Por la señal de la Santa Cruz
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salvara por él”
Juan 3, 16-18
¿Cuántas veces hacemos la señal de la cruz al día? ¿A cuántas personas hemos visto que hacen lo mismo? ¿Cuándo aprendimos a pronunciar estas benditas palabras ‘en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ y a garabatear una y tres cruces sobre nuestro cuerpo? La memoria de la fe se traslada inmediatamente al hogar, al templo, a la infancia.
La señal de la cruz y la invocación de la Trinidad han recorrido y acompañado la vida de los cristianos en sus diferentes edades y circunstancias, desde el nacimiento hasta la muerte. Son la expresión más sencilla/cercana del Amor Divino y de los amores humanos más entrañables. Gracias, familia; gracias, catequistas… Gracias, Iglesia que tiene su origen en el misterio de la Trinidad.
Los cristianos confesamos que Dios es Trinidad de amor, no una fría fórmula doctrinal, mucho menos un señorón de mal genio. Ese amor es uno y trino. Un amor que se da en tres personas, en relación de comunión. Un Dios que se mete en la historia del pueblo con Abraham, Moisés y los profetas. Un Dios que se hace «Dios-con-nosotros» en su Hijo Jesús. Un Dios que en Jesús nos revela la intimidad que circula entre el Padre y el Hijo que nos envían al Espíritu Santo. Dios es Trinidad de amor.
Hoy celebramos – gracias al Misterio Pascual- que el amor de Dios Trinidad es gratuito, total, incondicional, envolvente, liberador, revelador, salvífico… Es un misterio que no acabamos de entender, a veces de aceptar, mucho menos agotar. Nos abriga, abraza, sostiene, acompaña… Nos hace caminar como hijos muy amados y hermanos entrañables.
Hoy celebramos que el amor de Dios es tan grande que es unidad y diversidad (uno y trino), que siempre genera vida, contagia, se dilata y llega más allá de los límites que podemos imaginar. El amor de Dios llena de fuerza y da fuerzas hasta lo increíble.
Hoy celebramos que el amor de Dios circula y nos hace circular; siempre está en movimiento. Quienes entran en su órbita no perecerán porque entran en el torbellino de la Vida. Hemos sido alcanzados por su amor y hay huellas de Él por todas partes. Desde que el amor de Dios se hizo salvación, todo amor auténtico es bálsamo para las heridas, don y regalo de vida, edifica y transforma el espacio donde habita el ser humano.
Ante la grandeza infinita del amor de Dios Trinidad nos quedamos sin palabras. Estamos ante un caudal inagotable de bendiciones y una fuente perpetua de gracia. Nuestro corazón late, acoge el misterio, agradece, adora. El humilde gesto de persignarse -aunque sea haciendo cruces garabateadas- confiesa la fe en la presencia y el poder del amor de Dios. Crea una sonrisa de paz, recrea las posibilidades del amor en la familia, nos fortalece para mirar de frente las situaciones de la vida con sus oportunidades y complejidades.
Los bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas