Una Xóchitl que descarriló al Palacio

ESPECIAL, jul. 7.- El surgimiento de la senadora Xóchitl Gálvez como aspirante a la candidatura presidencial por el frente opositor ha sido un fenómeno interesante en redes sociales. Por un lado, ha trastocado la narrativa presidencial, al grado de que, a momentos, se percibe la pérdida del control del discurso, se evidencia un enojo porque la fórmula planeada de vincular a los opositores con una clase estaba diseñada para otro perfil y lleva al gobierno al límite de violar la ley para posicionar a su candidata.

Una de las cosas que la senadora ha evidenciado, como ella mismo lo mencionó, es la misoginia inocultable de Palacio, el desprecio hacia las mujeres que deciden por sí y no para aquellas que son ungidas por el patriarca, como bien ha relatado la aspirante.

Sin duda, el desequilibrio del oficialismo ha evidenciado dos cosas: que habrá una candidata de Morena y que se ha dado la instrucción de torcer el proceso en perjuicio de Marcelo Ebrard, que ha venido marcando la agenda de los precandidatos de ese partido; así como el enojo termina por perjudicar a ésta, porque la evidencia como producto de la llamada cargada institucional.

Pero también este descontrol ha llevado al Presidente a caminar por el lindero de la violación a la ley electoral por usar los recursos públicos para atacar a una aspirante de la oposición, siendo bandera de él mismo en sus campañas y en la reforma, la de tipificar como delito el usar recursos con fines electorales, para lo cual podría iniciarse un procedimiento. “Es corrupción, y eso ya no existe”, diría al momento de enviar la iniciativa.

Otro elemento a considerar es que, al adelantar su proceso, Morena intentó que los ciudadanos estuvieran expuestos a la publicidad de dos de sus candidatos, los demás cumplirían el papel de golpear a la oposición, que no aparecía en escena.

Sin embargo, al surgir Xóchitl Gálvez, esa estrategia dejó de ser funcional, de tal suerte que se nota un giro, ahora para atacarla y descalificarla, descuidando los frentes, al menos en los que se presenta como la puntera de su proceso interno.

Sin embargo, la biografía de Gálvez la blinda: es una mujer de origen realmente indígena, con una trayectoria de autoconstrucción e incluso de éxito. Su trabajo institucional en el gobierno de Fox en favor de las comunidades indígenas fue exitoso.

Esta trayectoria la llevó a recibir invitaciones del propio Presidente actual y de su candidata a sumarse a sus equipos. Y eso desestructura la campaña de ataques de un discurso de vincularla a una mafia del poder.

Muy cerca está el riesgo de que el Palacio caiga en violencia en razón de género, pero poco favor le hace a su candidata, a quien la saca de escena y evidencia que no es capaz de crear una narrativa potente de sí y para sí misma.

Dos datos complejos que no ayudan a desvirtuar el calificativo de machista elevado por Gálvez. El Presidente dijo en febrero de 2020, desde La Paz —y lo ha repetido un par de veces—, en relación con las marchas feministas, en contra de los feminicidios y ampliación de derechos, que las manifestaciones de feministas están siendo manipuladas por grupos de derecha que buscan poner a la población en contra de su gobierno.

En un sexenio de una difusa izquierda que pasará a la historia por permitir el mayor número de feminicidios en la historia de México, estas posiciones son muy graves. Pero, simbióticamente, se sumó en su momento su ahora candidata al descalificar las motivaciones de las marchas feministas.

Cualquiera que sea la decisión de la alianza opositora respecto de su candidata o candidato, la sola aparición de una mujer independiente ha desbaratado el carril en el que el Palacio pensaba que iría solo.

Por Jorge Camargo

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