Corridos tumbados: el ascenso de Peso Pluma
Lo que presume y canta Peso Pluma en sus videos no es más que un reflejo de los discursos capitalistas materialistas con los que hemos crecido.
ESPECIAL, jun. 15.- “Pura cadena gruesa y las plebitas son del Instagram”. “Diamantón llevo en mi Glock”. Así casualmente, aludiendo a diamantes y pistolas, nos canta con voz ríspida el artista tapatío conocido como Peso Pluma en una de sus últimas y muy exitosas colaboraciones musicales, de las más reproducidas hoy día en la plataforma Spotify. Lujo, dinero, mujeres y armas son el leimotif de éste y otros de los llamados “corridos tumbados”, aquéllos que orgullosamente presumen, glorifican y normalizan un estilo de vida llevado al límite como símbolo de éxito y poder, entre géneros musicales que mezclan los tradicionales elementos de la banda con otros estilos urbanos como el trap.
¿Qué tendría Peso Pluma de diferente como para llevarlo al top de las listas de popularidad, más allá de las fronteras geográficas y estilísticas? Después de todo, los raperos, reguetoneros y cantantes de hip hop han hecho versos sobre estos temas desde siempre: la criminalidad, la prisión, las drogas y los excesos son recurrentes, junto a la ropa de marca, cadenas de oro, las mujeres voluptuosas y los autos de lujo. Como antecedente, los narcocorridos de las bandas originarias del norte de México también han glorificado la vida, y sobre todo la muerte, de los traficantes. En otras palabras, hace mucho que las letras e imágenes explícitas de excesos, violencia y criminalidad dejaron de ser marginales para convertirse en el mainstream. Nos guste o no, los “corridos tumbados” ya forman parte del repertorio musical obligatorio de bares, fiestas y reuniones juveniles, sea al compás de Natanael Cano o de Peso Pluma, cuyo ascenso ha sido indudablemente vertiginoso. Después de todo, no cualquiera llega en su segundo año de carrera a ser el primer invitado del género regional mexicano a uno de los shows nocturnos más exitosos de la televisión norteamericana.
Decía Carlos Monsiváis que en los narcocorridos, los signos de distinción tradicionalmente estuvieron encaminados a conectar el impulso de sobrevivencia con la gratificación inmediata, el poder adquisitivo y los recursos tecnológicos. Por ello, el tema ha sido objeto de diversos estudios sociológicos y antropológicos que han indagado el universo de construcción de significados, recursos simbólicos y subjetividades de las masculinidades subalternas asociadas al fenómeno de los narcocorridos. Pero hoy, no se trata de los narcocorridos solamente, ni de un género de nicho restringido a un segmento poblacional acotado. Se trata de un fenómeno global sin precedentes gracias a las plataformas de streaming.
Por ello, las reacciones al éxito de Peso Pluma son variopintas y cada vez más vocales, pero no muy diferentes a las que hubo ante otros géneros y representantes musicales a los que se intentó censurar. Teóricamente, hay diversas formas de analizar el fenómeno. Desde la teoría crítica, se le puede acusar de su pobre propuesta musical, basada en la repetición y estandarización de letras y estilos que desactivan la creatividad intrínseca de la creación artística para generar un producto mercantil anodino, y por ello fácilmente consumible por el escucha promedio. La música de Peso Pluma es, sin duda, pegajosa, y sus estribillos fáciles de seguir. Desde los círculos feministas, claramente se puede criticar que en las letras y videos del cantante, la mujer sigue siendo mero objeto de deseo con la única función de servir a la gratificación sexual masculina. Desde teorías psicosociales, se reaviva la preocupación por las infancias y el aprendizaje social que, a la larga, se apodera de este estilo de vida. Después de todo, se ha demostrado que los sistemas de valores e ideologías se pueden cultivar no por la exposición a un solo tema o cantante, sino a lo largo del tiempo, ante la recurrencia de más cantantes y géneros con la misma temática. Desde los estudios culturales, se podría argumentar que Peso Pluma y su música sólo representan una respuesta a la ideología y valores estilísticos dominantes, y que desde la condición de marginalidad e ilegalidad pueden acceder más fácilmente al mismo sistema de recompensas que impone el capitalismo. ¿O no al hombre se le está alentando continuamente a ser exitoso y amasar bienes materiales y simbólicos? En fin, desde la perspectiva liberal se trata de un tema de libertad de expresión: ¿puede una sociedad democrática permitirse censurar legalmente expresiones artísticas? ¿Con qué parámetros? ¿No debería existir un mercado irrestricto de ideas y expresiones y dejar que sea el público –o el mercado– el que decida?
Sea como sea, Peso Pluma y otros como él seguirán irrumpiendo en la escena musical contemporánea. Mejor preguntémonos: ¿por qué ha saltado a la fama internacional en tan poco tiempo dentro de la industria musical? ¿Qué está haciendo bien este escuálido cantante nacido en 1999, que se aleja un poco de la tradicional vestimenta de las bandas para arroparse en prendas deportivas, cadenas de diamantes y un corte de pelo inusual? Sin duda, se trata de una figura que no es inmediatamente encasillable. Más allá de su vestimenta, su corporeidad no necesariamente corresponde con el tradicional “macho alfa” del matón en turno, del narco júnior ni del jefe de la pandilla de la cuadra con cuerpo esculpido por el gimnasio que mira desafiante a la cámara. Más bien en la pose encorvada de Peso Pluma hay algo de timidez y hasta de familiaridad. Y he ahí la clave de todo: este chico pudo haber sido compañero de aula, vecino, primo o rival de videojuegos de cualquiera de nosotros. Nuestro amigo, hijo o hermano. Y con ello, la realidad se muestra: lo que presume y canta en sus videos no es más que un reflejo de los discursos capitalistas materialistas con los que hemos crecido: ser más, desear más, amasar más, consumir más y disfrutar la vida.
Por MIREYA MÁRQUEZ-RAMÍREZ
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