El sexenio más sangriento de la historia

ESPECIAL, may. 28.- El país arde en llamas. Arden cuerpos calcinados en las calles. Arden comercios. Autos en las carreteras. Familias asesinadas. Cuerpos desmembrados.

Hace un par de días mataron a un periodista en Tehuacán, Puebla. En Chiapas circulan tanquetas del crimen organizado a plena luz del día. En Irapuato encontraron cinco cuerpos maniatados en un cementerio.

No son historias de terror ni narcoseries. Es la sangre que se derrama todos los días en el país.

México está en llamas por la creciente espiral de violencia y homicidios que sofoca todo su territorio. No hay rincón seguro: ni la escuela ni los parques ni los hogares. El nulo Estado de derecho y la impunidad han quitado todo límite a la delincuencia, que opera con completa libertad. “Somos gente de El Mencho”, gritan en las calles.

El jueves pasado se rompió el récord como el sexenio más violento de la historia moderna del país, con 156 mil 136 asesinatos. El doble de la capacidad del Estadio Azteca. Y ni siquiera se está contabilizando a los desaparecidos.

La administración de López Obrador va a terminar con más de 180 mil homicidios.

Y, mientras tanto, las Fuerzas Armadas están ocupadas en construir trenes y aeropuertos.

El común denominador es el vacío de poder. Las autoridades no entienden y no quieren entender lo que ocurre. No sólo no son parte de la solución, sino que también son parte del problema.

Nuestro Presidente y sus compinches se esconden en un palacio y gritan la idiotez de “abrazos, no balazos” mientras se derrama sangre en las calles. Es el narcoterror institucionalizado. Es el narcoestado que deja desamparados a los ciudadanos.

¿Qué hacen 128 mil guardias nacionales que sustituyeron a la Policía Federal –a los cuales hay que sumar algo más de 80 mil elementos del Ejército y la Marina que realizan labores de seguridad–? ¿Cuál es el uso de sus 241 cuarteles? ¿De qué sirve la reunión de planeación en materia de seguridad de las 6 de la mañana?

Nuestras autoridades no están. No nos protegen. No hay inteligencia. No hay operación. No hay talento. Siguen siendo los mismos improvisados de hace 5 años, que cobran sus salarios, pero le rehúyen a la responsabilidad.

Los culpables tienen nombre y apellido. Son Alfonso Durazo, quien fuera el secretario de Seguridad federal, quien aseguró disminuir a la mitad los homicidios en seis meses y dio cero resultados. Es el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Son los militares, que dejaron de servir a los mexicanos para ponerse al servicio del poder.

Son los Epigmenio Ibarra, que siguen culpando al pasado y justificando el desastre. En sus manos está la sangre de 156 mil personas, víctimas de la violencia.

Si el Presidente y su gabinete tuvieran un poco de dignidad, ante tales resultados, renunciarían.

www.excelsior.com.mx

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