«No es necesario ir a EE.UU.»: migrantes cambian sueño americano por uno mexicano
SALTILLO, México, nov. 25.- Luego de haber sido deportado dos veces de Estados Unidos, el refugiado hondureño Walter Banegas asumió que al no poder alcanzar el «sueño americano» trataría de construir uno en tierras mexicanas.
Tras haber sorteado no pocos obstáculos, el hombre de 28 años trabaja actualmente en una fundición en la norteña ciudad mexicana Saltillo, capital del estado Coahuila.
«Aquí me siento tranquilo», dijo a Reuters. «No es necesario ir a los Estados Unidos. Aquí en México se puede salir adelante», afirmó Banegas, quien huyó por primera vez a Estados Unidos en 2012 cuando era un adolescente para evitar ser reclutado por una poderosa banda de narcotraficantes, sólo para ser deportado en 2014. Reingresó con la intención de buscar asilo en 2020 y fue deportado nuevamente.
Una vez más, en 2021, Banegas huyó otra vez de las amenazas de las pandillas en Honduras, pero esta vez no puso su mirada en Estados Unidos sino en México.
Ahí se le concedió el estatus de refugiado en enero del 2023 y, con la ayuda de un programa de refugiados de Naciones Unidas se trasladó a Saltillo y se le asignó un trabajo en Pace Industries, un fabricante de piezas de fundición de metales con sede en Michigan y plantas en Estados Unidos y México.
Conocido desde hace mucho tiempo como un país de emigración y tránsito, México se ha convertido en los últimos cinco años en un destino para un pequeño pero creciente número de refugiados, atraídos por un sistema de asilo menos restrictivo que el de Estados Unidos, así como por la abundancia de empleos gracias a escasa mano de obra del país.
Banegas dijo que gana alrededor de 800 dólares al mes en Pace Industries, menos de lo que pensaba que ganaría en Estados Unidos, pero suficiente para enviar al menos 50 dólares al mes a su familia. Dijo que se lleva bien con sus compañeros de trabajo mexicanos y está orgulloso de que su hijo David, de seis meses, sea ciudadano mexicano.
«opción muy sólida»
Hace una década, unos cientos de personas recibían asilo anualmente en México. Para 2021, la cifra aumentó a 27,000, según la agencia para los refugiados de México.
El país está en camino de aprobar este año al menos 20,000 casos de asilo, la mayoría de ellos procedentes de Cuba, El Salvador, Haití, Honduras y Venezuela.
La gran mayoría de los migrantes que ingresan a México continúan hacia el norte, a Estados Unidos, lo que plantea desafíos para la administración del presidente Joe Biden.
Estados Unidos registró más de 700,000 solicitudes de asilo individuales el año pasado.
Pero el jefe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en México, Giovanni Lepri, dijo que el país latinoamericano se está convirtiendo en una «opción muy sólida» para los refugiados, en parte debido a sus altas necesidades de mano de obra.
México tiene más de un millón de puestos vacantes en todo el país, según la asociación empresarial Coparmex, y los empleadores en las industrias del turismo, la agricultura, el transporte y la manufactura a menudo tienen dificultades para encontrar trabajadores.
Según una encuesta de Coparmex a más de 2,500 empresas, publicada en julio, el 85% de los empleadores en el sector manufacturero reportan problemas para encontrar trabajadores, más que en cualquier otro sector.
El crecimiento previsto con el «nearshoring», a medida que las empresas se trasladan a México para estar más cerca de los clientes estadounidenses, podría profundizar esa escasez de mano de obra, según la asociación manufacturera mexicana INDEX.
Funcionarios estadounidenses, mexicanos y de la ONU han pedido cooperación regional para ayudar a los migrantes a reasentarse en lugares como México, Costa Rica y Colombia, con el objetivo de reducir la migración indocumentada a Estados Unidos.
El director de migración de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, Arturo Rocha, dijo que el Gobierno está enfocado en expandir visas de trabajo y vincular a los empleadores con los inmigrantes que buscan empleo, especialmente «para aprovechar la deslocalización cercana».
México está trabajando con el gobierno de Guatemala para traer hasta 20,000 trabajadores a su territorio mexicano anualmente, con el objetivo de eventualmente expandir el programa a Honduras y a El Salvador.
José Medina, director de Coparmex, elogió el programa de la ONU que ayudó a Banegas e instó al gobierno mexicano a ampliar los programas de visas de trabajo para que más inmigrantes puedan encontrar rápidamente empleadores.
«Desde luego que ayudaría, sobre todo ante la realidad de que tenemos vacantes abiertas que no se pueden cubrir», dijo.
El programa de la ONU ayuda a los refugiados a reubicarse desde el sur de México, donde la mayoría completa su proceso de asilo, a ciudades en el centro y norte de México, brindándoles subvenciones en efectivo y asistencia con la colocación laboral y el acceso a guarderías, escuelas y atención médica. Ayudó a encontrar trabajo a 5,500 refugiados en 2022, y a casi 3,000 en lo que va de año.
«no se puede pedir más»
Cuando Fernando Hernández, de 24 años, huyó de Honduras hacia el sur de México el año pasado con su pareja y su hija pequeña, su plan era atravesar el país lo más rápido posible para llegar a Estados Unidos.
Luego vio publicaciones en las redes sociales de niños ahogándose en el río que separa a México de Estados Unidos. Se imaginó a Kaitlyn, de dos años, siendo arrastrada y también pensó en su madre, quien emigró a Estados Unidos en 2017 y vivía en un parque de casas rodantes en Texas pagando la mayor parte de su salario en alquiler.
Hernández decidió buscar asilo en México. Después de que fue aprobado en febrero, la ONU ayudó a la familia a mudarse a la ciudad industrial norteña Monterrey y Hernández comenzó a trabajar en una tienda de conveniencia.
Él se enteró rápidamente de que había puestos vacantes en todas partes, dijo. Así, pasó a trabajar luego en una fábrica y posteriormente se convirtió en cocinero en un restaurante PF Chang, ganando alrededor de 225 dólares a la semana.
«Aquí tenemos todo: una casa, comida, y familia», afirmó. «No puedo pedir más».
Por Laura Gottesdiener y Daina Beth Solomon
(Editado por Ana Isabel Martínez)
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