Sin traje y corbata, pero ni hablar de pantalón corto: ¿alguien sabe cómo vestir bien en la oficina hoy?
La muerte de la formalidad indumentaria en el trabajo arroja un presente mucho más cómodo, pero también muy confuso
ESPECIAL, sep. 27.- Marzo de 2020 marcó el comienzo de una época incierta para todo el planeta, de la que la industria de la moda tampoco salió indemne. En ese momento en el que en buena parte del mundo se imponía el confinamiento, nuestros hábitos y necesidades cambiaron radicalmente. Scott Sternberg era uno de los diseñadores que veía con preocupación el futuro inmediato. Tan solo dos años antes había fundado Entireworld, la marca con la que iniciaba su segunda aventura en la moda, tras el auge y caída de su anterior firma, Band of Outsiders. ¿Quién iba a comprar ropa en un momento en el que casi no se podía salir de casa?, se preguntaba. Pero, para sorpresa de Sternberg, Entireworld viviría su mejor época de ventas. Uno de los diseños de su marca, unos chándales de colores vivos inspirados en una serie infantil, multiplicó sus ventas. Mientras otras firmas veían como sus números caían en picado, Entireworld despegaba. Sin pretenderlo, Sternberg se había adelantado a un cambio de tendencia: mientras la formalidad en el vestir se antojaba inútil, la comodidad marcaba aquello que se llamó “la nueva normalidad”.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado, pero otras también han pasado a formar parte del escenario cotidiano. Una de ellas es una mayor relajación a la hora de vestir, especialmente en un ámbito, el profesional, que tradicionalmente imponía unos códigos no escritos más estrictos. Tras meses en los que las videollamadas consiguieron que buena parte del planeta solo se arreglase de cintura para arriba, parece que una corriente silenciosa de pensamiento nos ha convencido de que ciertas formalidades ya no son necesarias. Esa nueva mentalidad se ha reflejado incluso en los más altos órganos de poder. El pasado año, durante la reunión del G-7 en Alemania, los líderes de siete de las mayores economías del planeta posaron sin corbata por primera vez en los 40 años en los que se han celebrado estas cumbres. Este mismo año, The New York Times dedicaba un artículo a los cambios de vestimenta en el Senado estadounidense, entre los que ya no es extraño ver a alguien con sudadera. La pandemia, definitivamente, ha acelerado algo que el diseñador Tom Ford ya vaticinaba en una entrevista de 1999. “Cada vez trabajamos más y más delante de un ordenador (…). Podríamos estar trabajando en ropa interior y camiseta. ¿A quién le importa? ¿Quién va a vernos?”.
La muerte del traje-armadura
“La pandemia fue un momento en el que empezamos a hacernos preguntas tales como: qué quiero hacer con mi vida, cuánto y cómo quiero trabajar, de qué manera quiero organizarme… y la moda es el reflejo de la sociedad en cada momento”, explica Manuel García, de la firma de sastrería García Madrid. Desde su experiencia, él confirma que “ha cambiado la forma de vestir y la forma en la que queremos mostrarnos a los demás. Hemos ido evolucionando hacia una moda más relajada en la vida diaria, en el trabajo y un toque más sofisticado en la noche y en los eventos festivos”. Su firma hace tiempo que detectó esos cambios y apuesta por una mayor variedad que se distancia del traje clásico. “El teletrabajo, las normas sociales más relajadas o el acercamiento a los demás ha hecho que la forma de vestir se adecúe a este estilo de vida y haya nuevos cánones estéticos laborales. El estilo casual ha triunfado y por el momento no hay vuelta atrás”. En el caso de García Madrid, se concreta por el “abandono de la corbata, uso de zapato deportivo con los trajes y relegar el traje a eventos de índole más formal y no tanto al día a día”.
El mayor damnificado de este cambio ha sido, por tanto, la combinación de traje y corbata, durante décadas el símbolo inamovible de la seriedad laboral. Si bien en algunos sectores profesionales ya era percibido como un vestigio del pasado, la pandemia ha sido el paso definitivo para que otras profesiones lo guarden definitivamente en el armario. Lo explica Carlos Rey, consultor de calidad alimentaria: “Cuando yo empecé, nos decían que el traje era la armadura del consultor”. Esa vestimenta que proporcionaba seriedad y distancia se desplomó definitivamente durante el confinamiento. “Por un lado, cuando ya tienes más confianza, no sientes la necesidad de refugiarte en esa armadura. Por otro, a partir de trabajar por videollamada, mucha gente se ha relajado y se ha dado cuenta de que no hace falta que los profesionales se vistan de traje y corbata. Nos hemos visto unos a otros en situaciones más normales de nuestra vida diaria, en nuestras casas. Al final, era normal ver a un cliente con camiseta”, cuenta.
Un nuevo escenario en la oficina
Como en todo momento de cambio, también asoma cierto desconcierto. Tras décadas en las que vestirse para ir a trabajar era tan sencillo como elegir qué corbata combinaba mejor con qué traje, ahora las opciones son más amplias. ¿Dónde está la línea que separa lo aceptable de lo demasiado casual? Como casi siempre, depende del ojo que lo mire. “Yo hago consultoría de moda y diseño de ropa y accesorios, pero parte de ese trabajo también pasa por estar atento a qué ropa llega, cómo se expone, y he notado en los últimos tiempos que ha crecido muchísimo el streetwear y el urban”, explica el diseñador Rubén Gómez. “Ahora incluso ya vemos a más cargos directivos que van en zapatillas deportivas. Lo que era el casual friday [algunas empresas invitaban a sus trabajadores a acudir los viernes con vestuario más informal y relajado] ahora ya se extiende a un casual diario”.
Esa irrupción del streetwear, ya íntimamente vinculado al lujo urbano, gana cada vez más terreno en una época en la que los paradigmas de empresario de éxito, de Mark Zuckerberg a Elon Musk, nos han acostumbrado a que la persona que marca los designios de gran parte de los consumidores del planeta lo hace apoyando sus zapatillas de edición limitada sobre la mesa de su despacho. “Ahora vestirse y arreglarse no significa ponerse trajes”, explica María Payá, especialista en tiendas masculinas en la tienda madrileña WOW Concept. “Pueden usarse tejidos más técnicos, en los que prima la comodidad”. “Ahora ya no se usa tanto un traje con camisa, sino que también se combina con camiseta, con un estilo más relajado. También estamos viendo que se usan más zapatillas y no tanto zapatos”, apunta Sergio Pérez, su compañero en WOW Concept y especialista en streetwear.
Pese a estos cambios en lo que resulta aceptable vestir en determinados sectores profesionales, hay viejos hábitos que cuesta superar, y los centros de negocios de Madrid o Barcelona todavía no son Silicon Valley en términos de libertad de estilo. “Cuando vamos a comprar, siempre nos enseñan productos muy interesantes pero que sabemos que al hombre español todavía les cuestan”, apunta Payá. “Hay mucha gente a la que todavía no la puedes sacar de sus pantalones pitillo. Es verdad que en la cuarentena la gente pasaba mucho tiempo metida en redes sociales y ha habido un poco más de conocimiento de marcas, por eso piden piezas un poco más especiales”.
Sin embargo, sigue habiendo prendas tabú en determinados entornos laborales. “Vaqueros muy sueltos o estampados, trajes de colores… Cualquier cosa muy fuera de lo común nunca apostaríamos por comprarlo, más allá de algunas piezas especiales”, remarca Payá. Otra es, sin duda, el uso de pantalón corto en verano, aún el gran tema pendiente en casi todas las oficinas. Uno de los miembros de la redacción de ICON todavía recuerda cuando, en un trabajo anterior, el uso de esta prenda le valió una reprimenda. “Me dijo mi subdirectora: el presidente se va a enfadar como te vea con esos pantalones. Yo estaba recién llegado y no sabía que era una norma, pero lo era, así que ella tenía razón. A veces el código de vestuario de un lugar se aprende a base de prueba, error y sustos”.
Por GUILLERMO ARENAS
Información de: www.elpais.com