Militares, el pulso del conflicto

Las movilizaciones de protesta del Ejército denotan un hartazgo por la política de “abrazos, no balazos” y la falta de solidaridad de los altos mandos cuando las cosas salen mal. ¿Hasta dónde llegarán?

ESPECIAL, mar. 18.- Hay descontento en el Ejército. Las movilizaciones en 19 ciudades del país así lo demuestran. Sería un error centrarse en el número de participantes, ya que lo relevante es lo que se está señalando y lo que refleja. 

Es la primera vez que una protesta, en la que participan militares y exmilitares, tiene una expresión totalmente abierta, que trasciende a lo que ocurre en los cuarteles. Lo que ya se intuía y que es por demás explicable, ahora se traduce en acciones concretas y, de algún modo, delicadas, si no encuentran los cauces para explicar y solucionar el conflicto.

Lo que detonó la irrupción pública de quienes se asumen como defensores del Ejército, es la detención de cuatro soldados que están acusados de asesinar a cinco jóvenes en Nuevo Laredo, Tamaulipas el 26 de febrero pasado.

Los elementos están procesados por la Fiscalía de Justicia Militar por el delito de desobediencia, ello al margen de las actuaciones que también se siguen en lo que respecta al fuero civil.

La queja central de los manifestantes fue la de señalar que ellos, los soldados, sólo reciben órdenes y que son sujetos de maltrato, ya que no se les permite actuar de modo efectivo contra los delincuentes. Están hartos, al parecer, de la política de “abrazos no balazos”.

Es una simplificación, por supuesto, pero sirve para trazar el parámetro del desencuentro. La realidad es que la actuación de los militares está lejos de ser tersa y más bien se engloba en su ya larga participación en territorio. Los datos así lo indican. Del 1 de diciembre de 2018 y hasta el pasado 1 de marzo, la Secretaría de la Defensa Nacional había recibido 31 recomendaciones y mil 559 notificaciones de queja de la CNDH, de acuerdo con una investigación del diario Excélsior.

Acaso por ello, algunas consignas de los que marcharon fueron para condenar la política de derechos humanos, que ven más cercana a los delincuentes que a quienes tienen la tarea de perseguirlos. No es así, pero es lo que creen y es lo que norma el criterio a la hora de analizar los sucesos donde existen transgresiones a la ley o abusos contra la ciudadanía.

De algún modo, la narrativa oficial los abrazos y no balazos, está resultado un bumerán que potencia inconformidades en la milicia, donde se percibe a mandos privilegiados en la construcción e instrumentación de obras emblemáticas de la actual administración, y los que están en las zonas de conflicto arriesgando pellejo y prestigio.

En efecto, no suelen encontrar la solidaridad del mando y del gobierno cuando las cosas salen mal y por ello se sienten ante la intemperie y maniatados, o con altos márgenes de riesgo.

Los soldados nunca se han sentido cómodos realizando tareas de policía. Esto no ha cambiado. Desde hace años lo han señalado con claridad, pero son respetuosos de las órdenes que les han dado los diversos presidentes de la República.

Esto es de valorarse, porque la subordinación al poder civil es una de las garantías del orden democrático. Es más, uno de los logros más significativos del periodo que siguió a la Revolución Mexicana, consistió en encuartelar a los generales para alejarlos de los vaivenes de la política.

El aumento de la influencia de los soldados en la actual administración es, por demás, notoria. Nunca habían tenido tantas tareas ajenas a sus responsabilidades legales directas, como ahora.

Pero continúa siendo la seguridad pública la zona de mayor complejidad. De algún modo es inevitable la participación de las fuerzas armadas, porque las policías municipales y estatales están rebasadas, y por la sencilla razón de que ya no hay una corporación de carácter civil que se ocupe de los asuntos policiales, porque la Guardia Nacional es militar, ya sin rubor alguno, y aunque la ley diga otra cosa. 

De ahí que quejas y problemas pueden ir aumentando en el corto y mediano plazo. Por ello, se requiere de inteligencia y prudencia para gestionar una situación que no es un desafío menor.

Por desgracia, los soldados están ya en la esfera política, salieron de los cuarteles hace años y no regresarán a ellos en los siguientes años. Esto implica que se tienen que tomar decisiones para que se mantenga la disciplina, pero también para que se desmonten las situaciones o creencias que pueden devenir en conflictos como no los hubo en casi un siglo.

Por Julián Andrade

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