Claudia entre tiburones
ESPECIAL, jun. 16.- Por lo visto, a Sheinbaum se la van a comer viva.
Una cosa es tener el presupuesto y el gigantesco aparato del Gobierno de la Ciudad de México a su disposición, más la protección empalagosa del Presidente, y otra es competir en igualdad de condiciones con Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard.
La pusieron a nadar entre tiburones.
Más vale que el Presidente vaya afinando el plan B, porque a su delfina la van a hacer pedazos.
A los primeros chiflidos estalló en público contra el presidente del Consejo Nacional de Morena, que es otro tiburón.
Vio que había cámaras, micrófonos, todas las miradas puestas en ella, la favorita, y no se pudo contener.
Le reclamó a Durazo por los abucheos a la llegada, con el índice apuntando al pecho del gobernador de Sonora, el puño aplastado sobre la mesa y el semblante rígido.
Sheinbaum no controla su furia, ni la guarda para un momento sin consecuencias negativas para ella.
Así no va a llegar, o al menos no con la facilidad esperada.
Monreal y Ebrard saben de alta política, que consiste en llegar a acuerdos con los adversarios fuera y dentro del partido en que militen, negociar, ceder, ganar.
Tienen la piel endurecida por los golpes recibidos, saben contratacar, demoler y, si es necesario, tragar sapos y sonreír.
De la misma manera en que se desenvuelven con naturalidad en los grandes salones de la diplomacia internacional, son conocidos en foros (Davos, G-20, directivos de empresas multinacionales) de relevancia, también saben pelear a navaja en el obscuro callejón de los trancazos.
El aspirante tabasqueño de Morena tiene alguna experiencia en la pluralidad, pero es torpe.
Sus jugarretas, como las encuestas balines que manda publicar y así poder decir que va en segundo lugar, se ven desde un avión.
Pero Adán Augusto López ha tenido vida política sin López Obrador o al margen o hasta en contra suya.
Claudia Sheinbaum, en cambio, es una florecita de invernadero.
Sólo conoce la grilla universitaria, a nivel facultad.
En cacha grande sólo ha brillado cuando la alumbra el astro en torno al cual gira: López Obrador.
Ya demostró que carece de luz propia.
Ahora el Presidente la soltó en el agua para que nade sola, y al primer chapoteo se estaba ahogando.
Su protector debió salir en su auxilio: “Son cosas que pasan y en estos casos es mejor reírse”, dijo ayer en la conferencia mañanera.
La culpa, en el fondo, es de AMLO, porque la sobreprotegió.
Se le cayó la Línea 12 del Metro, hubo más de una veintena de muertos y el Presidente le tendió el manto protector para que no se lastimara.
El transporte público de la ciudad es un desastre: peor que nunca. Con una lluvia se encharcan las calles y vías primarias de la capital.
Prácticamente todos los indicadores de la Ciudad de México son malos. Su inercia confiscatoria y agresiva hacia la propiedad privada debió ser contenida en la Asamblea Legislativa.
La calidad del aire es pésima porque Sheinbaum no se atreve a exigir que la refinería de Tula ya no queme combustóleo, que nos envenena.
Quiso ser sensata durante la pandemia, AMLO la doblegó y la “científica” terminó por acatar las instrucciones paranormales de un charlatán como López-Gatell.
Dicen que la seguridad está bien, aunque en medio año no han resuelto el intento de asesinato de uno de los periodistas más relevantes del país.
En tanto jefa de Gobierno y protegida del Presidente, Sheinbaum tuvo el favor de prácticamente todos los medios de comunicación.
Con piso parejo, frente a dos tiburones, no puede.
Al primer bullying mostró su debilidad.
Monreal dejó el Senado con mariachis y entre el aplauso general de morenistas y opositores. Ese es un político.
Ebrard, con los vientos en contra, renunció al cargo y salió de Palacio Nacional con una camiseta de campaña y sonrisa de oreja a oreja. Ese es un político.
Y el miércoles Claudia Sheinbaum abandonó el Palacio presidencial enfurruñada, mirando al piso, sola. Suerte que no había una lata, porque la patea.
Así es que el Presidente tendrá que entrar de lleno a la campaña de Sheinbaum –y luego a la otra campaña y luego a su gobierno, si es que gana–.
O alistar al plan B en el bullpen de su partido.
Por Pablo Hiriart
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