Las puertas…
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Yo soy la puerta de las ovejas” Juan 10,1-10
En estos días, mi pueblo de nacimiento cumple 200 años de existencia. La generación actual está de fiesta; no es para menos. En varias ocasiones me he detenido a observar y meditar sobre las puertas de sus casas, zaguanes, corrales, templos; su necesidad, ubicación, las que faltan o las que sobran; la gente y los animales que han salido y entrado por ese espacio necesario para la movilidad y seguridad. ¿Qué pasaría si no hubiera puertas? ¿Quién las pensó/diseñó/fabricó? Alguien ideó e hizo las puertas… pero no son la puerta.
La sabiduría popular expresa en frases cortas lo que puede significar una puerta. Conocemos gente que busca entrar por la ‘puerta grande’, la ‘puerta falsa’, la ‘puerta negra’. Hay personas que te dan con la ‘puerta’ en las narices y, otras que eligen salir ‘por la puerta trasera’… Abrir la puerta, entrar por la puerta, salir por la puerta son expresiones ricas en simbolismos. Abrir la puerta de casa y dejar entrar a alguien es un gesto de confianza.
“Yo soy la puerta de las ovejas…” nos dice Jesús, el Señor. Se dirige a quienes quieran escucharlo y tienen necesidad de orientación, consuelo y más. La puerta puede ser signo de libertad para entrar y salir al encuentro del hermano; para salir a construir calles, avenidas, puentes por donde transiten las personas; para tejer relaciones fraternas, solidarias, pacíficas… En otras palabras, la puerta significa que la posibilidad de elegir amar para vivir con dignidad está en casa, en nuestra habitación interior.
En el cuarto domingo de Pascua, Jesús se define como la puerta de las ovejas. “Yo les aseguro que…” es la garantía de que solamente Él llena/cumple todas las especificaciones para ser puerta y puerto de salvación, para el más acá y el más allá. Él es la única puerta de acceso al Padre, a la vida eterna, a una vida con sentido con la garantía de la bienaventuranza eterna.
La llave es la fe en Él, fe humilde e incondicional, fe que se prueba en la verdad del amor.
Si el Señor Jesús es la puerta de salvación, nosotros -Iglesia peregrina en este siglo- estamos llamados a ser anunciadores, celebradores y testigos de la Buena Nueva. “La Iglesia no es una aduana –dice el Papa Francisco-, es la casa paterna-materna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”. Jesucristo es la puerta, no nosotros. Caer en la tentación de hacernos dueños de la puerta y de las llaves (sólo Pedro) puede ser funesto para la salvación de muchos. No tenemos por qué cerrar la puerta a nadie. Nuestra misión es acompañar, ayudar, escuchar, facilitar, compadecer… a quien toca a la puerta.
Este domingo muchas comunidades cristianas promueven las vocaciones. La Iglesia necesita servidores actualizados en marcos, bisagras, candados, llaves, colores, materiales… capaces de abrir puertas. La invitación es para todos. Hay mucha gente herida en el camino de la vida que necesita de tu generosa respuesta. ¿Te animas?
Saludos y bendiciones de Pascua a todos los niños y sus respectivas familias.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas