No tenemos porqué ser tan complicados
Mons. Sigifredo Noriega Barceló
“Amarás al Señor, tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo” Mateo 22,34-40
La urgencia de simplificar trámites, procesos, requisitos… responde a una notoria necesidad: la complejidad de los retos que vivimos. Las posibilidades que nos dan las nuevas tecnologías y la investigación de especialistas que ocupan su talento en desentrañar algoritmos pueden ayudar a encontrar soluciones asequibles. Pero, cuando se trata de tomar decisiones sobre qué es lo más importante en la vida, las máquinas ¡salen con cada cosa! Por más que nos facilitan soluciones, no nos pueden suplir en las opciones fundamentales.
Encontrar respuesta a los grandes desafíos de la inseguridad ocasionada por la violencia y la incertidumbre del futuro que patrocina el ríspido y mentiroso ambiente preelectoral es cuestión de inteligencia, creatividad, voluntad y… una dosis mayúscula de caridad fraterna. Repito, esto no puede ser decidido por la inteligencia artificial, ni por maniobras engañosas; hay que buscar en otro ámbito y con otros medios. Son tantas y variadas las ofertas en el mercado que podemos caer en la trampa de la superficialidad, o en la tentación de lo momentáneamente fácil y rentable. Aprender a discernir cuesta cada vez más. Tomar decisiones acertadas, correctas y constructoras de paz es el gran reto del ciudadano de nuestro tiempo.
En tiempos de Jesús los creyentes tenían 248 preceptos y 365 prohibiciones que pretendían traducir la ley de Dios. Podemos imaginar la tremenda dificultad para circular por la vida sin saltarse alguna… sin remordimientos. Es comprensible la pregunta del fariseo que quiere portarse bien, pero encuentra demasiado abultado el código del buen comportamiento. La pregunta –aunque tenga la intencionalidad de ser una trampa- es clara: ¿habrá algo más sencillo que sea el centro de tanto
precepto y prohibición? La vida, piensa él, no debe ser tan complicada. La respuesta de Jesús es impecable en claridad, sencillez y contenido: “Ama a Dios… y ama al prójimo como a ti mismo.”
Otra vez aparece el antídoto contra la enfermedad de las complicaciones en la vida: el amor sencillo, concreto, confiado, pletórico de ternura, generoso sin límites… a Dios y al prójimo. Si el fariseo pretendía probar a Jesús con sus complicadas sumas y restas, su respuesta lo va a desbordar por la simplicidad del amor: “En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”. La controversia está resuelta de parte de Dios. Faltará, de nuestra parte, llenar de amor las horas de la vida y poner al servicio del amor los talentos recibidos y las herramientas tecnológicas inventadas o por inventarse, también en tiempos engañosamente preelectorales y de inseguridad.
La ética y la moral cristiana no se basan en una indescifrable lista de deberes y obligaciones. El amor a Dios y el amor al prójimo no se contraponen, ni rivalizan; más bien se complementan y fecundan mutuamente. Discernir amando y amar discerniendo es el modo cristiano para tomar decisiones inteligentes, por tanto, corresponsables.
Les abrazo (los, las… ¡qué complicado!) con mi bendición, al terminar el mes de las lunas bellas, las necesarias misiones y la corona de rosas a la madre del amor sin complicaciones innecesarias.
Originario de Granados, Sonora.
Obispo de/en Zacatecas