candidatura de Sheinbaum no será oficial en los próximos dos meses y medio. Hay tiempo de sobra para que el presidente López Obrador pueda repensar su decisión. Hoy el relevista potencial es otro, quizá Adán Augusto López Hernández. En un escenario en el que se caiga la candidatura, Ebrard estará en la tribuna, donde sólo puede fungir de villano favorito.

Por último, si Ebrard piensa en postularse por otro partido –no hay muchos, quizá sólo Movimiento Ciudadano–, existe un antecedente que debiera ponerlo a pensar: el de Ezequiel Padilla, quien, casualmente también fue secretario de Relaciones Exteriores, en el gobierno de Manuel Ávila Camacho.

Padilla fue un poderoso canciller, además de un extraordinario orador. Ayudó a su jefe a navegar por las aguas turbulentas de la Segunda Guerra Mundial y tuvo un papel protagónico en la fundación de la ONU. Aseguraba que sería el candidato presidencial del PRM, pero Ávila Camacho se decidió por Miguel Alemán, y Padilla se fue a la oposición, postulado por el Partido Democrático Mexicano, con el que obtuvo 19% de los votos.

Por Pascal Beltrán del Río

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