De la delgadez extrema al skincare obsesivo: las nuevas presiones estéticas sobre las mujeres jóvenes

Las mujeres más jóvenes tienen una obsesión con el cuidado de la piel que es exactamente igual a la que las millenials tuvieron con estar delgadas

Mar. 6.- “El hueso de la cadera: pasé mi adolescencia obsesionada con él”, cuenta Marina (nombre ficticio, 41 años). En aquel momento, en los años que rodearon el cambio de siglo, Marina devoraba revistas de moda y videoclips, idealizando sin apenas darse cuenta la gran tendencia de la época: no hablamos de los pantalones de tiro bajo (que también), sino de ese afilado hueso ilíaco que sobresalía en la cinturilla de los pantalones o que se adivinaba bajo los vestidos satinados de la época. Hoy, 25 años más tarde, sigue pensando en él.

En aquella estructura ósea reposaron los ideales de belleza de toda un generación, la millenial, que creció rodeada de una cultura visual sin precedentes: mientras Natasha Poly desfilaba moviendo el hueso de la cadera al ritmo de la música en las semanas de la moda alrededor de 2005, Christina Aguilera cantaba en una talla cero, en televisión los anuncios de cereales animaban a saltarse la cena para bajar de talla, y a Miranda (Cynthia Nixon) la llamaban “culo gordo” en Sexo en Nueva York (La fortuna de una vieja dama, Temporada 5, Episodio 3). En realidad, desde la primera temporada, Charlotte (Kristin Davis) se repite diciendo que odia sus muslos y que no es capaz de abrir una revista de moda sin pensar en “muslos, muslos, muslos”.

A Victoria Beckham le hicieron pesarse en directo en un programa de la televisión británica dos meses después de dar a luz a su primer hijo, Brooklyn, para “comprobar si había vuelto a su peso” (era 1999 y el vídeo lo puedes ver aquí). Las revistas de cotilleos demonizaban en portada la celulitis de las famosas y en la serie Friends se hacían bromas sobre la “Mónica gorda”. La primera estilista de las estrellas, convertida ella misma en otra celebridad, era Rachel Zoe y sus clientas ganaban estilo a la misma velocidad a la que perdían peso: Nicole Richie fue la más famosa. Una crónica de los desfiles de Nueva York de la primavera-verano 2007 se alarmaba de la extrema delgadez de las modelos: “Sus rodillas y codos eran más grandes que sus muslos cóncavos y sus brazos de limpiapipas [esos alambres delgados que hoy se usan en manualidades], y sus cabezas oscilantes parecían como si una ligera brisa pudiera separarlas de sus frágiles cuerpos”.

Y llegó la frase definitiva: “Nothing tastes better than skinny feels”, algo así como que ninguna cosa sabrá nunca mejor que la delgadez, de la que Kate Moss -máximo exponente del heroin chic, como se bautizó la peligrosa moda- se arrepintió años después. En aquel momento, la delgadez era algo más que un rasgo físico deseable: era un síntoma de estatus. Tenía una exposición sin precedentes, pero no era nada nuevo; otra cita célebre sobre la Diet Culture la había pronunciado Ivana Trump a los periodistas en 1986: “Tener hambre me hace sentir poderosa”. Ya en un artículo publicado en 1991 en The New York Times se hacía alusión a los “20 años de reinado de la estética anoréxica”. En aquel momento, reza el texto, más de la mitad de las mujeres estadounidenses entre 10 y 30 años sufrían un trastorno alimentario, una cifra disparada desde los años setenta, conocidos como la década de la esbeltez. Si no estabas delgada, estabas fuera. Cómo no obsesionarse con el hueso de la cadera.

Con la obsesión por las celebridades en los 2000, y un ideal de belleza que “era puro hueso, clavículas y caderas sobresalientes”, como describió The Guardian, la cultura de la humillación corporal alcanzó los niveles más crueles. En 2004 la revista británica Heat publicó un especial celulitis marcando con círculos blancos las imperfecciones que habían encontrado en mujeres como Beyoncé o Jennifer Lopez. “Para las adolescentes, el mensaje era claro: si tus muslos se juntaban al andar, no estabas esforzándote lo suficiente”, recuerda el artículo, ya que “la cultura de la dieta era omnipresente”, señalando que muchas chicas tenían trastornos alimenticios, como si estos fueran una parte normal de la adolescencia.

Hoy, las más jóvenes pertenecen a unas nuevas generaciones, la Z y la Alpha, que han oído hablar del body positivity y a las que se está intentando inculcar que todos los cuerpos son aceptados y que no están ahí para que nadie dé su opinión -menos aún cuando esta no es solicitada-. Sin embargo, como publica ahora The New York Times en una columna (Toxic Beauty Standards Can Be Passed Down), estos esfuerzos no han logrado hacerles escapar de su propia obsesión estética. Ahora le toca el turno a la piel: la textura es un pecado social y los poros una condena, por no hablar de las arrugas y líneas de expresión. Vean si no el océano de TikToks que hablan de ello. El fantasma ha cambiado, pero la música sigue siendo la misma. Y va cada vez más rápido.

En los últimos años hemos asistido al nacimiento (o creación, mejor dicho) de las Sephora Kids, niñas (en su mayoría) que desde edades tan tempranas como los 10 o 12 años pasan las tardes de los sábados en esta cadena de cosméticos -o en la competencia- admirando productos de limpieza facial y maquillaje como parte de su ocio. Después, realizan en casa extensas rutinas de cuidado de la piel, intentando conseguir su particular imposible: que su piel se vea tan “perfecta” como las que ven en las redes sociales. Lo que aún no saben es que probablemente nunca la van a conseguir, al igual que la mayoría de las millenials no lograron la delgadez de Anja Rubik, Anabela Belikova, Magdalena Frackoviac, Vlada Roslyakova, Abbey Lee Kershaw o Sasha Pivovarova (por algo se conoció como la “slavic era”). Y, sin embargo, este pensamiento también puede ser un peligroso compañero a lo largo de su adultez.

Cómo se construyó el mito de la delgadez de los 2000

Federico Antelo, Director Escuela de Moda del IED Madrid, Artista y Diseñador Textil, cree que el ideal de la delgadez en los primeros años 2000 tuvo que ver, como siempre sucede en la moda, con una necesidad de cambio. “Cada vez que hay un cambio de paradigma o se impone una cosmovisión diferente, es acompañado por un sisma estético que es testigo de esa transformación. La delgadez es la respuesta al estereotipo inalcanzable de las supermodelos de los 90, esa salud rozagante y curvilínea de Claudia Schiffer”, apunta. “Me vienen a la mente tres diseñadores y sus estéticas sobre la pasarela por aquellos años, muy ligadas a esta obsesión por la talla ‘0′ de los 2000. Por ejemplo: los desfiles de Galliano para Dior, sobre todo en alta costura. Las colecciones de Alexander McQueen, y el Gucci de Tom Ford”. Entre las modelos hiperdelgadas de la época cita también a Kristen McMenamy o Hanne Gaby Odiele. “Los 2000 fueron una época que dejó fuera cualquier tipo de voluptuosidad, incluso el dreamteam de las tops de los 90 dejaron de trabajar, al menos por un tiempo”.

En la cultura popular también triunfaron las celebridades muy delgadas: las hermanas Olsen, Nicole Richie, Paris Hilton, Misha Barton o Lindsay Lohan, que recientemente ha pasado de referente de la delgadez a referente de piel irreal e inalcanzable. Luego llegó el fenómeno de Abercrombie (una marca que se dirigía solamente a chicos y chicas que estuvieran “cañón”) y el furor por Victoria’s Secret -de cuyas modelos se publicaban todas sus tremendas dietas y ayunos antes del desfile-, nació el término “thinspo” en plataformas como Tumblr, y, al mismo tiempo, en la publicidad de cualquier alimento o bebida, la delgadez era un reclamo (basta buscar en YouTube anuncios de cereales integrales de la época, que hoy serían impensables). A aquellas jóvenes no se les inculcó el miedo a envejecer, como sucede hoy, sino el miedo a engordar.

“Lo hemos oído y nos lo hemos creído, pero los estereotipos de belleza no son más que construcciones culturales, que en ocasiones se extienden tanto en el tiempo que alcanzan un rango de veracidad que no les corresponde”, apunta Federico Antelo.

La psicóloga clínica Ana Kovacs apunta que “cuando las creencias sobre alimentación e imagen corporal se convierten en discursos sociales y culturales llegan a definir hasta una identidad, para una generación, una época o un país”, y matiza que “a nivel psicológico la posible ‘marca’ que puedan tener estos discursos dependerá de otras variables más profundas a nivel individual (historia personal, vulnerabilidades, etc…)”.

“Con los años el mensaje se ha ido modificando (…), pero la idea de base es la misma: somos un fallo”, añade esta psicóloga. “En la consulta, y en diferentes formas, hay elementos comunes y muy habituales: la falta de autoestima, la idea de insuficiencia y la insatisfacción (…) Y aunque estas “culturas” que construimos pueden influir en nuestra salud mental, no es tan claro que sean los únicos causantes. Lo que sí es evidente es que el mercado encuentra aquí una mina de oro ofreciendo todo remedio para sanar un vacío que está por rellenar”.

Poros, arrugas y obsesiones adolescentes

Si para las mujeres que hoy están en la treintena, la mantequilla fue su enemigo adolescente, ahora las arrugas son el nuevo villano para las zetas y alphas. Un vídeo reciente publicado en TikTok -que lleva más de ocho millones de reproducciones- muestra a una mujer de 28 años enseñando su rostro sin edición, maquillaje ni procedimientos antiedad como bótox o rellenos. Y los 18.000 comentarios que ha despertado son del todo esclarecedores del tiempo en el que vivimos: mientras algunas usuarias aplauden la “valentía” de esta mujer por mostrarse tal y como es, otras lo critican “rezando para no tener ese aspecto nunca” y algunas cuentan sus experiencias personales, como una usuaria con el sobrenombre de @feebie_jo: “No sé por qué, pero esto me hizo llorar. Tengo 24 años y he comenzado a notar que se forman esas mismas líneas alrededor de mis ojos y trato de recordarme que es normal, pero los estándares de belleza profundamente arraigados todavía hacen que sea difícil aceptar que estoy envejeciendo. Creo que esto me hizo sentir aliviada. Eres tan hermosa, gracias”.

Desde entonces, infinidad de vídeos en TikTok parecen haber incrementado la forma en la que se consumen e interiorizan los estándares de belleza, y el acceso a publicaciones de compra de productos antienvejecimiento y procedimientos estéticos es prácticamente ilimitado. A los miembros de estas generaciones se les está imponiendo la idea de comenzar muy jóvenes con intensos tratamientos y rutinas cosméticas de forma temprana como cuidados preventivos y están creciendo en una cultura de redes sociales que promueve la búsqueda interminable de la juventud de la piel. Como publicó Verónica M. Garrido en El País, los niños imitan lo que ven, y en la era de internet, lo que ven en las redes sociales son hábitos obsesivos con la perfección y la belleza. “La cultura del skincare (cuidado de la piel, en inglés) es la tendencia, cada vez más popular, de compartir rutinas que comprenden el uso de múltiples productos. Sérum, retinol, colágeno, peeling y ácido hialurónico son palabras que ya se han instalado en el lenguaje cotidiano. Los estándares irreales que impone este cuidado obsesivo de la piel, combinados con la presión social para lucir impecable, han fundado un trastorno llamado cosmeticorexia, que define la compra y el uso excesivo de productos de cuidado para la piel”. Y explica, también el fenómeno de las Sephora Kids: “El fenómeno se ha extendido principalmente entre las mujeres y en un rango de edad que ya alcanza a las más pequeñas. Las tiendas de belleza ahora están inundadas de niñas y preadolescentes enganchadas a cosméticos que no necesitan, y esa práctica no solo altera las conductas esperables de esta edad, sino que puede tener efectos en la salud”.

Los especialistas en cuidado de la piel alertan sobre un crecimiento en los casos de irritación, acné y dermatitis en los más jóvenes, que cada vez más usan productos con ingredientes muy potentes en su intento por replicar las rutinas de los influencers. “Es un sinsentido que niñas preadolescentes se maquillen o que empiecen con ‘rutinas de belleza’ o ‘rutinas antiaging’. Cada vez vemos más preadolescentes en consulta por problemas cutáneos derivados de estas rutinas”, cuenta a S Moda la doctora Marta González, Directora de la Unidad de Medicina Estética del Instituto Médico Ricart, especialista en Dermatología Médico-Quirúrgica y Medicina Estética, y especializada en piel preadolescente y juvenil. Un reciente estudio realizado en Estados Unidos aborda las causas y efectos de este fenómeno: los cosméticos contienen ingredientes tóxicos para los menores o principios activos muy potentes; y como consecuencia, hay un aumento de dermatitis por contacto.

“Los niños tienen una piel más sensible y fina que los adultos, además son más propensos a desarrollar eczemas o dermatitis atópica”, explica esta doctora. “Por otro lado, en los preadolescentes (niños entre 9 y 12 años), con la pubertad sus hormonas cambian lo que a nivel cutáneo puede resultar en un aumento de la producción cutánea de sebo esto hace que la piel se vuelva grasa e incluso que aparezca acné. En consulta hemos observado un aumento de las consultas por parte de adolescentes con alteraciones cutáneas derivadas del uso incorrecto y/o excesivo de cosméticos (como el retinol, alfahidroxiácidos, productos antiaging…) ya que pueden alterar su barrera cutánea y producir irritación, eczemas e incluso brotes de acné”.

Y recomienda: “De manera general en la pubertad se podría introducir una rutina muy sencilla con un producto de limpieza suave, hidratación con productos no comedogénicos y aplicación de fotoprotección solar”.

El problema, explican los dermatólogos, es que los menores utilizan productos que no necesitan, como el retinol, el ácido hialurónico o las cremas antiarrugas, que no deberían incluirse en las rutinas de cuidado de la piel antes de los 25 o 30 años.

Las consecuencias pueden llegar más allá de la epidermis y afectar a la autoestima: la exigencia de una piel lisa y perfecta es prácticamente un imposible, porque toda piel tiene imperfecciones y textura de manera natural. Las obsesiones estéticas de cada generación reflejan su contexto social y tecnológico, pero cabe preguntarse si también perpetúan un ciclo de insatisfacción y presión social.

El mercado del skincare, sin embargo, no para de crecer: según datos de Statista la venta de productos para el cuidado de la piel de niños y bebés generó a nivel mundial unos ingresos de aproximadamente 4.135 millones de dólares estadounidenses en 2021, un incremento de casi 233 millones respecto al año anterior. “Se estima que este mercado crecerá de forma continua en los próximos años hasta situarse en torno a los 5.600 millones en 2026″, describe la plataforma.

Los representantes de la marca Drunk Elephant (una de las favoritas de los preadolescentes) publicaron en Instagram en diciembre de 2024 una lista de productos etiquetados como seguros para la piel de niñas y preadolescentes. Y puede que comprar un brillo de labios a una niña de 10 años parezca algo trivial, pero cabe preguntarse si, en el contexto actual, esto crea un primer paso hasta esa adolescente de 15 años que habla sobre sus arrugas en TikTok. Quizá es hora de considerar cómo minimizar el daño a la próxima generación.

Información de: elpais.com

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