Su misericordia es eterna
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Ocho días después, se les apareció Jesús” Juan 20, 19-31
La Iglesia celebra la Divina Misericordia “ocho días después” del primer domingo de la historia. El sentido de fe que anida en nuestro pueblo lo capta, acepta y manifiesta en la imagen preciosa del Cristo Resucitado que, de su pecho, brota como manantial la vida nueva del Espíritu. Esta fiesta responde a la urgente necesidad de sentir muy cerca a Cristo Resucitado que abre sus brazos para derramar abundantemente su misericordia sobre quienes lo invocan.
Al ver las realidades complejas que vivimos, el Señor nos invita a meditar confiadamente y a actuar audazmente. En nuestro mundo, al mismo tiempo poderoso y frágil, hay luces y sombras, deseos de paz y maldades manifiestas. Nuestro tiempo está necesitado y urgido de fuentes creíbles e inagotables de esperanza, alegría y paz. Los mercados posmodernos solamente ofrecen productos brillosos por fuera y vacíos por dentro; el hambre y la sed de felicidad siguen estando ahí como anhelos inalcanzables.
Al terminar la octava de Pascua, la Iglesia propone que abramos nuestra vida a la inagotable misericordia que el Resucitado derrama sobre quienes aceptan su presencia salvadora. Por eso cantamos con el salmista: La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Los textos sagrados de este domingo describen la presencia del Resucitado en movimiento, a varias horas, del día derramando misericordia en cualquier circunstancia. La riqueza de gestos que la hacen presente no tiene límites. Resalto dos que son muy queridos por el hombre del siglo XXI: la libertad y la solidaridad. La primera, porque está a la base de la lucha por autonomías y nuevas independencias; la segunda, porque es la expresión más querida y visible de la caridad social.
El Resucitado aparece más libre que nunca. Entra en el grupo a pesar de las paredes del miedo y los cerrojos. Saluda, sonríe, reconforta, ofrece y llena de paz. Derrama la fuerza del Espíritu sobre ellos para que sean libres y ‘vuelen’ alto y lejos en la misión. Además les concede eso que tanto escandalizaba a quienes lo crucificaron (y escandaliza hoy a muchos): el poder de perdonar los pecados. ¿No es esto misericordia al infinito?
El Resucitado echa en cara a Tomás su incapacidad de ser solidario con los discípulos reunidos. Sabemos el desenlace y la lección para quienes van a creer por su testimonio. La solidaridad es rostro indispensable de la misericordia. De ahora en adelante la verificación de la identidad del Resucitado pasa por la comunidad reunida, por la Iglesia. “Ocho días después”, es decir, cada domingo, la Iglesia se reúne para cantar la misericordia del Resucitado.
La fe es eclesial y la misericordia, también. Desde el primer domingo de la historia, el soplo del Espíritu alienta a quienes se reúnen en nombre del Señor. Se posa en la fragilidad de los discípulos perdonados y los fortalece para ser enviados a la misión.
La Divina Misericordia no es una devoción más. Debe llegar a ser el estilo de vida de los bautizados en todo tiempo y lugar.
Con mi bendición pascual.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas