Encuesta o paridad, falso dilema
ESPECIAL, nov. 7.- Será una semana de decisiones claves para Morena. No solo por la definición de sus candidatos para las nueve gubernaturas que se disputarán este verano; también porque las pasiones que han despertado las candidaturas constituyen un reto para el nuevo liderazgo, encabezado ahora por alguien que no es Andrés Manuel López Obrador. Se trata pues de la primera operación política del próximo sexenio.
La atención nacional se ha centrado casi exclusivamente en la competencia por la Ciudad de México entre Omar García Harfuch y Clara Brugada. Algunos obradoristas lo han encarado como un todo o nada, una especie de valoración de una vez y para siempre de la consistencia ideológica de Claudia Sheinbaum o de su capacidad política; si gana Harfuch, presunto favorito entre las clases medias, habrá significado poco menos que una traición al movimiento. Por su parte, los medios de comunicación y los columnistas críticos ya decretaron que, si por el contrario, vence Clara Brugada habrá sido una derrota de Sheinbaum y una muestra de debilidad que afectará a su liderazgo.
A mi juicio las dos interpretaciones son incorrectas, o al menos incompletas, porque surgen de una perspectiva reduccionista originada por nociones centralistas que tienden a subestimar la importancia del resto del país. Las nueve entidades en disputa albergan a alrededor de 50 millones de habitantes, de los cuales solo nueve residen en la capital. Jalisco y Veracruz tienen más de ocho millones y Puebla y Guanajuato más de seis cada una (cifras de 2020). O para decirlo rápido: la Ciudad de México aportará poco más de 7% de los votos en la próxima elección federal, las ocho entidades restantes 31%. Desde luego, la importancia de la capital va más allá de lo cuantitativo: tiene un carácter simbólico y político extraordinario. Pero el peso físico de las ocho restantes y la manera en que impactan en los grandes objetivos nacionales de la Cuarta Transformación no pueden ser ignorados.
Y tampoco puede perderse de vista que la manera en que cada candidatura se resuelva afecta a las otras ocho entidades. Como todos sabemos, cumplir la exigencia de la paridad de género (5 candidatas en las nueve en disputa), muy probablemente obligará a Morena a sacrificar a más de un ganador de las encuestas de popularidad organizadas en estas entidades. Decidir en qué lugares se baja al que quedó en primer lugar y en cuáles no, será el verdadero reto de la dirección de Morena.
Lo más sencillo sería aplicar los resultados de las encuestas de manera automática y asunto resuelto. Pero la aritmética suele ser más caprichosa que eso. Asumiendo que solo en Veracruz la encuesta arroje a una mujer en primer lugar, como se afirma según sondeos, las otras cuatro para completar las cinco candidatas exigidas estarían destinadas a las mejor colocadas en segundo lugar. Sin embargo, el INE exige que los partidos abran oportunidad a las mujeres en las entidades en las que tienen oportunidad de ganar y no solo en aquellas con alta probabilidad de perder. Eso supone un juicio de valor que introduce márgenes de subjetividad inevitable.
Lo más delicado para las dirigencias es encontrar la mejor mezcla posible para optimizar su capacidad de competir con éxito en el mayor número de entidades. Habrá situaciones en las que privarse de un ganador de encuesta, para optar por un segundo lugar, ponga en riesgo el triunfo en determinado estado. Habrá otras en que el sacrificio de un puntero derive en una potencial escisión, sea porque el candidato se lance por la oposición, sea porque decidió incursionar como tercera vía (caso Coahuila). Es decir, no solo se trata de números sino también de valoraciones políticas sobre la posible reacción de los candidatos sacrificados. En Morelos, Chiapas, Yucatán e incluso Puebla el mosaico se muestra resbaladizo en este sentido. Y, por lo demás, en todo esto también entra una evaluación sobre los posibles candidatos de la oposición en cada entidad y su careo frente a los potenciales abanderados de Morena.
Por eso es incorrecto interpretar la decisión sobre la Ciudad de México como un hecho aislado. Las nueve entidades entran a un juego de suma cero (o, en este caso, suma cinco para ser exactos). Si no se consigue en un lado tendrá que obtenerse en el otro. Algunos casos serán más rígidos y ayudan poco a la cuota de género porque la candidata mejor colocada quedará en tercer lugar (muy probablemente Puebla) o porque el ganador obtendrá tal ventaja que políticamente es absurdo quitarle la candidatura (quizá Tabasco). Si Morelos y Chiapas resulta que no son “sacrificables” por una valoración política (dura competencia o alto riesgo de escisión), las miradas necesariamente se enfocarán en la Ciudad de México. Pero bien podría ser lo contrario y entonces no habría razón para no aplicar puntualmente lo que arroje la encuesta, al margen del criterio de paridad.
Dicho de otro modo, la definición que se dará a conocer este viernes saldrá del cruce de tres variables: resultados de las encuestas, cuota de género a cubrir y el deseo de una alineación de conjunto que ofrezca la mayor competitividad posible y minimice los riesgos de escándalos políticos.
El mejor escenario posible para tan difícil tarea es que los resultados de las encuestas “transiten” amablemente a los criterios de paridad de género y requieran intervenciones mínimas y razonables a los ojos de todos. Pero si la estadística no “coopera” y arroja segundas posiciones endebles y obliga a optar por terceros lugares, o a sacrificar a una entidad sobre otra a partir de criterios sujetos a interpretación, los críticos de uno y otro bando encontrarán un campo minado.
Lo sabremos pronto. El pulso entre Harfuch y Clara es importante, desde luego. Pero el resultado no debería ser constreñido al difícil equilibrio de todo movimiento respecto a la praxis política, por un lado, y la consistencia ideológica por otro. Visto así, Claudia perdería no importa cuál sea el desenlace, porque según sus críticos habría cedido si gana Brugada o dado la espalda al movimiento si gana Harfuch. Lo que veo, más bien, es un intento de priorizar el resultado de las encuestas para intervenir lo menos posible y, en tal caso, ver por el conjunto de la 4T y su futuro.
Por Jorge Zepeda Patterson
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