Millones tienen una historia que contar sobre la Virgen de Guadalupe
El culto alrededor de la Virgen de Guadalupe va más allá de un símbolo de identidad nacional religiosa, sino de cientos de historias de creyentes cuyas plegarias son parte fundamental de sus vidas.
CIUDAD DE MÉXICO, dic. 10.- En la voz de Yamilleth no hay rastro de duda. Una vez más, Nuestra Señora de Guadalupe la salvó.
“Ayer que salimos de ver a la Virgen yo andaba con mi teléfono y no sé cómo lo perdí… Marcamos al número mío y gracias a Dios una señora contestó. Todos me decían ‘no lo vas a recuperar’ y yo dije ‘virgencita, no puedo regresar sin mi celular’. Como a la hora, la señora me lo llevó. Te digo: es el milagro que la Virgen me hizo”, contó a The Associated Press.
Éste no es el primero ni el más importante de los favores que Yamilleth Fuente dice haber recibido de su Virgen, sino un recordatorio de que siempre la cubre su manto protector. Por eso, como millones de devotos, esta salvadoreña de 49 años viajó miles de kilómetros para visitar la Basílica de Guadalupe, que resguarda la aparición mariana más importante de México.
En 2014, cuando Yamilleth enfermó de cáncer, también se encomendó a su Virgen y ahora asegura que le debe cada aliento. Cuenta que es devota desde hace décadas y su familia comparte su fe.
“Toda la vida he querido a la virgencita y antes hasta soñaba con ella”, aseguró. “Mi hija se llama Alexandra Guadalupe porque es un milagro de la Virgen”.
El primer creyente se llamó Juan Diego.
Una madrugada de 1531, este indígena caminaba cerca del cerro del Tepeyac cuando el canto de unos pájaros atrajo su atención. Decidió parar y tras un instante de silencio la escuchó.
“Mi Juanito, mi Juan Dieguito”.
Era Ella y, en su voz, su nombre.
Habían pasado diez años desde la conquista española, por lo que México era un territorio de indígenas que habían renunciado a sus creencias para abrazar otra fe.
Juan Diego subió al cerro y en lo alto vio una doncella de pie. De acuerdo con el Nican Mopohua —un documento del siglo XVI que según la Iglesia Católica narra esta aparición—, Ella llevaba un vestido que resplandecía como el sol y las rocas bajo su pisada parecían jades.
Era la Virgen María, la Madre de Dios, y habló en náhuatl. Usó el lenguaje de Juan Diego para demostrarle cuánto lo amaba y le hizo una petición: construir una “casita sagrada” para poner a Dios de manifiesto y ofrecerlo a la gente.
“A Él, que es mi mirada compasiva; a Él, que es mi auxilio; a Él, que es mi salvación”.
La Basílica de Guadalupe es visible a kilómetros de distancia. Su cuerpo es redondo y sobre su techo hay una estructura que simula el manto de la Virgen. Esto envía un mensaje: Ella cobija a todos, tal y como siente Yamilleth.
Los mexicanos conocen la zona como “La Villa” y a su alrededor el movimiento no cesa. Por sus accesos peatonales fluyen peregrinos locales o extranjeros. Lo mismo llora un bebé desde su carriola que un anciano apoyado en su bastón.
Algunos asisten a misa. Otros se persignan y se van. Muchos prenden cirios afuera del templo.
La fe en la Virgen de Guadalupe no choca con otras creencias. Es usual observar fieles que entran al santuario entonando canciones típicas de sus pueblos o vistiendo ropas autóctonas.
“Nosotros somos de la Comparsa Axolotl Niño Dormidito”, dijo a AP Guadalupe Rodríguez, una mujer sonriente que fotografía a sus compañeros, unos danzantes con quienes caminó desde un barrio ubicado a unos 25 kilómetros de ahí.
Son casi una decena. Visten túnicas de colores, sombreros que parecen tambores y máscaras de hombres barbados. Mientras avanzan interpretan un baile que surgió como una especie de burla hacia los conquistadores.
La Basílica actual es el edificio más nuevo del complejo. Data de 1976 y, según el gobierno de Ciudad de México, el 12 de diciembre pasado recibió a 3,5 millones de fieles que celebraron la aparición de la Virgen hace casi 500 años.
A su alrededor hay otros santuarios: un exconvento, una capilla y la primera parroquia en la que se edificó una ermita para la Guadalupana. Ninguna, sin embargo, tiene un tesoro como el de la nueva Basílica.
Un manto que cuelga al centro del recinto es la prueba del milagro. Desde ahí, como alguna vez miró a su Juan Dieguito, la Virgen de Guadalupe observa al resto de sus hijos. La protege un vidrio que ha resistido atentados y se la puede ver a pocos metros desde una banda móvil que pasa bajo sus pies.
Ahí no se permite tomar fotos pero para sus fieles eso no resta emoción al encuentro. “Ni te puedo describir cómo lloré”, contó Yamilleth.
En algunas creencias, la iconografía es fundamental. Es lo que ancla la fe y la materializa; lo que le da cuerpo al nombre.
Para los mexicanos, la Virgen de Guadalupe también es la “Morenita” porque su rostro es mestizo. Representa a esa Iglesia nueva que pidió erigir.
En una edición comentada del Nican Mopohua que el canónigo Eduardo Chávez publicó en 2017 se cita un relato que se cuenta sobre la Virgen en Veracruz, un estado en el Golfo de México. “Su rostro no es ni de ellos (españoles) ni de nosotros (indígenas), sino de ambos. Identificarse con su rostro mestizo nos compromete a vivir como hermanos”.
Juan Diego también tiene una carga simbólica. La Aparición implica que Dios habló al hombre a través de su madre y el interlocutor elegido no fue un europeo ni un noble, sino un “indito” o “macehual”. Esto es clave porque supondría que con la manifestación de la Virgen surgió también un rayo de esperanza para los más vulnerables.
Antes de la Aparición, la viruela había matado a casi la mitad de la población indígena. La estructura social, política y económica previa a la conquista había sido destruida. La religión tampoco se salvó. “Fue una tremenda tragedia existencial ver desplazados sus ídolos y templos, aquello por lo que habían dado literalmente su sangre”, escribió Chávez.
A las faldas del cerro que hoy resguarda a la Basílica existió un templo para la diosa Coatlicue Tonantzin y la fecha de la Aparición coincidió con una fiesta indígena anterior a la conquista, pero la Iglesia rechaza que la fe Guadalupana sea un sincretismo. Para ésta es un punto de partida hacia algo nuevo.
“El mundo antiguo se terminó, se colapsó, se destruyó, pero no para desgracia del ser humano. Ese 12 de diciembre de 1531 se verificó este maravilloso encuentro entre el verdaderísimo Dios por medio de su Madre para dar una vida llena de amor y misericordia, para la salvación plena y total”, puntualizó Chávez.
Una explanada a espaldas de la Basílica parece un estacionamiento de casi cien mototaxis. Junto a los vehículos, sus conductores esperan a un sacerdote que les dará la bendición.
“Cada año venimos a darle gracias a Dios, a la Basílica, a la Virgencita, y para que nos ayude”, explicó a AP Abraham García, dueño de uno de los mototaxis que vive en Nezahualcóyotl, cerca de la capital.
El mexicano de 45 años narra que él y sus compañeros viven en comunidades humildes y siempre tratan de dar un buen servicio. “Este año nos fue bien y nos vamos más bendecidos para tratar de ser mejores personas”.
El fervor hacia su Virgen se observa en cada vehículo. Algunos la llevan estampada en la parte trasera. Otros despliegan su escultura con flores como un altar bajo el retrovisor.
Para la Iglesia Católica, la misma imagen de la Virgen es un milagro. Cuando la “Morenita” le pidió a Juan Diego su casita sagrada, éste acudió al único hombre con el poder de construirla: el obispo. El mensajero se arrodilló en dos ocasiones frente a Fray Juan de Zumárraga, pero él dudó de su palabra y le pidió una prueba de que la petición venía de la Madre de Dios.
Juan Diego volvió ante Ella. Siguiendo sus indicaciones, recogió todas las flores que encontró en el Tepeyac y las guardó en un manto que llevaba frente al pecho. “Con esto le conmoverás el corazón al Gran Sacerdote para que interceda y se erija mi templo”, le dijo al pedirle que llevara las flores al obispo.
Una vez frente a Zumárraga, el macehual soltó su tilma. Con la caída de los pétalos la imagen de la Virgen apareció sobre la tela y ése fue el inicio del culto mariano más importante del país.
La veneración del manto es uno de los objetos de estudio de la doctora Nayeli Amezcua, académica de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
“Tiene que ver con la importancia de la materialidad en el catolicismo”, refirió a AP. “Es una religión muy sensorial… De muchos objetos a través de los cuales se transmite lo sagrado”.
La experta explica que en el siglo XVI había más de una manifestación de la Virgen María, como la Virgen de los Remedios, pero no todas se insertaron en la sociedad con la misma fuerza. ¿Por qué?
Hay varias hipótesis, refiere Amezcua. Un factor es la potencia de la imagen: la Virgen que se le aparece a Juan Diego está embarazada, con el elemento divino dentro de ella y tiene voluntad propia. La otra se relaciona con los sacerdotes que se hicieron devotos e impulsaron el culto más allá de su área geográfica.
Además, está el milagro. Los santos más importantes de la Iglesia Católica son los más milagrosos, refiere Amezcua, y eso es lo que permite que ésta siga en una suerte de competencia con otras religiones como el pentecostalismo.
“En torno a las imágenes hay narraciones que dan cuenta de milagros, ya sea por un origen milagroso o porque se le reza y concede el milagro”, añadió. “Nosotros podríamos decir que son representaciones, pero para los creyentes las imágenes en sí mismas tienen vida”.
La Iglesia y los expertos coinciden en que el culto a la Virgen de Guadalupe se fortalece con la oralidad: el devoto le pide algo, Ella lo concede y el milagro se difunde.
Aquella mañana en que Yamilleth visitó la Basílica, llevaba un pañuelo amarillo con la imagen de su Virgen alrededor del cuello. “Yo siempre doy testimonio de que mi vida está muy apegada a la Madrecita”.
En su casa en Sonsonate, al occidente de El Salvador, dice tener más imágenes de Ella.
“Mi vida entera está llena de milagros de Dios y la Santísima Virgen de Guadalupe. Tendrías que sacar un libro por tanto que ella ha hecho en mi vida”, finalizó.
Por María Teresa Hernández
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