La kriptonita de López Obrador
ESPECIAL, jul. 10.- La irrupción de Xóchitl Gálvez en la carrera por la candidatura a la Presidencia de la República ha sido un fenómeno que logró descolocar no sólo a sus propios adversarios, sino al mandatario en funciones y a la clase política entera. El escenario político ha cambiado por completo, y el proceso sucesorio —que parecía un mero trámite para el Presidente— abre, por fin, un resquicio a la esperanza.
Todo era muy distinto hasta hace un par de semanas: los partidos preparaban su método de selección; la sociedad civil organizada trataba de incidir en el proceso. Los dirigentes partidistas parecían haberse resignado a lo inevitable, y jugaban a administrar el fracaso apostándole al Congreso; el mandatario los observaba, sonriente, y contribuía a dividirlos mientras disfrutaba, por su lado, de los esfuerzos que por complacerlo realizaban sus propias corcholatas. La Cuarta Transformación iba, cómo no.
El control sobre la agenda pública era absoluto, incluso durante sus ausencias, y desde la conferencia matutina se complació denostando a sus adversarios y tratando de reescribir la historia de sus derrotas, al tiempo que seguía advirtiendo a la gente sobre las “malas intenciones” de quienes le criticaban. La fórmula de la popularidad había sido descubierta, y se explotó al máximo: nosotros no somos iguales, señalaba día con día. Ellos no entienden al pueblo; ellos sólo quieren regresar para seguirse robando lo que ahora les repartimos. Ellos desprecian a los indígenas, y son feministas sólo porque ahora les conviene: ellos representan a la clase media aspiracionista, y no tienen consciencia de clase…
Hasta que apareció Xóchitl Gálvez. Una mujer indígena, y de origen humilde; una empresaria exitosa, preocupada por los asuntos públicos. Una mujer honrada; una feminista con carisma, capaz de conectar con cualquier persona: una política que el propio Presidente de la República trató de sumar a sus filas, y a la que quiso convencer enviando —a tales efectos— a sus personas más cercanas. La senadora resistió el canto de la sirena yerma, y su tozudez rompió el esquema de un mandatario encasillado en su propio personaje, que no ha sido capaz de neutralizarla como confiaba lograrlo con cualquier otro precandidato: en los hechos, y de seguir por la misma línea, Xóchitl Gálvez se ha convertido en la kriptonita de la 4T. La fórmula de Xóchitl Gálvez representa, sin más, la kriptonita de López Obrador.
La narrativa es el lugar que se ocupa en el escenario político; el discurso es la herramienta que lo refuerza y legitima. La narrativa del Presidente es la de un protagonista de antítesis, cuya presencia en un momento histórico determinado se justifica ante la presencia de un enemigo al que se tiene que enfrentar: por eso el discurso cotidiano de que no son iguales, por eso la polarización —y definición de contrarios— como un objetivo en sí mismo, que no como un mero efecto colateral de su gobierno. La senadora acierta al no descender —como sus rivales— al cuadrilátero del mandatario, fortaleciendo su narrativa al prestarse a la lucha de contrarios; Xóchitl destaca, al reconocer —como ningún otro, hasta el momento— lo rescatable de esta administración y hacer un guiño a los morenistas, evitando caer en el juego de suma cero al que apuesta el Presidente.
Xóchitl triunfará, y México saldrá ganando, en tanto su participación contribuya a crear una síntesis entre la lucha de contrarios que intenta perpetuar el mandatario en funciones. Las corcholatas están atadas de manos, las dirigencias de los partidos de oposición estarán sujetas —como nunca— al escrutinio y el escarnio público. La gente está harta de la confrontación, las circunstancias geopolíticas nos aseguran el crecimiento si somos capaces de llegar al consenso y soñar juntos, con un país mejor. Cá-lla-te, cha-cha-la-ca: el gobierno en funciones ha sido un desastre, pero su fracaso al menos podrá sentar las bases de un país nuevo. Una República, que no una secta: un país en el que quepamos todos.
Información tomada de www.excelsior.com.mx