El factor Xóchitl Gálvez

ESPECIAL, jul. 5.- Quienes hemos insistido en que la oposición, si quería ser competitiva, debía buscar una candidatura para 2024 alejada de las dirigencias partidarias, con un lenguaje y una personalidad propia, no pensábamos en Xóchitl Gálvez.

La empresaria exitosa, de familia indígena, funcionaria del gobierno de Vicente Fox, aparecía con mucha fuerza como aspirante para la Ciudad de México, pero repentinamente la forma en que le contestó a López Obrador por no haberle permitido entrar a la mañanera, a pesar de contar con un mandato judicial que lo ordenaba, le abrió unas puertas que nadie, en la oposición, había cruzado: la de convertirse en una antagonista de verdadero nivel para enfrentarse en el mismo plano mediático al Presidente y, por ende, a quien sea el candidato o candidata de Morena.

Xóchitl está jugando un papel, en apenas dos semanas, que ninguno de los otros aspirantes en el Frente Amplio puede jugar. Hay algunos, algunas, intelectualmente más poderosos, los hay con mayor experiencia política o de gobierno, con mayor o menor capacidad de comunicación, pero ninguno puede competir con la naturalidad del discurso de la exdelegada de la Miguel Hidalgo. Pocos, o ninguno, con las credenciales empresariales de la excomisionada para los Pueblos Indígenas durante la administración Fox. Tampoco con la especialización profesional de Xóchitl en robótica, inteligencia artificial, edificios inteligentes, sustentabilidad y ahorro de energía. Ninguno puede presumir haber alcanzado esos niveles exclusivamente por su propio esfuerzo, viniendo de un hogar indígena y pobre, de una familia disfuncional marcada por la violencia de un padre alcohólico.

La fuerza con que ha irrumpido Xóchitl lo pone de manifiesto la reacción del presidente López Obrador y de su coro: misoginia, machismo, caricaturización y descalificación de su oponente, de la misma mujer a la que en varias ocasiones López Obrador le ofreció que se uniera a su gobierno.

Todo lo que está ocurriendo en las precampañas tan adelantadas que estamos viviendo, me recuerda el proceso previo a la elección del 2000. Una candidata, entonces un candidato, que irrumpe en un espacio que no tenía reservado y que deja atrás a la dirigencia de su partido. Se impone, en aquel momento, Fox, ahora quizás Xóchitl, sólo porque no hay quién pueda competirle en términos de su capacidad de comunicación con la gente. El fenómeno Fox fue eso: un gran fenómeno comunicacional que se convirtió en político. Políticos tan experimentados como Carlos Castillo Peraza, entre otros, nunca lo pudieron desentrañar, prefirieron alejarse antes que rendirse ante ese fenómeno.

Al mismo tiempo, las campañas de Morena me recuerdan a la de Francisco Labastida. No dudo que Labastida hubiera sido un buen presidente, tenía todas las credenciales para ello. Pero su campaña debió enfrentar, primero, el conflicto interno, durísimo, con Roberto Madrazo, y luego una confusión de grupos, personajes encontrados, golpes por debajo de la mesa e intrigas, entre los que se decían sus partidarios (muchos no lo eran, solamente apostaban a quien creían el ganador). Hasta en sus aciertos (inglés y computación desde la primaria como materias obligatorias) terminó siendo criticado y cuestionado, incluso por los suyos.

La campaña de Claudia Sheinbaum parece estar sufriendo de males similares, pero tampoco la de los otros cinco aspirantes parece levantar. El problema es el diseño: son campañas internas basadas en principios y reglas que no permiten el debate, la confrontación de ideas y personalidades. Y si se trata de cantar loas a la actual administración, todos parecen relativamente iguales. Por eso los que le terminan contestando a Xóchitl son el Presidente y su coro, porque los seis aspirantes de Morena están atrapados en su propia dinámica y, si la rompen, se arriesgan al castigo presidencial, y si no lo hacen siguen sin tener repercusión en el discurso público.

Por Jorge Fernández Menéndez

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